Decimoctava parte

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En un pueblecito cerca de Jönköping, bañado por el lago Bolmen , situado en la histórica  provincia de Småland, se asentaron los Selander, cuando los hermanos mayores de Lynn solo existían en la mente de sus padres.  El lugar era acogedor, resguardado entre verdes montañas,  recorrido en su longitud por casitas tradicionales que apenas resistían el peso de las nevadas sobre su tejado. Las calles eran viejas y su pavimento quizá no muy bueno, pero siempre estaban transitadas, ya fuera por carcamales que paseaban o amplios grupos de niños de diversas edades, muy delgados y rubios, que se dejaban crecer la melena indistintamente de su género y vestían de manera humilde.

El partido socialdemócrata sueco había subido al poder, y pronto comenzaría la inflación, que sería un auténtico dolor de muelas para el reucido poder adquisitivo de Ebba Selander, quien hasta entonces traía dinero a casa. Corrían tiempos complicados que requerían medidas enrevesadas. Como último recurso para salvar su economía familiar, el abuelo  Wilmer  comenzó a vender las maquetas de navíos que hacía. Por suerte, no pasaron menos de dos meses hasta que su hijo de reincorporó al mercado laboral como mecánico,  arreglando los destroces de los automóviles de familias asalariadas.

Lynn nació una primavera de la siguiente década, bajo un nombre que cambió tras salir de su núcleo familiar. Se crió entre colinas verdes y voces infantiles, entre otros niños pálidos y largiruchos como él, de los condados de al rededor, que bajaban hasta Jönköping para hacer navegar sus barcos de juguete.  Su hermano Edvin , acababa de cumplir los quince años y no tenía ningún interés en jugar con él, pero, en cambio, Synnöve, que debía de rondar los trece cuando Lynn ya sabía leer, siempre compartió bromas y complicidades con él.

Los domingos, su hermana y él se escaqueaban de la misa, bajo la sombra de la pétrea ermita, para divagar por el bosque del sur, comerse los kanebullar* que habían robado y simular con infinita inocencia ser conquistadores, que habían descubierto la península y se internaban entre los árboles para vivir una aventura. Vivían alegres, en una burbuja creada por los adultos que les hacía ignorar las arduas condiciones que asolaban al país y la desesperada situación que vivían algunas familias. Simplemente vivían, sin muchos medios ni dinero, sirviéndose de su imaginación a falta de verdaderos juguetes, manteniendo sus tesoros infantiles en comuna.

Eventualmente, la indudable verdad  comenzó a amenazar la estabilidad de la burbuja, y los sueños infantiles de Lynn  se fueron desvaneciendo conforme se filtraban en su mente pequeñas dosis de realidad. En una ocasión Wilmer le regaló un barquito que había fabricado, al ser su octavo cumpleaños- no le contó que ya nadie compraba sus maquetas y le había costado un esfuerzo económico conseguir aquella madera. Lynn no podía parar de sonreír y corrió a enseñárselo a su padres, que discutían como de costumbre, de forma bastante agresiva, hasta el punto de agredirse físicamente. El señor Selander se percató de la presencia de su hijo, y el niño  tuvo que marcharse de allí, enormemente defraudado y dolido porque las cosas funcionaran así, y se refugió en el taller de su abuelo, en el sótano, al que se accedía por una escalinata de madera. Estuvo empapándose del olor a pintura y barniz, las maquetas a su alrededor y la gran cantidad de planos  que su abuelo guardaba hasta que se quedó dormido, alumbrado por velas. Fue la primera vez que tuvo consciencia de que la vida no era tan maravillosa como él pensaba, refugiado en los juegos en la pradera y  la brisa marina.

[*rollos de canela, dulce tradicional del país]

Lynn se enfurruñó con el mundo y no tuvo ánimos para sacar su barco nuevo a surcar las aguas del Bolmen. Incluso los niños de la calle, entre ellos su amigo Carl, a quien recordaría con mayor precisión, acudieron a interesarse por su nuevo juguete, deseosos de comprobar si los rumores eran ciertos. A la mañana siguiente, sucedieron varios hechos que alteraron incluso más a Lynn. Sus padres parecían haberse reconciliado y anunciaron durante el almuerzo el reciente embarazo de su madre, noticia que en su momento no fue recibida positivamente por el pequeño Lynn, aunque más adelante desarrollara un gran afecto por su hermano Isak. Como segundo evento, Ebba le había hecho un vestido a Lynn, creyendo que eso le animaría, e intentó obligarle a ponérselo con pretexto de ser la noche de Walpurgis*. "Te he dicho que te lo pongas" le gritó hasta la saciedad, hasta que Lynn argumentó que se negaba al ser los vestidos de chica. Ebba no le entendió y se acabó rindiendo en su intento, habiéndo hecho mella la discusión en el fuero interno de Lynn, que se decidía a rechazar los roles de género con uñas y dientes.

  [*fiesta nacional que celebra la llegada de la primavera, festejada en Abril.]  

El tercer hecho, detonante de muchas otras sensaciones, tuvo lugar tras el roce entre madre e hijo,  cuando Lynn salió al pórtico de la entrada y descubrió a Synnöve caminando del brazo de un muchacho, a un par de metros de la casa. Los vio sentarse luego en un banco y abrazarse, a la vez que los celos le bullían en la cabeza. Cuando el chico se giró, le reconoció como Guillem, al ser un pueblo pequeño y haberle visto gran cantidad de veces en su escuela.

Guillem, ese muchacho tan corpulento, de rasgos angulosos y pelo cortado al tazón, cuya voz irónicamente aún no había cambiado y era increíblemente aguda en comparación con su  cuerpo medianamente desarrollado, en un avanzado estado de la pubertad. ¿Qué derecho tenía a apartarle así de los brazos de su hermana, a la que tanto atesoraba y adoraba? Había crecido mucho y estaba guapísima con su vestido primaveral y las flores que se había trenzado en el pelo. Le parecía insultante que alguien como Guillem se atreviese a tocarla y sostenerla entre los brazos.

Synnöve le vio, al igual que había hecho Guillem, y  se incorporó para llegar hasta donde le escrutaba Lynn. Soplaba el viento entre los dos.

-Elin, no le digas nada a mamá ni a papá- le brillaban los ojos, azules como el mar. Sonreía con incomodidad buscando indulgencia. No se imaginaba el daño que hacían sus palabras.

-No pensaba hacerlo.

-Bien- mostró sus dientes y le cogió las manos a su hermano- ¡Gracias, gracias, gracias!

-¿Es tu...?- Lynn frunció el ceño, debido al sol incidiendo sobre su cabeza. Usó la mano de visera.

-No, no. No digas tonterías.

Guillem también se levantó del banco y vino hasta ellos con paso despreocupado.

-¿Ocurre algo?- se dirigió a Synnöve, y le rodeó la cintura con el brazo. Synnöve le miró unos segundos, y tenía la palabra en la boca cuando Lynn decidió que había tenido suficiente y salió a correr en dirección contraria, sobre sus diminutas piernas, preso de enfado y odio que no sabía canalizar. Oía un nombre que le quemaba, cada vez pronunciado con menor intensidad conforme iba dejando atrás a su hermana y su pareja. Llegó al bosque.

Se instaló bajo la sombra de las taigas y anduvo hasta que atardeció trepando árboles y jugando solo. Cuando empezó a echar de menos la luz, iba a disponerse a regresar, agotado de saltar, deseoso de que su madre curase los rasguños de sus piernas. Pero para su angustia, cayó en la cuenta de que se había adentrado demasiado, y desconocía el camino a casa. Estaba solo y rodeado de una creciente oscuridad.

Escuchó el crujido de las hojas cerca de él, y el chasquido de una rama al partirse. Se le cortó la respiración. Sintió una figura deambular a su lado, semioculta por las sombras, y solo cuando el animal se retorció muy cerca de él y bostezó, mientras la poca luz restante resaltaba sus fauces, Lynn consiguió salir de su estado de parálisis y echar a correr. La vegetación le arañaba al pasar y le resultaba fatigador el esfuerzo físico que le suponía moverse. Cuando creía que iba a desamayarse, sintiendo al animal en sus talones, le llegó una luz cegadora.

Había una figura adulta con una linterna, que se volvió hacia la bestia y emitió un sonido gutural. La persona se mostró inmutable y se irguió amenazadora, logrando espantar al perseguidor de Lynn. Sonrió. Se trataba de un hombre decrépito que vestía harapos.

-¿Te has asustado?-soltó una risotada- Ten cuidado con esos bichos. Por aquí son comunes.

Lynn se extremeció, incómodo ante la presencia del desconocido, que no le inspiraba ninguna confianza.

-¿Te has perdido, bonita?- comenzó a acercarse a él.

-S-soy un chico ¿Quién eres tú?

-¡Ah, así que eres un hombrecito! Poco importa quien soy- le cogió la barbilla con su manaza sucia- Eres realmente encantador.

Tiró de él para aprisionarle contra un árbol, y le sujetó con brutalidad las muñecas.

-¿Qué...?- no tuvo tiempo de reaccionar. El hombre, entre risotadas, rasgó de un tirón su ropa fina, y le colocó un trapo entre los dientes. Lynn solo veía sombras, al crear la linterna un contraluz, pero su oído se agudizó y escuchó la hebilla de un cinturón colisionar contra el suelo. El hombre se abrió paso apartando sus rodillas, pese a la resistencia que oponía el muchacho, confundido por lo que iba a suceder. El viejo entró en él sin miramientos y el dolor era insoportable. Acaba de crearse una irreparable cisura en la barrera que  había estado separando a Lynn de la crueldad y atrocidades del mundo.


Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora