Parte 10

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Habían pasado dos semanas y jugábamos fuera de casa, en una ciudad de Castilla. El autobús pasaba por trigales inmensos como un mar de espigas en el que parecía que te podías zambullir y nadar por encima de ellas. Jugábamos un torneo de verano y nuevamente iba como suplente, mi triste sino, mientras que Luis tenía la titularidad ya ganada.

Todo el autobús dormía desde hacía rato. Manolo, a mi lado, reposaba la cabeza contra el cristal en el que se reflejaba mi cara mientras en el fondo se sucedían los campos de cereales. Era noche cerrada. Luis tampoco dormía. Lo había estado observando mientras manipulaba un walkman carísimo. No sé si todavía seguirán existiendo. Eran aparatos en los que ponías un CD y escuchabas música. Mi hermana me habla a veces de ipod, mp3, mp4 pero no sé qué son. Tiene que ser toda una mujer, con 16 años como poco. ¡Cómo pasa el tiempo!

Luis vio que lo miraba y me hizo una seña para que me sentara a su lado. Me levanté con mucho cuidado de no despertar a Manolo y me senté junto a él, pues el asiento contiguo estaba vacío.

—Lo mismo me cambio de centro, mi padre quiere que vaya a uno privado — me confesó Luis. Era la primera vez que hablábamos en serio, aunque solo se trataba de palabras llenas de compromiso— Es lo que quiere el viejo, está como loco.

—Yo estoy empezado a desesperarme, no sé por qué o juego. Si consiguiera jugar aunque solo fueran diez minutos, quizás tendría una oportunidad, pero no me saca, y no sé por qué, es que no lo entiendo. Si mi padre me viera jugar es que bueno, ni te cuento, con lo que es mi padre, sería lo más que me podría pasar — entonces me di cuenta de que hablaba solo porque Luis se había puestos los cascos y escuchaba música. Así que lo dejé y regresé a la soledad mi asiento.

Aquella vez tampoco jugué y cuando el entrenador se lo dijo a mi padre por teléfono golpeó con el auricular la cabina hasta que lo hizo añicos; yo no había jugado y Luis había marcado dos goles contra un equipo de primera. Lo he sabido después por Lucía, que me lo ha contado. Cuando fue a recogerme ya se le había pasado el enfado, pero las cosas solo habían empezado a torcerse. Y llegaron a torcerse bastante.

Mi padre quería darle un arreglo y pensaba hablar con unos y con otros, pues a él nadie le maleaba el hijo, bonito era para eso. De todas formas lo que más pesaba en el ambiente era lo de Luis, sus dos goles y su ausencia, pues no había regresado con nosotros.

—Se ha ido para Madrid en un coche, es que ha marcado dos goles —le dije yo cuando vino a recogerme, a sabiendas del veneno que tenían mis palabras. Y como no puede soportar su mirada, me fui corriendo a buscar consuelo en el interior del coche en el que mi hermana y mi madre esperaban muertas de sueño. Éramos los únicos que quedaban en aquel descampado donde había aparcado el autobús, y eran las tantas de la madrugada de un caluroso mes de junio.


Cuando sea mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora