Estaba aún en la cama cuando recordé que entregaban las notas. ¿Habrá algo más aburrido que ir a recoger las notas? De todas formas ya llegaba tarde y lo cierto era que las posibilidades de que aprobara no eran muchas, así que opté por zambullirme de nuevo en las sábanas, pero pronto empecé a sentirme culpable. De nada me iban a servir las escusas que inventara, a mi madre no le iba a cuadrar ninguna que justificara el olvido, y de la bronca no me libraba ni Dios. ¿Dónde estaba ella? Miré el reloj: las diez pasadas, luego estaba en la compra, y si había ido al mercado cabía, dentro de lo posible, que alguien con muy mala intención le hubiera dicho que hoy era la entrega de notas. "¿No me digas?", habría respondido ella, y a continuación un fogonazo de rubor le habría transformado la cara en un semáforo. ¡Cómo si no la conociera! Lo más probable era que viniera con la noticia, con lo que todo el mundo terminaría al borde de un infarto, incluido mi padre. Barajé varias posibilidades: un dolor de barriga, ordenar mi cuarto para causar buena impresión, pero preferí ahuecar el ala y salir la calle.
Me asomé temeroso por el portal y tomé justo la dirección contraria por donde sabía que vendría ella. Remonté la cuesta que me sacaba del barrio y crucé la carretera hasta llegar a la única zona de campo virgen de la ciudad. Sin saber qué hacer a punto estuve de que me ganara el desánimo, pero me repuse ante la perspectiva de que iba a jugar de segunda división. Casi nada. Tomé por un sendero de tierra cuarteada por una torrentera del invierno y me interné por un bosque de pinos lleno de latas de refresco y cerveza. A estas horas mi madre ya la tendría liada, habría llamado a mi padre y estarían discutiendo. Como si lo estuviera oyendo. "Esto ya me lo figuraba yo", diría mi madre, a lo que mi padre opondría "solo es un tropiezo mujer, además no todo el mundo sirve para estudiar", y a reglón seguido mi madre maldeciría el puñetero fútbol del demonio.
***
Creo que se ha producido una desconexión y he perdido el hilo. Si te soy sincero no sé por dónde iba. A veces tengo estas lagunas en las que no sé lo que ha pasado. Es lo que tiene ser un zombi que a veces pierdes el sentido del tiempo. Por eso no es raro que haya algún lapsus por ahí, espero que sepas perdonarme. Me parece que me he quedado en el momento en el que deambulaba por un descampado que había cerca de casa. A veces me cuesta concentrarme, ¿no te ocurre a ti lo mismo?
Recuerdo que me aburría y estaba hambriento. Pensé que lo mismo empezaban a preocuparse aunque todavía era muy temprano. Lo mejor será volver, me dije, y emprendí el camino de regreso. Temía encontrarse con algún compañero, especialmente con Manolo que seguro que las habría aprobado todas, pero conseguí sortear con habilidad todos los obstáculos, y además iba a jugar de suplente en un equipo de segunda. Casi nada. Si conseguía encajar en el primer equipo, o que me traspasaran a otro, seguro que dejaba de estudiar, aunque lo cierto era que con dieciséis (y pronto cumpliría diecisiete) ya no era obligatorio. Sin embargo no terminaba de estar contento, notaba dentro de mí como una inquietud triste que no me dejaba tranquilo. Se llama remordimiento y seguro que lo has sentido más de una vez.
Antes de introducir la llave en la cerradura probé a escuchar por si oía algo, acerqué el oído pero todo estaba en silencio. Entré con mucho cuidado, parecía que no había nadie, y justo cuando iba a entrar en mi cuarto me abordó Lucía.
— Te has buscado una.
Reconozco que me asusté. Tras ella venía mi madre con los ojos enrojecidos y cara de muy pocos amigos.
—¿Qué pasa? —dije desafiante.
—Yo no me merezco esto —y me tiró las notas a la cara.
Ella había sido muy buena estudiante. Un día, revolviendo un baúl lleno de papeles, encontré su libro de escolaridad y me sorprendió el número de notables y sobresalientes, incluida matemáticas —¡cómo las odiaba!— ; y sin embargo nunca había hecho nada por ayudarme, tarea de la que se encargó mi padre, probablemente la persona con menos paciencia del mundo. A veces llegué a dudar si en realidad mi madre me quería, pero luego resultó que sí. Nada me gustaría más que volver a escuchar su voz.
Creí que era buena idea disculparme por lo ocurrido, pero no me salían las palabras, así que me encogí de hombros y me encerré en mi habitación. De todas formas ella no podía entenderlo y seguro que mi padre suavizaría las cosas. Me acosté en la cama y dejé volar mi imaginación en un club de primera división, la selección quizás, un campeonato del mundo en Alemania, hasta que las manos de una mujer asomaron por una de las ventanas de la casa de Manolo. Intenté verle la cara pero solo se veían las manos, blancas y huesudas, que jugaban con el aire como si quisieran atrapar gotas de lluvia inexistentes. Un golpe abrió la puerta.
—¿Es que ya ni siquiera puedes decir cuándo tenemos que ir a recoger las notas? —hacía tiempo que no veía a mi padre así — ¿Tiene tu madre que enterarse en la carnicería de que vas a repetir curso?
—Pero yo, bueno, es que ella no entiende —titubeé.
—Aquí el único que no entiende nada eres tú, imbécil.
Suspiré aliviado, pues por un momento pensé que había estado en un tris de partirme la cara. Me quedé escuchando, por si a pesar de todo mi padre buscaba una excusa que me disculpara ante mi madre pero no fue así.
Me tumbé de nuevo y fijé mi atención en la ventana. Las manos de la mujer seguían allí, pero ahora reposaban apoyadas en los barrotes, cansadas y misteriosas. Me incorporé e intenté de nuevo verle la cara, pero las manos se agitaron y solo percibí un reflejo en el cristal antes de que la persiana volviera a caer hasta el fondo.
La pobre madre de Manolo.
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Cuando sea mayor
Dla nastolatkówVíctor está muerto pero sigue vivo. Es un zombi que no da miedo, lo único que quiere es que leas su historia: te está esperando en las páginas de Cuando sea mayor. Víctor quiso ser futbolista profesional, y si quieres saber cómo llegó a convertirse...