Dejé el club, dejé el instituto, me matriculé en un curso de manipulador de alimentos que abandoné antes de que terminara, probé suerte en varios clubes sin importancia, y sobre todo entrené con mi padre, convertido en representate, entrenador, fisioterapeuta, y no sé cuántas cosas más.
He notado que las desconexiones son cada vez más frecuentes. También hay una novedad y es que percibo pequeñas descargas eléctricas que sacuden mi cerebro. Yo no siento nada, pero sé que algo está ocurriendo en el interior de mi cabeza. Creo que debo prepararme para la desconexión final, lo que de alguna manera me llena de curiosidad, ¿qué habrá después? Esta curiosidad es soportable, lo que resultaba insoportable eran los entrenamientos con mi padre, los dos solos con aquel frío, en aquella soledad.
—Cinco más y lo dejamos— me animó a batir la marca de abdominales establecida la semana pasada en quinientos treinta. Acusaba el esfuerzo y notaba cómo mi padre me tiraba cada más de los tobillos para que se enderezaran las corvas. Me tumbé rendido boca arriba mientras la silueta de unas nubes con forma de elefante cruzaba por el cielo.
—El club de segunda B tiene buena pinta, ya verás como te prueban.
Era la novedad desde hacía diez días. Se interesaba por mí un club de segunda B que agonizaba al final de la tabla, tan lejos de casa que se tardaban casi tres horas en llegar a un lugar impronunciable donde no había mar. No puede decirse que se tratara de una oferta, simplemente habían respondido con amabilidad a la carta enviada por mi padre, lo que no podía decirse de las decenas de clubes a los que escribió o llamó y que habían dado la callada por respuesta.
—Ve tú, yo regresaré más tarde —dije. Y él asintió con resignación y me dejó estar a solas mientras me cambiaba. Por lo menos había conseguido que no me pusieran a trabajar. Un consuelo teniendo en cuenta que mi madre amenazaba con una colocación tan estimulante como reponedor en el supermercado del barrio.
A la salida no sabía qué camino tomar, así que fui dando rodeos hasta que tangencialmente pasé cerca de mi antiguo club. Me tropecé con Manolo que regresaba solo a casa.
—Van a hacer una ronda nueva y me han convocado —dijo Manolo sin entusiasmo.
—Hay por ahí un club de segunda B, pero no sé yo si va a salir.
—¿Y tu padre cómo lo lleva? — me fastidiaba que la conversación terminara por girar siempre en torno a mi padre, así que tercié con un "Bueno", y añadí:
—¿Qué sabes de Luis?
—Ya ha jugado tres partidos, aunque aún no ha marcado. Un día de estos vamos a ir a verlo mientras entrena, ¿te animas?
—No sé, ya veré. ¿Te imaginas que me tuviera que ir a un sitio donde no conoces a nadie?
En realidad era algo peor que eso, pues se trataba de tener que enfrentarme a la soledad más absoluta: la primera vez que salía de casa y lo hacía a una ciudad sin mar, a un equipo sin futuro que me ofrecía el consuelo, más que la posibilidad, de hacerme profesional. Qué lejos quedaban aquellas expectativas fraguadas por mí y por mi padre durante tantos años. Por fin llegamos al portal.
—¿Sabes una cosa? Bueno, pero solo entre tú y yo —la voz de Manolo se volvió confidencial
—No, ¿qué pasa? —la verdad es que me sorprendió de verme con Manolo compartiendo un secreto.
—Desde ayer estoy saliendo con Carmen.
Me fue imposible reaccionar porque justo en ese momento ocurrió algo increíble. Miré un momento por el hueco de la escalera y vi a la madre de Manolo asomada a la barandilla del rellano. Me quedé paralizado ante su sonrisa perdida. Al ver que yo no lo seguía, y que estaba como medio alelado en el primer descansillo, Manolo también se paró a mirar escaleras arriba, y en lugar de subir los peldaños de dos en dos y de tres en tres para cubrirla con su cazadora, se fue a por mí y me empujó.
—¡No mires, tío!
Pero no podía apartar la vista de aquellas carnes amarillas, ni podía dejar de mirar las venas azules que le rodeaban la cintura como el cordón morado de un nazareno.
—¡Que no mires, no mires Víctor no la mires por favor deja de mirarla!
Entonces reaccioné y me fijé en que Manolo tenía los ojos azules, unos ojos azules ahogados en lágrimas, y sentí cómo un nudo me ahogaba la voz y me incapacitaba para articular una disculpa. Manolo me agarró de los hombros y me gritó al oído "¡no tenías que haber mirado!", y de un salto ganó por fin el rellano donde estaba su madre, la cubrió con su chaqueta barata de cuero artificial mientras ella le sonreía y le pasaba una mano por la cara.
Nunca había visto a una mujer desnuda.
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Cuando sea mayor
Teen FictionVíctor está muerto pero sigue vivo. Es un zombi que no da miedo, lo único que quiere es que leas su historia: te está esperando en las páginas de Cuando sea mayor. Víctor quiso ser futbolista profesional, y si quieres saber cómo llegó a convertirse...