Parte 25

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            Semanas después de aquello el Presidente del club convocó una reunión con los jugadores. Todos pensamos que nos iban a pagar los atrasos, pero la realidad era más dura.

—Hemos hecho una temporada magnífica, eso es ...magnífica —titubeaba el presidente— no subimos pero nos quedamos de los primeros. Con el dinero no habrá ningún problema, lo tengo todo arreglado y además habrá un extra, ahora Ricardo os lo va a explicar todo. Espero mucho de vosotros, no me falléis.

Desde el principio me di cuenta de que el presidente estaba muy nervioso porque se le secaba la garganta y no paraba de frotarse las manos. Sin embargo no me di cuenta de nada; Ricardo, el entrenador, se tomó su tiempo, se aseguró por dos veces de que la puerta estuviera cerrada y tomó la palabra.

—Hay cosas que no son fáciles de explicar —tragó saliva— pero son como son: si perdemos el próximo partido contra el Recreativo, este evitaría el descenso y eso a nosotros nos da igual, esto es la más importante, que nos da igual y que nos van a pagar una pasta, pero tenemos que estar todos de acuerdo. Sin fisuras. ¿Entendido?

Fue como una bomba. Lo había oído decir. Todos alguna vez habíamos oído el rumor de que los partidos se compraban y vendían, pero nunca piensas que podría tocarte a ti. El entrenador nos dejó solos y durante más de un minuto nadie abrió la boca. Dos horas después era imposible entender nada.

—Solo se trata de no ganar —Jose lo tenía claro y con él asentía la mayoría de los jugadores.

—Tú puedes darle las vueltas que quieras pero está mal —Santi había perdido la cuenta de las veces que había dicho lo mismo. Yo era de los pocos que estaba con él.

—¿Pero no lo hemos hablado ya? ¿Pero no dijimos que lo que decidiera la mayoría? ¡Pues qué quieres más! —terció uno de la opinión de Jose harto de estar discutiendo lo mismo una y otra vez.

—No todos tenemos las tragaderas que tú tienes —se le encaró Santi.

—Vamos a dejarlo como está —sentenció Jose, que veía cómo un dineral se le escapaba de las manos.

—¿Y la estrellita qué dice? —añadió con sorna el mismo gallito de antes refiriéndose a mí.

—La estrellita se va a levantar y te va a partir la cara —le contesté.

—Otro que se raja —el gallito dejó pasar la amenaza.

—¡Dios!, ¿tan difícil es que nos pongamos de acuerdo? —Jose notaba cómo lo abandonan las fuerzas y la paciencia, pues estaba en un tris de estrangular a alguien.

—El mejor acuerdo es pasar del tema y jugar como siempre —insistía Santi.

—¿Tú estás casado? —se le encaró Jose con los dientes apretados.

—Sabes que no.

—¿Tú te imaginas lo que yo paso para llegar a finales de mes?

—A saber lo que se lleva la pandilla esa y os vais a dejar vender por un plato de lentejas —intervine yo en la vana esperanza de que la cordura regresara al grupo, pero era imposible.

—Tengo que trabajar más de doce horas los fines de semana para poder pagar la maldita hipoteca, y mi mujer se deja los piños trabajando en un supermercado en el que le pagan tanto que más vale que se dedicara a pedir en la puerta, ¿y me vas a decir tú lo que está bien o mal?—dijo Jose con un argumento contundente.

Cuando sea mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora