Parte 11

11 0 0
                                        

— Víctor que no estás —Manolo fue el primero en darse cuenta.

—¿Qué pasa? —respondí distraído.

—Que no te han convocado.

Repasé varias veces la alineación, pero no encontré mi nombre. Me encogí de hombros como quitándole importancia, pero todo el mundo sabía que no era así. Hubiera mentido si hubiera dicho que ya lo veía venir, que fue lo que dijo mi padre, pero en realidad esperaba jugar. Deseaba con todas mis fuerzas estar entre ellos, incluso de suplente, así que le quité importancia a mi decepción con un "me da igual" que sonó a pataleo tonto, y le escupí al papel de la convocatoria. Carlos, el entrenador de las categorías inferiores, entró en el vestuario y se dirigió a mí.

—Mañana con nosotros, en tu lugar entra Mario.

—No he jugado ni un solo minuto y ....

—Te he dicho que entra Mario, y punto en boca.

Desde hacía ya más de una semana Carmen se nos había pegado como una lapa y nos estaba esperando fuera. Al verme tan serio trató de ser amable pero yo no me dejaba ayudar, y como ella no entendía de qué iba aquello, Manolo se lo tuvo que explicar al oído.

—Seguro que vuelves, no te preocupes —trató de consolarme Carmen, pero le di la espalda y aceleré el paso, pues de ninguna manera me apetecía desempañar el papel de viuda afligida mientras llegaba a casa.

Conforme me iba acercando al barrio las piernas empezaron a pesarme y dilaté la llegada callejeando en círculo. Me sentía un fracasado y pensé que mi padre iba a pensar lo mismo. Me costaba afrontar los hechos, así que hice de tripas corazón y me encaminé al portal con ánimo decidido. Cuando llegué a casa encontré a mi madre y a mi hermana cenando y casi estuve a punto de echarme a llorar, pero aguanté el tipo. Mi madre se mostró comprensiva y dejó que me encerrara en mi habitación sin probar bocado.

En cuanto llegó mi padre, notó mi ausencia al no verme como de costumbre frente al televisor. Desde mi cuarto oía cómo crecía su enfado ante lo ocurrido, la voces de mi madre pidiendo calma y la insistencia de Lucía en que ya no iba a jugar más. Mi padre zanjó la discusión.

—¿Pero tú te crees que se le puede hacer esto al máximo goleador del equipo? ¿A qué se creen que están jugando? Vamos es que me lo llevo, ¡Víctor hijo! vas a dejar el club —gritó fuerte para que yo lo oyera.

Me tapé los oídos y me concentré en la ventana de la casa de Manolo repitiendo todo el tiempo, "que no entre, por favor que no entre, que no entre". Justo entonces divisé a la madre de Manolo, que como un fantasma miraba entre las sombras de la penumbra para el cielo. Desde que empeoró era la primera vez que la veía; tampoco es que la hubiera visto muchas veces antes, quizás siendo muy pequeño hubo otra ocasión, pero lo cierto es que no la recordaba así, tan vieja, con el pelo tan desgreñado y esos ojos vacíos que miraban a la luna. Tuvo que ser una mujer muy guapa, pues aún conservaba el encanto de una cara joven y agradecida bajo el rostro del dolor. Mi padre no entró y me dejó en paz.


Cuando sea mayorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora