—No tengo ni idea de qué bebí anoche —dijo Manolo mientras se ponía el delantal. Estábamos a medio gas, porque Pedro tenía una boda y una de las telefonistas se había tomado el día libre, de modo que aquella mañana nos tocaba currito a los dos
—Sería matarratas —dije yo, que paradójicamente tenía mejor aspecto que él.
—Estoy que me caigo solo he dormido una hora.
—Suerte que tienes, yo vengo en blanco.
—Muy subido estabas tú anoche, deberías controlar un poco más —y me dio con la bayeta en la cabeza.
Sonó el teléfono y lo atendió Manolo: cuatro quesos para la Bajada de Especerías.
—¿Quién se puede tomar una cuatro quesos a las once de la mañana? —me preguntó Manolo cuando colgó el teléfono. Se puso a preparar la pizza mientras yo iba de un sitio para otro. En lento goteo fueron llegado los demás.
—¿La Bajada de Especerías no es de los del centro? —dije yo.
—Da igual, además hay que llegarse a la Gestoría para recoger el papelito de las nóminas — añadió Manolo— y de camino te pasas por el banco y te traes cambio.
Podría habérselo dicho a Marcial que llegaba en ese momento, pero no lo hizo y eso que aquella mañana le tocaba a él ir al banco y recoger las nóminas en la Gestoría. Podría incluso haber abierto cinco minutos más tarde. También podría haber ido él, que a pesar de la pierna se manejaba bien con la moto. Pero me lo dijo a mí y sé que todavía se arrepiente. Cuando me vio coger las llaves de la moto me sugirió que fuera en taxi, pero yo me negué. Ni siquiera aquello le alivió el remordimiento que Manolo sentía por haberme enviado, sin haber pegado ojo, a llevar una pizza, recoger las nóminas y pedir cambio en el banco.
— La moto me despeja, tío —le respondí con el cigarrillo en la boca a medio caer, en plan chulesco. Fumaba desde hacía tres semanas y aún no encontraba la pose perfecta con el cigarro. Manolo me tiró de nuevo la bayeta y reparó en que no llevaba puesto el casco, ni siquiera lo llevaba conmigo. "Víctor el casco". ¿Cuántas veces me lo había dicho? "Que nos van a meter un paquete por el casco". Pero yo ya estaba arrancando y cuando lo vi con el casco en la mano sobre el delantal blanco me dio por reírme de lo ridículo que parecía allí en medio de la calle. Manolo hizo un gesto de fastidio y entró en la pizzería al tiempo que yo arrancaba con la moto a todo gas.
Recuerdo cómo una sombra blanca se aproximaba por mi derecha. Era el camión de una empresa de lavandería. Ahora viene un espacio vacío que después he rellenado con lo que he ido pillando de unos y de otros: la violencia del impacto, de cómo mi cuerpo rebotó contra la rejilla del radiador y la cabeza dio contra el bordillo. Después sí que recuerdo a la gente horrorizada que miraba sin atreverse a tocarme. Recuerdo cómo las convulsiones me golpeaban la cabeza contra el suelo mientras el asfalto se iba empapando de sangre, cada vez más y más sangre que parecía querer abandonar mi cuerpo como el agua se vacía de un cántaro roto. Manolo me cogió entre sus brazos y me llevó la cabeza hasta el regazo. Fue mi última visión, la camiseta de Manolo manchada de mi propia sangre.

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Cuando sea mayor
Teen FictionVíctor está muerto pero sigue vivo. Es un zombi que no da miedo, lo único que quiere es que leas su historia: te está esperando en las páginas de Cuando sea mayor. Víctor quiso ser futbolista profesional, y si quieres saber cómo llegó a convertirse...