Cuadrigésima segunda parte

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A veces las cosas asustan pero solo de lejos, cuando son un plan de cuestionable magnitud. Una vez que están pasando parecen reirse de ti, de ese terror que el mero pensamiento te ha estado provocando. Se burlan, sabedoras de que tus emociones te han controlado. En eso nos llevan ventajas, son más sabias.

Eso le sucedió a Lynn. Volvía a caminar junto a su hermana como si no hubiera habido ninguna pausa entre las primaveras de su adolescencia, cuando recorrían lo más parecido a puerto que había en Jonköping. Nada era tan terrible, tan merecedor de haber sufrido por lo que ocurriría. Synnöve parecía otra allí parada, con las bolsas aún en la mano y la boca desencajada de reírse, muy grande. Había vuelto al hogar, a las raíces, a través de su reconciliación con Lynn. Las horas con él volaban y se integraban a ese trozo de la memoria que reservamos para aquello que nos hace palpitar más fuerte, a sintonía de los nuestros.

-Estas guapísima, Sy- dejó caer él cuando se desplomó en la silla de la cafetería. Llevaban horas deslizándose de tienda en tienda hasta diseccionar todo el perímetro. Habían dejado a Van plácidamente dormido para escaparse de compras, con la complicidad que solía unirlos y ya creían perdida- Has dejado el centro seco.

-Me viene bien salir- rio- Hacía mucho que no lo hacía.

En dos días ella se iría de luna de miel con el afortunado de Ted. Cuando Lynn le cogió el teléfono esa misma tarde le confesó histérica que necesitaba más ropa, y qué demonios, desconectar de todo y pasar un tiempo agradable. Se juntaron a hora punta y desplegaron su arsenal de consumidores de la industria del vestido y calzado como temible dúo. Uno se colocaba en una esquina del probador y otro le pedía, en un procedimiento sincronizado e hipnótico, que le trajera otra camisa de otra talla. Lynn, pese a toda su buena intención, no pudo resistirse en mirar ropa también para él, aunque su afán por los trapitos se hubiera debilitado en la última década. Pero, de alguna manera, ahí estaba, sediento de nuevas víctimas: chaquetas que ni siquiera se atrevía a probarse y vaqueros de esos que los jóvenes llevaban ahora. No terminaba de gustarle eso de recaer en la esclavitud de la estética y el qué dirán, pero se prometió que solo estaba emocionado, que el día de hoy estaba cargado de proyectos de armario efímeros y que su vida era mucho más cómoda reutilizando hasta cuatro veces los mismos pantalones.

Sy, sin embargo, se dejó seducir por los muestrarios y la ropa colgada. Parecía una colegiala descubriendo en su tienda de barrio el modelito que había lucido Britney Spears. Por esa vez, ambos regresaron a cuando su mayor aspiración era que su madre les permitiera comprarse la falda de moda.

-¿Café?- preguntó Lynn, ojeando la carta de bebidas. Aún sudaba del horrible calor que hacía en la última tienda, de proporciones inhumanamente pequeñas para la cantidad de clientes que albergaba a esas horas de la tarde. Se remangó la camisa.

-No, gracias, no tomo. La ansiedad.

-Oh, perdona.

Se pusieron al día de sus vidas con una sorprendente frescura. Nadie estaba desempolvando un mueble antiguo sino puliendo y restaurando, ensalzando la estructura que siempre estuvo allí, aunque se hubiera descuidado y abandonado a un posible deterioro. Lynn le habló de Van, de la extrañas circunstancias en las que lo conoció y de sus cosas favoritas de él. Synnöve no vomitaba de ternura y le daba pie a seguir narrando.

-Parece muy tímido- se balanceó sobre su asiento, con las piernas plegadas bajo el pecho y los zapatos en el suelo, no sin antes haber comprobado al dejarlos que nadie la mirara. No le gustaba renunciar a sus viejas costumbres infantiles, llamativas en la mujer tan seria que solía ser siempre.
-Lo ví en la boda más de cerca.
-¿Y qué tal?
-Hacéis muy buena pareja- se encogió, como si la declaración le embriagara el cuerpo de una descomunal emoción que no cabría en una postura rígida y estática.
-Muchas gracias- Lynn se llevó la mano a la parte trasera del cuello y se tironeó de los músculos. Los conocía bien, tuvo que entrenarlos y sufrir las punzadas de excederse en ello- Ted y tú también.
-En serio, Lynn. No sabía que te gustaran los chicos y creía que iba a ser- buscó  las palabras  adecuadas mientras inspeccionaba algo en el techo- raro. Pero vosotros dos... parecéis hechos a medida. No os parecéis a otras parejas, ya sabes, de chicos.
-¿Qué quieres decir, Synnöve?
-No hay nada forzado- sonrió, incómoda- Perdona, no quería estereotiparlo. No quería decir lo típico que se dice, esas tonterías de que sois ambos muy masculinos.
Lynn levantó las cejas, intrigado. Le había pillado con la guardia baja. Nunca hubiera imaginado que su hermana se hubiera parado a reflexionar con detalle, a indagar en algo distinto a lo que parecía ser el absoluto foco de atención: su transexualidad. Era buena señal que su interés por aprender más no hubiera decaído, que sus ganas de entenderle no hubieran alcanzado su cúspide. Buscó sus manos, de pronto emocionado, y se sintió torpe. Ella las asió y seguía sonriéndole como había hecho desde que estaban juntos.
-No pasa nada, de verdad- le aseguró Lynn, y luego sus facciones se agravaron. Su tono se hizo más serio-Algo está cambiando. Te veo mejor, Sy.
-¿De qué?
Él negó con la cabeza. Déjalo, yo me entiendo. Synnöve se encogió de hombros. Sí, algo cambiaba. El rio que llevaba estancado en el alma, ese pozo de tristeza, volvía a correr quizá con algo de timidez y prudencia; pero daba signos de vida, eso era lo importante. Algo corría, algo mutaba, dónde antes reinaba la quietud e indiferencia de la soledad y las garras de la depresión. Parecía casi mágico, demasiado bueno para ser cierto, pero ese pesar no estaba. Y el comienzo de su ausencia se sentía tan ligero...que Synnöve podría despegar un poco los pies y seguro que flotaba en el aire.
-Me alegro de verdad de que estés bien- captó la atención de Lynn, que navegaba perdida en el tiesto de la ventana- Con Van. No has tenido mucha suerte antes y por momentos juré que no ibas a aprender nunca.
-¿Hablas de El Rata?
-Sí, entre ellos- se rieron.
-Dios mío, Lynn, parece que han pasado siglos. Qué tipo más horrible, qué mal gusto tenías.
-¿Cómo puedes acordarte todavía?
-No lo sé. ¿Por qué se llamaba así? Siempre he tenido curiosidad.
-Creo que por esas rimas horrorosas que hace la juventud cuando se rula sustancias, ya sabes- ella le miró sin seguirle del todo- Tonterías adolescentes. Esa especie de contraseña que invita a quien la acierta a acabarse un cigarro.
-¡Qué cosas, por dios! Mira que ser conocido así...
-Lo sé. Suena un poco ridículo.
Siguieron conversando, absortos, mientras la cabeza de Lynn le devolvía miles de recuerdos. El frío que hacía la noche que El Rata le confesó que le gustaba y lo citó en una calle sin salida. Llegó con su moto, presumiendo de poder conducirla, y Lynn solo podía pensar en la cara que pondrían sus amigas cuando contara el encuentro furtivo y la envidia que generaría. Él lo invitó a sus dominios, al sótano donde sus padres le dejaban dormir y por lo visto, beber, a juzgar por las latas arrinconadas en los lugares más insospechados. Abrieron unas latas de cerveza y Lynn fingió no querer vomitar con el sabor, profundamente asqueado, preguntándose como lo hacía la gente. Lo que Synnöve nunca sabría eran las propuestas e insistencias que el otro haría cada vez que se veían, las insinuaciones demasiado atrevidas para la mente jovial e ingenua de Lynn. Las descabelladas propuestas que otras noches como aquella dejarían de ser platónicas.







Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora