Capítulo 30

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Cuando Yesung entró en su casa, miró el reloj de su muñeca.

―Las cinco ―murmuró.

Tenía media hora para llegar hasta el lugar dónde Yunho le había citado.

Se encaminó con algo de prisa hacia el pasillo y llegó hasta el armario del fondo. Al abrirlo, echó un rápido vistazo a sus armas y sacó un par de sus pistolas, no iba a encontrarse con Yunho desarmado. Después de colocárselas en el cinturón, cuidadosamente cubiertas por su chaqueta de cuero, cogió también una de sus navajas y la escondió en el interior de su bota.

Tenía bastante claro que no le esperaba una amena charla con Yunho cuando se encontrasen, pero iba a hacer lo que fuese necesario para que el imbécil dejara a Kyuhyun en paz de una vez por todas.

Con un último vistazo al armario, decidió poner rumbo a lo que el destino le deparara. Salió del piso y bajó las escaleras hasta la calle. Frente a la puerta del edificio, su moto le esperaba, Kangin no había querido venderla al final y en ese momento se lo agradeció mentalmente, de otro modo no habría podido llegar a tiempo al lugar dónde Yunho le esperaba.

Era un edificio de oficinas, tal vez. Era un lugar algo aviejado y polvoriento, un antro de mala muerte. Frente a la puerta que hacía referencia a la dirección exacta, un par de tipos con cara de malas pulgas le observaban.

Estacionó la motocicleta frente al lugar y bajó de ella acomodándose la chaqueta y pasándose una mano por el pelo. Se acercó a la puerta con decisión, no pensaba dejarse intimidar por los gorilas que la flanqueaban. Los hombres debían estar al tanto del asunto, pues no abrieron la boca cuando él agarró el picaporte de la puerta y la empujó hacia dentro, abriéndola.

Un estrecho pasillo con unas escaleras que conducían a un piso superior, le recibieron al otro lado. Con una sensación algo claustrofóbica del lugar echó a andar por él corredor hacia las escaleras. Los hombres de la puerta entraron tras él, siguiéndole escaleras arriba.

En el piso superior, un rellano cuadrado con un sofá encarado hacia una puerta le recibía. Dado que no había otro lugar al que dirigirse, se enfrentó a la puerta e, igual que había hecho en el piso inferior, agarró el pomo y la abrió hacia dentro.

Según su impresión, aquel lugar debía tratarse de algún tipo de local de préstamo o corredores de apuestas. Varias mesas de escritorio se encontraban dispuestas en fila una detrás de otra, cada una de ellas con un teléfono y una gruesa libreta bajo la blanquecina luz de un foco de escritorio. En alguna de ellas, había algún periódico o algún tazón de ramen a medio comer. En la mayoría también descansaba un cenicero lleno de colillas.

El lugar apestaba a cigarro y alcohol. Yesung estaba seguro que en algún rincón de aquel lugar, había un minibar bien surtido.

Al fondo de la habitación, una puerta junto con otro tipo de aspecto peligroso le esperaba. Enfiló el pasillo entre las mesas y llegó hasta él. El hombre le hizo una seña para que se detuviera. Yesung le miró con curiosidad.

―Yunho me está esperando ―soltó.

El hombre asintió.

―Dame tus armas ―le indicó.

Yesung chasqueó la lengua, pero llevó sus manos a su espalda y sacó sus pistolas. Tampoco quería buscarse problemas antes de entrar.

―Las quiero de vuelta ―le advirtió.

El hombre le devolvió una sonrisa torcida antes de llamar a la puerta tras él.

―Adelante ―se escuchó desde dentro.

Desbarataste mi mundo por un golpe del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora