Abrí los ojos, otra noche en la que se me hacía imposible dormir, ya era costumbre. Me levante y fui a la cocina, serví un vaso con agua y lo tome, camine hacia la ventana y me senté en el marco, este viejo edificio podía ser un asco, pero la vista era hermosa, da un perfecto panorama de San Francisco.
Suspire agotada, mañana tendría que salir al trabajo a las 8am, luego a las 2pm tendría que ir a clases, y a las 7 a la biblioteca, era así siempre, esta era mi vida. Departamento feo, trabajo aburrido, clases largas, y luego la biblioteca con libros llenos de polvo porque a nadie le interesaba leerlos.
Tantos libros interesantes que podría leer, pero no, me la pasaba leyendo sobre «La historia de las Leyes».
Mientras veía el paisaje mi mente estaba volando, como siempre, siquiera por unos minutos, aunque sea a las 3 de la madrugada, mi mente puede ser libre.
¿Saben que detesto? A los que dicen «Quiero crecer para hacer lo que me dé la gana, ser libre» o cosas por el estilo; y es que, todo es mentira, mientras más creces, menos libre eres, te vas volviendo presa de la vida.
Lose porque me paso. Nunca les ha ocurrido que se ven al espejo y se preguntan «¿Dónde está la niña que era antes?» O ven una foto y no encuentran posible como de esa niña te has convertido en esto, como de una sonrisa en tus labios, no hay más que una mueca y de una mirada de ilusión solo queda una mirada vacía.
Para mi definitivamente ya nada tenía sentido, nada me motivaba, ni siquiera entendía porque hacia lo que hacía.
Escuche unos ruidos y mire hacia la entrada, tres chicas y un chico, de mi edad aproximadamente, tratando de abrir la puerta, ebrios y sin control de ellos mismos, patéticos. Aunque, no sé quién era más patético, ellos, o yo por no tener nada mejor que hacer que observarlos por la ventana.
Me levanté, fui por una pastilla para dormir, después de tomarla me recosté de nuevo, el techo estaba horrible, necesitaba pintar. Aun escuchaba las risas de los chicos ¿Acaso nunca entrarían?
Mis párpados cada vez se hacían más pesados, iba cerrando los ojos, hasta que me quede dormida.
...
La gente caminaba de un lado para el otro, me sorprendía como lograban no colisionar entre sí. Todos tenían grandes sonrisas en sus rostros ¿Acaso piensan que les creemos? Si lo creen están mal, bueno, siquiera yo no lo hago, para mi es obvio que no están felices, nadie sonríe así normalmente, hasta puedo decir que dan miedo.
—¿Ya están listas las fotos? —pregunto un chico con una sonrisa.
Negué con la cabeza volteando los ojos.
Si, este era mi «increíble» trabajo, como encargada de un estudio de fotos instantáneas en el centro comercial.
—¿Mal día?
—Común, diría yo —dije tratando que no hablara más.
—Puedo ayudarte con eso, si gustas claro.
Lo mire, rubio, ojos azules, sonrisa de comercial, reloj costoso, zapatos italianos, seguramente un niño de mami y papi.
—¿Que te hace creer que necesito la ayuda de un niño rico?
Entre cerro los ojos y río.
>> Tus fotos están acá —puse el sobre encima de la mesa.
Saco su billetera y me dio su tarjeta de crédito e identificación, la pase y se la devolví.
—¿No tengo que firmar algo? —sonrisa de engreído.
Le di un bolígrafo y el recibo, firmo y me lo entregó. Antes de irse se encargó de guiñarme el ojo.
ESTÁS LEYENDO
Mi Razón para Vivir
Novela JuvenilSiempre fui una chica muy correcta, enfocada en el futuro, pero nunca pensando ni disfrutando el presente. ¿Amor? No, eso era solo una distracción; ¿Amigos? No gracias, no entendia cual era el desespero que tenian todos en tener personas quienes sol...