CAPÍTULO 12 | Bienvenida de nuevo

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HEATHER

Por increíble que suene, los hospitales son lugares muy fríos. Más de lo que a mí me gustaría que sean. A eso de las diez de la noche, una señora se acercó a Esther y se la llevó, así que estoy sola desde ese entonces. Hay un reloj delante de mis narices. Ya casi es medianoche, detalle que me altera, y aún no sé nada de mis amigos.

Maia y Perrie se fueron hace ya mucho tiempo. No volvieron. Dijeron que, de ser así, no teníamos que buscarlas. No lo hice. No por miedo, sino porque esas fueron las indicaciones. Y Esther había empezado a llorar desde el exacto segundo en el que ellas dejaron el hospital, así que no podía ni siquiera pensar en dejar sola a mi amiga.

Mira en dónde estamos, maldita sea.

Todo debería estar mejor pero está cada vez más complicado.

Estoy hambrienta. No sé cuándo fue la última vez que comí algo que haya calmado mi hambre. Además de eso, tengo ganas de ir al baño. Estoy cansada. Necesito diez duchas seguidas, o lo que sea que pueda quitarme este sentimiento. No sé qué hacer. Hacia dónde ir. Estoy sola, podría hacer algo. Siento que siempre podría estar haciendo algo pero nunca sé cómo. O qué.

Eso hace que solo sea peor.

Me pongo de pie para caminar. Comienzo a dar vueltas en la sala. Hay familias, mujeres, hombres, de todo a mí alrededor. Podría pedir ayuda. ¿Pero me serviría? ¿Me creerían?

Vuelvo a sentarme. No sirve de nada estar dando vueltas. Tengo que buscar a Esther, o a Maia. Hacer algo de lo que me dijeron que no haga, así que me dirijo al pasillo por el que sé que se llevaron a mi amiga hace ya unas horas. Están las habitaciones del hospital por aquí, pero no tengo idea de en dónde se metieron. Entonces decido avanzar sin saber qué hacer. Algo tiene que suceder. O llegaré a alguna parte, o encontraré a alguien. Sin embargo, termino atravesando todo el pasillo sin que ninguna de las dos opciones se cumpla.

Choco con el ascensor en el exacto momento en el que se abre, así que subo. Estoy sola en él incluso cuando las puertas vuelven a cerrarse, así que me tomo mi tiempo para analizar los pisos que hay en el hospital. En el último suele haber un lugar de comidas, o lo que sea, así que es ahí a donde me dirijo.

Sin embargo, una vez que abandono el ascensor, el ambiente que me recibe es totalmente diferente a lo que esperaba.

Las paredes están sucias. Las luces del techo parpadean, están destrozadas. Hay un pasillo que me recibe con cristales rotos sobre el suelo. No parece haber ni un alma a mí alrededor, pero algo me dice que no estoy sola. El miedo intenta volver a paralizarme, pero consigo moverme. Avanzo. No puedo quedarme quieta.

—¿Hola?—pregunto alzando la voz.

No esperaba recibir respuesta alguna, pero ocurre lo contrario.

—¡Hola!—oigo que grita alguien.

Me detengo en seco. Reconozco esa voz.

Pero sacudo la cabeza. No puede ser. Es imposible que se trate de Caitlin, siendo que ella está muerta y 00:00 se acabó. Estoy a punto de volverme al ascensor para bajar a pedir ayuda, cuando escucho un nuevo sonido, y esta vez se trata de una gran explosión que parece suceder en la habitación continua a la que está justo frente a mí.

Parpadeo repetidas veces, aturdida.

—¡Necesito ayuda!—vuelvo a escuchar que grita la misma voz.

Niego con la cabeza, pero soy incapaz de retroceder. Lo único que me sale hacer es avanzar. Mis pies pisan los cristales, pero no duele. Tengo zapatos. Algo me cubre, aunque soy capaz de sentir cómo se incrustan en la suela. Observo para todos los lados posibles a medida que avanzo. No veo nada. Todo está oscuro, y las pocas luces que iluminan mi alrededor titilan a cada momento.

AlevosíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora