Parte 23

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            —Si no es por ti nos machacan —me dijo un compañero. Yo respondí con una inclinación de cejas y una mirada cómplice al entrenador, que se acercó a mí y me cogió por la nuca, acariciándome el pelo.

La verdad es que me sentía respetado. En solo cuatro jornadas había marcado seis goles, lo que se había traducido en una remontada espectacular para mi equipo. Casi sin darnos cuenta ya éramos cuartos. Desde hacía dos semanas era mayor de edad, y jugaba en un club de tercera. No estaba mal.

Me senté en el banquillo sudoroso y sin resuello. La madera astillada atravesaba el pantalón y me rozaba el muslo, los tobillos me ardían por el esfuerzo añadido de tener que manejarme en aquel campo de tierra lleno de hoyos. Me removí en el asiento pero no por ello me sentí más cómodo. Escupí en el suelo y busqué a mi padre en la grada, pero no lo veía hasta que una mano llamó mi atención. No era un gesto muy efusivo, pero al menos había venido, lo que no era poco.

—No, si ya verás tú que... —dijo el entrenador ante una jugada de cierto peligro que terminó en gol del equipo contrario; un linier que levanta el banderín y el árbitro anula el gol.

Esos momentos eran los peores, porque en tercera ante un suceso como ese lo mejor es tratar de guarecerse debajo de la grada antes de que una lluvia de objetos te abriera una brecha en la cabeza.

—Esto es siempre lo mismo —dijo un jugador ya veterano en estos líos.

La Guardia Civil intervino con desgana, a la espera de que los ánimos se calmaran pero al final tuvo que emplearse con decisión, y tuvimos que abandonar el campo protegidos por los municipales.

Los vestuarios eran sucios, oscuros y miserables como solo saben serlo en algunos lugares donde parece que le den a la mugre el mismo valor que al oro. No podía soportar aquel descuido tan meditado, ni mucho menos la fanfarronería de algunos de los jugadores en el regodeo con las bolas de pelo en las duchas, los chicles en los rincones, o los mocos que adornaban los azulejos de los servicios. Me metí en la ducha con unas chanclas de goma. Otra vez sin agua caliente. Mis compañeros empezaron a llegar y yo ya sabía cuál iba a ser el tema de conversación, cansino y recurrente como la letanía de un rosario.

—¿Pero tú crees que nos pagarán el mes que viene?, porque a mí esto ya me está cargando.

—Ya me hiciste la misma pregunta ayer, Jose..

Quienes hablaban eran Jose y Santi, los veteranos del club. Jose era muy delgado, un poco como yo, —¿seguiré igual de canijo?— y llevaba un tatuaje en el tobillo y el pelo encrespado. Era quien más necesitaba el dinero, pues estaba casado y tenía un hijo a pesar de sus veinte años, y aunque hacía trabajillos con un tío que era albañil, lo cierto era que el fútbol les robaba la mayor parte del tiempo. A él y a todos.

—Yo he hablado con algunos y dicen de ir a un abogado —insistía Jose.

—Eso es ir a las malas, ya sabes. Pero tú puedes hacer lo que te dé la gana. —sentenció Santi en un tono conciliador. A Santi no lo recuerdo muy bien porque a veces se me confunden las caras y los nombres. Le decían "el armario" por la anchura de sus hombros y supongo que era buena gente.

—No hay agua caliente —intervine yo y lo único que conseguí con ello fue que empeoraran las cosas.

—Si es lo que yo os digo, apaleaos y contentos —Jose estaba de especial mala leche aquel día.

—Dice mi padre que ducharse con agua fría es bueno para la circulación de la sangre —añadí en un vano intento por se positivo.

—Ya está este otra vez con su padre —dijo Jose.

—Oye si tienes algún problema me lo dices.

—Problema ninguno, es que llevo cinco meses sin ver un duro, por si no te habías enterado.

—Así estamos todos, no la tomes conmigo.

—Lo que pasa es que tú ya has visto algo, seguro, a mí no me engañas.

—¿Quieres dejarlo en paz? —cortó Santi, en mi apoyo.

—Lo siento, tío, es que ya es mucho tiempo —se disculpó Jose conmigo.

—Pero la cosa no va mal, imagínate que ascendiéramos a segunda B —yo intenté ser positivo, sin conseguirlo.

—Eso es mucho pensar, además tú te quedarías pero yo salgo por la puerta —añadió Jose con la certeza de quien no tiene futuro.

A la salida Manolo me esperaba en la puerta.

—¿No te has enterado? —se hizo Manolo el misterioso.

—¿De qué?

—No te hagas de rogar que ya lo sabes.

—Que no tío que no.

—Seguro que lo tienes pinchado en el tablón.

—Venga suéltalo ya.

—Se ha celebrado el sorteo de los play-off

—¿Y?

—Te voy a machacar chaval —me dijo Manolo con una sonrisa.

—¿No me digas que tú y yo...? —No pude contener el entusiasmo. Manolo y yo nos enfrentábamos en un partido, su equipo contra el mío, y yo contra él. Ello suponía para nosotros algo más que un simple reencuentro; era en palabras propias "lo más" que nos podía ocurrir.

En mi familia se vivía un periodo de prueba. No es que la cosa fuera como antes, pero mi madre al menos había recuperado cierta confianza en mí, aunque no mostraba especial entusiasmo. Mi padre había perdido el empuje de antes y vivía la situación como si estuviera ausente de mi vida, y yo de la suya.

—Es que cuando se acercan a los cincuenta se vuelven insoportables, a mi padre le pasó lo mismo —me dijo Carmen y yo quería creerla, pero sabía en mi fuero interno que no era así. Desde que llegué de aquella maldita ciudad las esperanzas depositadas en mí se habían ido esfumando, y yo creía que le había fallado. Un equipo de tercera no era ni de lejos lo que habíamos soñado, pero era una oportunidad con la que volver a empezar. Eso sí, mientras tanto parecía lógico que fuera buscándome algo, porque dudaba, y mucho, de que en aquel club llegara a cobrar algún día.

Tengo un colega que se preocupa mucho de mi existencia como zombi, y me ha contado que le hemos ganado a Paraguay, así que si mis cálculos no me fallan jugamos la semifinal, pero no sé contra quién será.


Cuando sea mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora