El día antes de mi partida fuimos a ver a Luis. Por una parte mi orgullo me obligaba a no ir, pues quería dejar muy claro que yo era el ofendido, pero por otra me sentía intrigado. El conflicto se resolvió a favor de la curiosidad, aunque procuré hacerme de rogar, y hasta el último momento no estuvo claro que acompañara a mis amigos.
—Menos mal —dijo Carmen.
—Ya creíamos que no venías —añadió Manolo, antes de que Pedro gritara nervioso:
—¡Que vamos a llegar tarde!
Nos pusimos en camino. Me acerqué a Manolo, que me saludó con una deferencia especial y me pasó la mano por el hombro a la par que cogía a Carmen por la cintura. Me sentí contento por primera vez en mucho tiempo. El episodio vivido con su madre y mi discreción al respecto parecían habernos unido más que ninguna otra cosa.
Un guardia de seguridad nos cerraba la entrada al campo.
—Es que venimos a ver el entrenamiento —protestó Pedro.
—Pues resulta que el entrenamiento es a puerta cerrada.
—Se creerán muy importantes —dijo Manolo con un punto de provocación que irritó al guardia —pues conocemos a un jugador.
—Pues ya te digo, como si conoces al Presidente, que ya os estáis largando.
—Pues lo mismo lo conozco, chavalote —en lo que puso Manolo toda la carga de chulería de que era capaz, pero que no pasó de ahí. Cuando lo tenía lejos le hizo un corte de mangas y echamos a correr.
Pedro advirtió que desde la verja exterior se veía algo. Todos nos arremolinamos junto a la valla de metal y gritamos el nombre de Luis, sin que obtuviéramos ningún resultado. Manolo y yo nos colgamos del enrejado metálico y lo cimbreamos mientras los demás coreaban "¡ Luis, Luis, Luis! El segurita vino a por nosotros.
—¡Vámonos! —gritó Manolo.
Me quedé un poco rezagado porque el guardia hablaba por el walkman y lo mismo le decía a Luis que estaban allí sus amigos, pero pensé que era una tontería y lo dejé estar.
Cuando llegamos ocurrió algo sorprendente y es que Manolo me invitó a subir a su casa para merendar. No supe qué contestar, porque yo nunca merendaba, así que me encogí de hombros y él lo interpretó como un sí.
Durante mucho tiempo la llamaron la casa de la loca, hasta que Manolo empezó a salir con nosotros y terminó siendo la casa de Manolo. Me resultó extraño pasar junto a la puerta de mi casa y cruzar de largo. Pensé que lo mismo Lucía me estaba espiando, pero no salió al descansillo, por lo que me sentí aliviado, aunque cuando subía el segundo tramo de escaleras noté que una sombra se movía por debajo de la puerta de mi casa. ¡Vaya niña!
De pronto me arrepentí de estar yendo a la casa de Manolo.
—Verás, mejor me voy, ya es tarde y mañana me tengo que levantar muy temprano —dije.
—Si es por ella no te preocupes, nunca sale de su cuarto —se mordió la lengua— bueno, casi nunca.
Me sorprendió que, a pesar de que el piso tuviera la misma distribución que el mío, fuera tan diferente. Nada más pasar percibí la falta de luz, un olor a cerrado que se mezclaba con un imperceptible pero inequívoco tufo a medicinas. Los muebles lo ocupaban todo, no había un solo espacio libre de mesitas, cestas con flores secas, un jarrón o una silla cubierta de polvo. Decenas de fotografías de un niño repeinado y repipi adornaban las paredes, los atriles, los centros de las mesas y las esquinas laterales, las frontales en sus vertientes izquierda y derecha, y llegaban incluso a invadir algunos rincones de la cocina. Las había de primera comunión, en una fiesta del colegio, de acampada, delante de un piano, aprendiendo a leer, aprendiendo a saltar ... hasta que de pronto una extraña fotografía del chico llamaba poderosamente la atención: estaba rapado al cero y sus ojos ya no eran los mismos; tenían el brillo de los zombis. ¿Cómo serán mis ojos ahora? ¿Se los habrán comido los gusanos? No te alarmes, solo es una broma, una broma zombi.
Manolo entró en la cocina y al cabo de un rato salió con un batido de chocolate y unas galletas, dos cosas que odio.
—¿Quién es el de la foto?
—Era mi hermano, murió cuando yo tenía dos años, no me acuerdo muy bien de él.
Me quedé alucinado, pensando en que la muerte también puede sorprender a un niño tan pequeño.
—¿Qué pasó?
— No sé, se puso malo y se murió, y desde entonces mi madre dejó de ser una madre como las demás.
—Lo siento — dije, y noté que el batido no me pasaba por la garganta ante el temor de que la madre de Manolo irrumpiera en el salón.
—No tiene importancia. Creo que te echaré de menos —me dijo.
—Yo también, pero volveré algún fin de semana.
—Eso espero.
Nos despedimos con un apretón de manos, y cuando entré en mi casa no tuve ánimo para preparar la maleta, y eso que mi madre estaba histérica dando gritos por toda la casa y repitiéndome que me iba mañana, como si yo no lo supiera.
¿Tú crees de verdad que la muerte de un ser querido puede conducirte a un estado en el que no te reconozcas a ti mismo?
***
A la mañana siguiente me despedía de mis padres en la estación de autobuses. Pocas cosas habrá mas cargantes que despedirse de los padres. A mí la voz no me salía de la garganta, y mi madre no parada de gimotear. ¡Menudo cuadro! Menos mal que mi padre mantenía el tipo. Para arreglar las cosas mi hermana se negaba a despedirse.
—¿Me vas a llamar? —le pregunté.
—No — dijo volviendo la cara.
Sentí un impulso de cogerla en brazos pero me contuve porque en mi familia no éramos muy dados a las emociones desatadas.
—¿Por qué estás tan enfadada?—le dije.
—Porque me quedo sola y me aburro.
—Pero yo voy a volver.
—Pero no va a ser lo mismo —y se escondió tras la falda de mi madre.
La despedida no se prolongó más. Hubo besos y ningún abrazo. Mis padres esperaron a que el autobús saliera y unos y otros nos dijimos un frío adiós con la mano.
¡Dios!, me he enterado que España la ha cagado en su primer partido en el Mundial, pero ¿cómo se puede perder contra Suiza?
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Cuando sea mayor
Dla nastolatkówVíctor está muerto pero sigue vivo. Es un zombi que no da miedo, lo único que quiere es que leas su historia: te está esperando en las páginas de Cuando sea mayor. Víctor quiso ser futbolista profesional, y si quieres saber cómo llegó a convertirse...