Vigésimo octava parte

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Sorbieron sus tazas con avidez. Los huesudos dedos de Riz encontraron los de Van, por debajo de la mesa, y se apartaron antes de que este pudiera abrir la boca para protestar. Le había pedido mil veces que no se pasase de la raya. Aunque, con su tono inseguro, no representaba una figura de excesiva autoridad, y, por eso, Riz parecía tomarse sus peticiones a broma en el fondo.

Habían vuelto a encontrarse a lo largo de esa semana, como quien no quiere la cosa. Riz aparecía en los descansillos de las escaleras, tomando el sol en el patio, o en los alrededores. En todas estas ocasiones, había mantenido distancia y se había asegurado de desaparecer en el momento justo que Van se decidía a acercarse. Se esfumaba del mapa, tan rápido como había venido.

Nada se sabía de su ubicación o actual ocupación. ¿Con quién vivía? ¿Estudiaba? ¿Estaba ya en el mercado laboral? Van trató de enterarse y recuperar el tiempo perdido, aunque al principio no le resultase fácil. Riz le rehuía, con la misma maestría con la que había conseguido arrinconarlo contra el pasillo en su reencuentro. Ni siquiera estaba seguro de nada. La incertidumbre de lo que había sucedido con el último vínculo que quedaba de su infancia, esa joven, se le hacía una distracción suficiente para que su reclusión por parte de Ada resultase más llevadera. ¿Cómo había conseguido engañar a la prensa, y a todo el mundo?

Estuvo buscando fotografías de la casa rural que habitó en el pasado, para despertar en él incluso más nostalgia. Una parte de él la echaba de menos, esa calma infinita que caracterizaba su antigua vida. Tenía muy claro que si Riz era real, no volvería a perderla. No se arriesgaría a tanto.

-¿La ves?- le preguntó una mañana a Ada, antes de que esta regresara a su puesto de trabajo.

Su madre mordisqueaba una galleta en la cocina, y asintió, al topar sus ojos con la vecina, que se sentaba haciendo equilibrios en la barandilla de su balcón.

-Debe de ser nueva. Me alegro de que esa casa ya no huela a muerto- dejó caer antes de dejar a Van solo. Así, él se tranquilizó, y dejó a un lado sus paranoias sobre estar viendo cosas irreales.

Parecía que hacía una eternidad que Ada había tomado la decisión de no dejar a su hijo ni respirar, encerrarlo en casa e interesarse por él más de lo habitual. Aún no había reparado en que él ya no poseía teléfono, así que este se lo ocultaba, con único fin de evitar más represalias o su incontrolable ira. El episodio de desobediencia ciega en el que Van había pasado una noche con Lynn se había quedado marcado al fuego en su progenitora. Nada parecía ser lo mismo.

Ada, como el resto de seres humanos, tenía miedo. Le aterraba que su hijo desapareciese permanentemente, y que esa noche solo hubiera sido el principio, y, más aún, que alguna influencia externa estuviese llevando por malos caminos a Van. No se encontraba lista para restaurar la normalidad en su hogar, así que se había vuelto especialmente estricta. La únicas personas con las que Van tenía actual contacto eran su tutor y el psicólogo, al que seguía acudiendo dos veces al mes.

Una tarde, Ada olvidó llevarse ambas llaves, y Van aprovechó la ocasión para escaparse un par de horas, cansado. Se había acostumbrado a salir más a menudo, al principio alentado por Lynn, y sentía la necesidad de respirar aire fresco con más libertad que la que proporcionaban los barrotes de la terraza. Bajó junto al pequeño descampado de su bloque, donde debían de yacer los restos de su móvil. Intentó sortear la valla de forma un poco patética, mientras meditaba las posibilidades de encontrarlo.

-¿Qué haces?- le sacó de sus cavilaciones una voz. Tenía a Riz a sus espaldas.

-Riz- se volvió. De golpe, olvidó su plan de rescatar la papilla tecnológica.

-Así no vas a conseguir mucho. Bueno, nos vemos.

-¡Espera!- dio un paso rápido y la sostuvo del antebrazo, quizá ejerciendo más fuerza de la necesaria. Riz no se quejó de la presión de sus dedos, ni hizo ningún amago de apartarse. No esta vez- Si de verdad te acuerdas de mí, hay cosas que quiero preguntarte.

-Tengo prisa, Van.

-Mañana es Martes. Voy a Farlane y puedo usar esa coartada. ¿Te importaría reunirte conmigo? Solo quiero charlar, no te robaré mucho tiempo.

Riz sonrió, mirando al suelo. De golpe la incomodidad había desaparecido de su semblante, y mostraba interés por la oferta.

-¿Dónde?

Acordaron una hora y un lugar, después de la consulta del psicólogo. Cuando Riz retomó su camino, se inclinó brevemente al oído de Van y este le escuchó decir "Has cambiado mucho. No te recordaba tan atractivo". Tragó saliva y decidió ignorar el hecho de que la joven tenía algún tipo de interés romántico en él. Nada de eso le importaba. Solo quería aferrarse a esa amistad de su infancia en medio del caos, ese puerto seguro con el que solía contar en su día.

Así fue como se encontraron en el sito señalado y tomaron asiento en un café moderno, de aire cosmopolita. La situación era tan surrealista que Van no sabía ni cómo reaccionar. Bromeaban como viejos amigos, y, a excepción de alguna pulla de vez en cuando por parte de Riz, la cita resultaba incluso agradable.

No sospechaban que Kendra y Jim recorrían las calles paralelas a la consulta de Farlane, persiguiendo su rastro. Habían visto a Van de espaldas, pero no sabrían determinar qué dirección había tomado. Jim se decantó por trazar un lento recorrido por el área con su coche, mientras Kendra ponía especial atención en los peatones que veía.

- Ha tomado aquella calle, eso lo he visto. Si hubiera salido, habría vuelto a aparecer por esa otra avenida. ¿No crees?

-Entiendo.

-Te dije que hoy era su turno del psicólogo. Qué suerte que haya asistido.

-No ha salido puntual- le riñó, como si fuera su culpa.

-Seguramente haya salido hoy antes. Sino, no me lo explico....

-¿No sabéis donde vive?

-Lynn igual sí. Si le cuento esto, no le iba a hacer gracia. No creo que quiera involucrar a Van con Synnöve.

-He oído que su madre es complicada. No creo que Lynn apoyase que te plantases en su casa. No querrá más problemas con ella. Venga, concéntrate en buscarle.

-¿Qué crees que hago, estúpi....do?

-El masculino está bien por hoy- replicó, sin quitar los ojos del semáforo. Llevaba gafas de sol de pera, bajadas - ¿Ves algo?

-No. ¿Habrá entrado en alguna casa? ¿Qué lugares frecuenta?

-Esta calle no tiene viviendas. Y no tengo ni idea de a qué lugares suele ir. Concéntrate en los locales.

-Lo intento. ¿Por qué no esperamos a que salga? Tú aparca por aquí, y yo monto guardia en la acera de allí- señaló la avenida perpendicular- Podría irse en cualquier momento y que no lo veamos.

-Kendra, sal, anda. Échale un vistazo a los sitos abiertos. Te recojo allí delante.

Kendra obedeció, nerviosa. Bajó del vehículo y se secó las palmas de las manos en los vaqueros oscuros, antes de comenzar a buscar. Al entrar en el tercer bar- aunque en el letrero figurase como café- pegó un grito, y agitó el brazo en la distancia, asomándose a la calle, para que Jim pudiese verlo.

-Lo he encontrado. ¡Es él!- aulló, triunfal, llevándose alguna mirada de reproche de los peatones más ancianos. No le importó que Jim no pudiese oírla con las ventanillas subidas.

Regresó al interior, directa al joven de cabello decolorado, que charlaba animádamente en una esquina del establecimiento.




Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora