Novena parte

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Desde que Van dejó de asistir al colegio, las cosas se volvieron extrañas. Veía incluso menos a su madre, que insistía en estar perfectamente, lo que creaba la ilusión de que vivía solo. Ella se pasaba el día fuera, a pesar de apenas poder ver nada a más de un palmo de distancia. Iba a todas partes con unas elegantes gafas de sol marrones, con la excusa de que había demasiada luz, y sus compañeros de trabajo empezaron a sospechar de sus quejas según avanzó el invierno. Ya no era creíble, pero no le importaba. Mantenía las persianas de su habitación permanentemente bajadas, alimentando el tono tétrico y melancólico que había adquirido el piso. Ya no le importaba encontrarse ramos de flores en la entrada, decía, aunque tardaron en llegar más. Los cogía y lloraba con amargura sobre ellos cuando creía que estaba sola.

Van disponía de  más tiempo libre , con todas esas clases de las que ahora se había liberado, que disfrutaba más preparándose por su cuenta. Decidió convertirse en voluntario del refugio de animales que había a seiscientos metros, para matar el tiempo. Las horas sobrantes de inactividad las empleaba en leer a poetas malditos y engullir unos bollos de crema cuya existencia acababa de descubrir. Averiguó pronto dónde había una biblioteca cerca.


Se había propuesto empezar a escuchar música, con propósito de ganar algo de cultura. Compraba cds en la tienda donde conoció a Lynn y los escuchaba mientras comía, para lidiar con el silencio que reinaba en la casa. Parece que con la música la soledad pesa menos, aunque siga siendo la misma, y solo cambie la banda sonora que la envuelve. ¡Lynn! No había vuelto a verlo. Al menos conservaba su número y vívidos recuerdos de todo lo que experimentó la última vez, todas esas experiencias nuevas que siempre juzgó desde fuera menos estimulantes. El simple recuerdo del chaval, atrevido y charlatán, le ponía de los nervios y ni siquiera se lo explicaba. Había un espacio privilegiado en su memoria donde archivaba el calor de sus labios y el cosquilleo que provocaba su pelo, como un altar particular, un santuario dedicado a ese beso. Era demasiado. Van se estremecía y se convencía de que haría el ridículo si le llamaba cada vez que pensaba en ello. Que era antinatural en su caso tener ambiciones o mínimas expectativas de que estuviera interesado en él. Fue un impulso, Lynn mismo lo dijo. Le puede pasar a cualquiera. Puede que no significara nada para él.

Una tarde en la que Van devoraba un grueso libro de poesía, tumbado en el suelo de la azotea, vio la figura de su madre aparecer de pronto, su sombra trepar por el las escaleras. Sin decir ni una palabra, Ada se inclinó sobre Van como si fuera a decirle algo, pero antes de que pudiera despegar los labios Van ya había cerrado su libro, se había levantado, y bajaba al piso. Huyó con nerviosismo, decidido a no enterarse nunca de lo que fuera que tuviera que decirle.
Siempre pasaba lo mismo. Van guardaba tal rencor hacia su madre, por su trato y sus mentiras, que cada vez que ésta venía a casa emigraba a su cuarto. Era una forma inconsciente de castigarla ,de mostrar su desprecio. Ada estaba dolida, sí, pero no decía nada. Había llovido desde la operación y su respectiva recuperación, desde que fue pillada en sustancias, en un brote violento, pero tenía demasiado orgullo. Fingía no importarle que las veces que coincidía con su hijo este no quisiera cuentas con ella y la tratase como el anticristo.
Sin embargo, aquel día el comunicado era importante, y Ada no volvió a marcharse en rendición. Tomó las mismas escaleras por las que hace un momento había pasado Van y fue hasta la puerta del cuarto de él todo lo deprisa que pudo. Llamó, sin esperar respuesta, y al darse el silencio que esperaba, entró. Van se obligaba a estar muy concentrado en acabar su libro y evitaba mirarla. Ada tomó asiento en la cama. Le costó encontrarla, porque las condiciones luminosas eran pésimas y bastante mal veía, así que tuvo que palparla antes de sentarse
-Te vas a quedar ciego. Sube esa persiana.

-Ah- qué ironías tenía la vida.

-Van, tenemos que hablar- anunció. Por primera vez captó la atención de él.

-Dispara.
Ada levantó las manos con las palmas hacía arriba, como si fuera una obviedad.
-Ni siquiera nos hablamos cuando estoy.
-Sí -fue lo único que dijo Van antes de desplazar la vista por el lomo del libro.
-¿Crees que es normal?
Van se encogió de hombros. Había empezado a doblar el borde una página con nerviosismo.
-Supongo.
-¿Por qué supones eso?- inquirió Ada con voz ronca. Buen momento para recapacitar e intentar arreglar las cosas -Mira, Van ,esto no es la idea que tenía yo de una familia. Quiero decir,míranos: parecemos extraños. Ni siquiera me das los buenos días.
Van le dirigió una mirada de profundo odio y reproche.
-¿Y de quién es la culpa?
-¿Estas diciendo que es todo mi culpa?
-Nunca estabas cuando te necesitaba.
-Pero Van ,¡eso no es justo! Mi trabajo...
-Tu trabajo siempre ha sido más importante- afiló el tono. que yo.
-Mentira- ¿ a quién quería engañar?
-No. Creo que no miento.
Ada respiró pesadamente llevándose la mano a la frente. Se giró, como si mirar hacia otro lado fuera el mejor remedio para recobrar la compostura.
-Da igual. No venía a hablar de eso, venía a hablar de otro tema.
-¿Qué pasa?
-Verás, hablé con la orientadora de tu anterior colegio.
-¿Por qué?
-Tienes un problema y no sé como ayudarte. No puedo...-se interrumpió para secarse una lágrima. Se le había colado algo en el ojo, porque sino Van no se lo explicaba, eso o empezaba a ser consciente de lo patética que  se había vuelto- hacer mucho por ti. Quiero ayudarte, hijo. Compréndelo.
Se instaló un silencio entre los dos realmente incómodo hasta que él lo rompió.
-¿Y qué puede hacer esa mujer por mí?
-Te ha estado observando. Me ha recomendado a un profesional.
-¿Qué tipo de profesional?
-Estoy hablando de un psicólogo.
-No quiero hablar de mi vida con un desconocido.
-Pues tendrás que hacerlo. Si no vas, no te dejaré seguir trabajando de voluntario en ese sitio.
-¿El refugio? No es un trabajo.
-Me da igual. También te prohíbo comprar más libros y va acabarse ese consumo masivo de bollos de crema.
Van palideció, si es que era posible hacer eso teniendo su tono de piel. Boqueó formulando una protesta. Con los bollos poca broma.
-P-pero, ¿por qué? ¿Por qué es tan importante que vaya?
-Por tu bien. No estamos seguros pero...parece que tienes...no lo sabemos aún, no queremos precipitarnos
-¿Qué es lo que no sabéis si tengo?-le cortó. Empezaba a impacientarse y le chirriaba aquella invasión a su intimidad en formato de psicoanálisis. ¿No podían meterse aquellas dos en sus propios asuntos?
-La orientadora te ve deprimido.
-Ah. Me había asustado.
Ada abrió mucho los ojos ante la falta de emoción de sus palabras, la falta de preocupación o alarma. Lo evidente y trivial que parecía.
-No hay más que hablar. Cogeré cita y te avisaré en cuanto la tenga. Me da igual si te niegas a ir, pienso cumplir lo que he dicho.

Se marchó, muy cerca de de tragarse la puerta, que la esperaba semi abierta y apenas se esforzó en esquivar. Su ultimatum fue coronado por el sonido de los tacones por el pasillo, un ruido hueco y vacilante. Van no pudo volver a concentrarse en su libro.

Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora