❀ 32 - Cariño ❀

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Itachi

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Itachi

Escuché un tercer disparo que no alcancé a ver de dónde salió porque cerré los ojos y me quedé en la penumbra. Pensé en mil cosas, pero no hice nada para apartarme. Tan solo dejé caer los brazos a los lados y me quedé quieto, esperando mi fin, deseándolo de manera enfermiza. Añoraba el vacío típico de la inconciencia, ese donde el tiempo no va ni para adelante ni para atrás. Solo estás ahí, sin que nada terrible pueda pasar para arruinar esa pequeña gota de calma.

En mi vida siempre quise eso. Detener el tiempo cuando me apetecía, cuando todo era lo suficientemente bonito como para querer vivir en ese instante para siempre. Esos momentos en los que creí no necesitar nada más. Ni a nadie más.

Me hubiera quedado en la tarde antes de la muerte de Sasuke. Recuerdo que merendamos los cuatro, junto a Kisame y mamá. No logro saber exactamente qué fue lo que comimos, pero sí sé que estaba tranquilo, hasta podría decir que contento. También me hubiera quedado en uno de los primeros días con Deidara en nuestro apartamento.

Hubiera vivido para siempre rodeado de sus risas y sus caricias, con su aroma y su pelo rubio.

Pero ahora no quería detener el tiempo. No me quería quedar en este limbo en el que sé todo lo malo que podría pasar. Me imaginaba tantos escenarios catastróficos que no quería seguir viviendo en la posibilidad de que puedan hacerse realidad.

Prefería sacrificar los recuerdos e irme para siempre a un lugar en el que ya nada puede arruinarse, uno donde ni siquiera tengo conciencia para imaginarme todos los desastres posibles.

Quería recibir a la muerte con los brazos abiertos.

Pero nunca llegó.

La bala tampoco llegó a impactarme jamás.

—¡Itachi!

Abrí los ojos de golpe, la oscuridad envolvente deshaciéndose como vapor en el frío. Me encontré otra vez en la reserva junto al lago, con los brazos a los lados y una pistola en cada mano.

Frente a mí dos cadáveres, a mis espaldas, otro.

Tres cadáveres y yo entre ellos.

Vivo.

Quise llorar de la frustración.

—¡Itachi! —la voz de Kisame me llamó de nuevo, también escuché sus pisadas. Se acercaba trotando.

Se plantó ante mí, con los ojos asustados y un arma en las manos que se guardó en el cinturoncillo del pantalón. Yo seguía estático, como si me hubiera congelado (me habría gustado que pasara).

—¿Estás bien? —me preguntó con desespero, tomándome de los brazos para sacudirme con suavidad, tratando de sacarme de mi estupor. Pensé en que, si hubiera sido de hielo, al empujarme me quebraría y acabaría todo.

Miré detrás de él y vi dos hombres muertos. Yo los había matado, les había arrebatado la vida cuando seguramente querían seguir viviendo.

¿Quién me creía para matar a alguien?

El Asesino | ItaDei [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora