Cuando me disponía a sacar un córner, Manolo no pudo contenerse y me dijo que éramos muy malos.
—Pues para ser muy malos vamos empatando —le respondí yo.
La jugada no dio ningún resultado y el entrenador pidió que me cambiaran. Me sentí aliviado por el deber cumplido y fui a sentarme en el banquillo. El cansancio me distrajo del partido y me quedé como hipnotizado, contemplado cómo una gota de sudor que me recorría la pantorrilla iba a perderse en el interior de la media. Levanté una de las dobleces y observé que el calcetín tenía mis iniciales puestas. Sacudí un poco el polvo que le daba un tono canela y pensé en los muchos calcetines a los que mi madre les habría puesto las iniciales, y en las veces que los habría lavado para devolverles un color que ahora parecía poco menos que imposible adivinar. Pensé en eso, en que ella nunca había dicho nada y que yo nunca se lo había agradecido.
Entonces me dio un beso. Un beso que me supo a ...
Uff, me parece que me he hecho un lío. Creo que te contaba el partido de los play-off contra el equipo de Manolo.
Estaba distraído hasta que oí un "¡Dios mío!, que dicho por Santi con la voz de quien sabe todo lo que duele la extensión de la planta de un pie sobre la rodilla, me sacudió de encima mi ensimismamiento.
—¿Qué pasa?
Oí algo de una entrada a media altura y vi que todo el mundo corría hacia el campo de juego.
—¿Quién ha sido? —volví a preguntar, pero nadie me respondía.
—¡Una ambulancia, por Dios llamad a una ambulancia! —gritó una voz aterrada.
Una ambulancia que tardó veinte minutos en hacer acto de presencia en el terreno de juego, que fueron como veinte clavos al rojo vivo en la conciencia de todos y cada uno de los allí presentes. Una ambulancia que no fue capaz de acallar los gritos de Manolo, las manos de Manolo tratando de empuñar la tierra para aliviarse el dolor, las uñas de Manolo intentando escarbar en la tierra sin hallar consuelo. Y yo de pie, tumbado, de rodillas a su lado, todo manos que no se atrevían a tocar un solo centímetro cuadrado de la piel de Manolo por temor a causarle más daño del que podían soportar aquellos ojos fuera de las órbitas. La pierna, brillante como un papel de celofán, fue tomando un color parduzco que iba invadiéndole el muslo desde el tobillo a la ingle, hasta que alguien reparó en que aquella posición de la tibia era contraria a la anatomía humana.
Lo acompañé al hospital y permanecí en la sala de espera hasta que terminaron de operarlo. Deberían de ser como las una de la mañana cuando el padre de Manolo me despertó. Llevaba ni sabía las horas esperando y el sueño había terminado por vencerme.
—¿Qué pasa? —me desperté sobresaltado.
—Todo ha salido bien, hijo.
—¿Dónde está?
—Ahora mismo en la UCI, pero lo más seguro es que pase la próxima noche en la habitación, ¿por qué no te vas a casa?
—¿Qué dicen los médicos?
—Que todavía es muy pronto —yo sabía que aquello no significaba nada y me apenaba que su padre no encontrara una respuesta más convincente.
El padre de Manolo se quedó mirando a la muchacha con ojos rojos que quería oír pero no se atrevía a preguntar, que quería acercarse pero que mantenía una discreta distancia, avergonzada de estar allí sin haber sido presentada formalmente.
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Cuando sea mayor
Fiksi RemajaVíctor está muerto pero sigue vivo. Es un zombi que no da miedo, lo único que quiere es que leas su historia: te está esperando en las páginas de Cuando sea mayor. Víctor quiso ser futbolista profesional, y si quieres saber cómo llegó a convertirse...