Trigésimo octava parte

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Cinco de la tarde en la actualidad. Uno- de los múltiples- despachos de la señora Klassen.

Ada tomó aire con pesadumbre y se terminó de abotonar la falda de lápiz, que se escondía bajo su gabardina. No estaba sola. Junto a las persianas entornadas de la oficina se tambaleaba un individuo, haciendo equilibrios sobre una pierna para terminar de vestirse. Nadie dijo nada por un largo rato.

-Debería irme- sentenció finalmente Ada, incómoda, y se acercó a la salida. Su compañero la miró con desesperación e hizo un esfuerzo por parecer calmado. Su voz lo sonaba pero sus ojos le delataban.

-¿Te veo mañana?

-No lo sé, Hans.

-Pensaba que había algo.

-¿Entre nosotros? Te repito que esto no debería seguir pasando. Tengo trabajo que hacer.

-¿Te preocupa que te expulsen? Mi casa está cerca.

-Ese no es el problema.

-Entonces, ¿qué?- terció elevando el tono más de lo que pretendía. Se reclinó contra el escritorio que le cortaba el paso.

-¿Qué estamos haciendo? Míranos.

-La vida es muy breve para pensar.

-No está bien, Hans.

-Deja de repetir mi nombre como sí...

-¿Como si qué?

-Como si te diera asco. No lo entiendo.

-Ahora mismo me lo da- musitó. Él hizo una mueca de dolor. Era evidente que la había oído.

-No eres tan diferente a mí. Piensas que aquí el enfermo soy yo. Te equivocas.

-He cometido muchos errores pero no pienso seguir en esa línea.

-¿Yo soy uno?

-Lo que pasa cada vez que nos reunimos lo es.

-Mientes. No hay nada que puedas sacar de mí, ninguna ventaja laborar. Nada. Lo haces por tu propio pie, tiene que haber una razón. Quizá que me veas como alguien fácil.

-Lo eres. Te hincarías de rodillas si te lo pidiera.

-Piensa lo que quieras.

-Me voy, Hans.

-Adiós- gruñó. Ella cerró la puerta tras de sí y recorrió el pasillo con pisadas sonoras, clavando a conciencia los tacones en las baldosas.

"Lo que me faltaba", pensó. ¿Se creía acaso especial aquel insolente? Un simple compañero de trabajo calenturriento al que le iba el morbo de arriesgarse a hacerlo en horario laboral. En la oficina para ser exactos. Por supuesto que había una razón, la misma que le atormentaba las madrugadas de insomnio. Era como si un monstruo se apoderase de ella y apenas podía pensar en nada más cuando su libido decidía hacer acto de presencia. Era completa esclava de él, y Hans, una mera herramienta, un recurso a mano.

En cierto modo, culpaba a Hans de seguirle el juego o de no ver peligro en esos encuentros fortuitos: en no cortarle las alas. Su enorme deseo le hacía sentir inmoral y egoísta, se le antojaba maligno e indigno de mujer que se preciase. Igual no era tan egoísta, al fin y al cabo, le hacía un favor a Hans que si no se dieran estas circunstancias no haría. Hasta el momento en el que él se había hecho ilusiones todo había ido como la seda. ¿Por qué había asumido sentimientos? ¡Qué estúpido!

Conpungida y avergonzada de sus brutales instintos, se refugió en el despachito que tenía la cafetera. La única alternativa para conseguir algún mejunje estimulante era desplazarse hasta el piso de abajo y las ganas de Ada brillaban por su ausencia. Trató de calmar el temblor de sus rodillas colocando la pila de archivadores de la estantería más cercana por orden alfabético. No surgió demasiado efecto. Su mente avanzaba a velocidad de vértigo. ¡Maldición!

Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora