❀ 11 - Confianza ❀

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Itachi

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Itachi

Apenas abrí los ojos, deseé volver a cerrarlos para siempre.

Me dolía el pecho, demasiado, más de lo que podía soportar.

Era una sensación horrible e irradiaba a todo el resto de mi cuerpo. Me dolía desde el pecho hasta la punta de los dedos y apenas pude observar a mi alrededor entendí por qué.

Me rodeaba una blancura casi espeluznante y me bastó escuchar el pitido del monitor y ver las vías que me transfundían sangre y líquidos para entender que estaba en la clínica. Internado porque me habían disparado.

Hidan me había disparado.

Me mordí el labio, pronto estuve sudando porque no me aguantaba los dolores y se me ocurrió que quizás podría moverme un poco para encontrar una posición más agradable, y es que, así como estaba me sentía terriblemente incómodo y eso me desesperaba. Tenía buen aguante, pero esa sensación punzante estaba más allá de lo soportable.

Hice el intento, acumulé las pocas fuerzas que tenía y traté de acomodarme en la cama. Sin embargo, enseguida noté que había sido una muy mala idea porque el dolor que tenía metido en el pecho se multiplicó por mil, se me tiñó la vista de rojo y no pude hacer más que quedarme inmóvil, inhalando despacio mientras esperaba que la agonía cesara.

El dolor hizo que mi frecuencia cardiaca se volviera loca y con ella el monitor que media mis signos vitales.

En apenas unos segundos apareció una enfermera. Yo seguía ahí, tieso, con el torso cubierto de vendas y mordiéndome el labio con furia.

-No debes moverte demasiado -me indicó con voz suave mientras se acercaba a mí y me ayudaba volver a apoyar la cabeza en la almohada. A mí casi se me saltaron las lágrimas-. Te operaron hace poco.

Cerré los ojos con fuerza, estaba demasiado maltrecho y eso me desesperaba. Además, me costaba horrores respirar, como si mis pulmones se hubieran arrugado entre mis costillas y se negaran a inflarse cuando lo intentaba. Tenía la sensación de que solo podía inhalar lo mínimo para mantenerme con vida y me imaginé que pronto no sería capaz ni siquiera de eso y me moriría ahogado.

Ojalá ocurriera cuánto antes porque estaba harto de ese ardor que sentía entre las costillas.

-Esto te ayudará a respirar -indicó la mujer como si me hubiera leído la mente (o mis signos vitales) y yo abrí un ojo para ver a qué se refería.

Se inclinó sobre mí y acomodó una mascarilla de oxígeno, me cubría la nariz y la boca y me encontré respirando con más facilidad enseguida. Lo agradecí en silencio porque no tenía fuerzas para hablar y, además supuse que con esa cosa no podría escucharme ni aunque lo intentara.

Dios, jamás me había sentido tan mal.

-Te dispararon ayer por la tarde -empezó a contarme mientras ponía otros líquidos en mi suero y yo la observaba suplicando que alguno de ellos fuera un analgésico. Ya no podía más-. Tuvieron que operarte y transfundirte sangre.

El Asesino | ItaDei [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora