La primera vez que Lynn manifestó conscientemente su identidad sexual, de manera más evidente y directa, fue a los catorce años. Había leído sobre Marsha P Jhonson en un libro que Gina le prestó y le pareció de gran sentido lo que narraba. Gina, íntima amiga, también asistía a una de los dos centros escolares de Jönköping, el Per Brahe. Si bien existía cierta hostilidad hacia todo lo nuevo y aquello sobre lo que la Biblia no tuviera una opinión abiertamente positiva, había un grupo de estudiantes que no lo compartían. Se reunían en lo que siempre fue un inocente club de debate de puertas al exterior, colonizado por ellos y convertido en un lugar seguro y un espacio de diversidad. Nadie lo anunciaba, pero no era necesario. Se sabía que los miembros estaban allí por su excentricidad y sus intereses, más particulares y radicales que los del resto de clubs. A veces, los más mayores llevaban literatura reivindicativa como si de contrabando se tratase y le ofrecían acceso y una oportunidad a los más jóvenes de empaparse de pluralidad y conocimiento. Se escuchaba a Queen y a The Doors en cintas hechas sonar en el centro de la estancia y el entorno no podría ser más apetecible. Desde hacía años, sin ir más lejos, un tema frecuente de los debates y coloquios era la semilla del racismo, partiendo de Matar a un ruiseñor y cediéndole, por primera vez en tierras extranjeras, protagonismo a Henrik, un muchacho de Nueva Guinea. Del mismo modo, la existencia de cierta diversidad en concreto y ciertas realidades fue tratada a su debido momento, sin mucha información y de forma tosca y superficial, pero lo suficiente para despertar un tipo de dolor que Lynn ignoraba que le dormía en el pecho. No quiero vivir como una mujer, les confesó al terminar Gina la lectura, subida al podio, y todos entendieron a qué se refería. Hubo aplausos y recibió el llanto sincero de los más sensibles.
Cuando la cosa fue a más y Lynn comprendió que no podía usar los aseos de caballeros sin armar un escándalo, quiso hablar con sus padres. La desesperanza que germinaba en sus entrañas terminó de estallar cuando Ebba no entendió una sola palabra y se refugió en el tomo de libro sagrado que llevaba en el mandil, en versión de bolsillo. Allí no se decían esas sandeces, fue su respuesta temblorosa. Su padre no dijo nada, pero asimiló más de lo que sugirieron sus gafas empañadas y su postura de derrota, con la espalda encorvada sobre el colchón de su dormitorio. Se sintió sucumbido y él no creía tan a pies juntillas en los santos y milagros , por lo que su desamparo no contaba con ese consuelo y solución omnipotente y lo sentía mayor. El abuelo lo escuchó todo desde su catre en el sótano e incluso se apostó detrás de la puerta según la conversación avanzaba. Llegó a una conclusión inmediata y más potente que la de los padres del chiquillo: no podía permitir que su nieto sufriera.
Lynn sabía, gracias al club de debate, que existen tantas verdades como personas y ninguna es absoluta. Por desgracia, la suya parecía estar eclipsada por continuos discursos de toda índole. La gente, sin tener él necesidad de abrir la boca, ponía de manifiesto en su día a día una opinión que no admitía ninguna más y que le impedía expresar lo que le bullía por dentro. No podemos detener la sangre, renovada por cada latido en su tránsito vital. No podemos arrancarnos lo que somos del alma y renunciar a ello, sabe dios por cuanto tiempo, hasta que la sociedad lo vea con buenos ojos. Lynn necesitaba vivir su verdad y así lo hizo. Comenzó a usar su nuevo nombre y a probarse las camisas de Edvin cuando este no estaba, del mismo modo que había hecho Jimena con la ropa heredada de su madre, en la otra punta del mundo, conectando a ambos jóvenes sin saberlo.
En los años que sucedieron, sumados a los pequeños pasos inseguros del rumbo de Lynn, la vida de los demás tal y como los conocía apenas era un esbozo de la actual. Synnöve se hacía mayor y era más inalcanzable. Estaba finalizando los estudios en el pueblo de al lado e iba y venía, cenando con chicos de aquí para allá y no dejándose impresionar. Trataba de acercarse con torpeza a la hermana que creía que tenía y le preguntaba por sus conquistas en momentos puntuales, cuando sus padres no tenían la oreja puesta y el pequeño Isak no merodeaba exigiendo que lo cogieran en brazos. Lynn tomó la decisión gradual, en gran parte por la presión, de camuflarse lo máximo posible de cara al público, en sacrificio de algunas cosas. También él quería sentirse deseado y sacarle partido a su adolescencia, que los chicos, con los que estaba cómodo pues también le gustaban, no tuvieran miedo a manifestar atracción por él ni sufriera ningún tipo de rechazo. Su doble vida le cubría las espaldas y le hacía parecer un joven más de su edad, con enredos amorosos, a diferencia de que no se sentía cómodo. No podía estarlo. Dejada la diversión a aparte, su vacío interior le condujo sin meditación previa a depender emocionalmente de cualquier malnacido que le hiciera sentir digno, aunque estuviera enamorado de una máscara. No se atrevía a compartirlo con Synnöve, cuyos temas del corazón tenían un aparente porte maduro y galán, con aventuras en la ciudad. Renunciaría a las promesas de muchos por Ted, que en aquel entonces comenzaba a trabajar en la embajada noruega con José Ángel Llamazares y Patricia Lugo.
A medida que Lynn crecía y ganaba autonomía, le fue más difícil seguir su premisa de satisfacer a sus seres queridos, pues íntimamente sabía que de otro modo disgustaría a la mayoría. Era el momento de mirar por su futuro y su desánimo a términos generales preocupaba a su madre, que ya no se acordaba de aquella conversación tan sonada que tuvo con Lynn a sus catorce ni relacionaba ambos hechos. Arregló una cita con un psicólogo modesto que fue el responsable de sacar de dudas a Lynn y averiguar sus habilidades en el campo periodístico, arrojando luz sobre su porvenir académico. También sirvió para hacerle abrirse y contar, no sin dificultad, lo que le sucedió de niño en el bosque con el infame vagabundo, que pesó como una nube negra sobre él cuando trató de experimentar su sexualidad. El psicólogo no ofreció una interpretación clara y el incidente se tomó a toda luces como un sueño, o una pesadilla en momentos de delirio infantil. Seguramente fuera algún intento de secuestro o abuso, le aseguró. Pretendía que se sintiera a salvo y lo olvidase.
Su último año de instituto lo marcó el corte de pelo, radical y difícil de ignorar, que se hizo con Synnöve y con el que se apareció el segundo día. Podría haberse interpretado de forma anecdótica, en una época en la que las presuntas divisiones entre la feminidad y masculinidad representaban nociones confusas y más cuestionables, si no fuera porque Lynn pidió públicamente ser tratado en masculino a varios profesores. Regresó a utilizar el baño que le correspondía y empezó a quitarle ropa a Edvin, que seguía viviendo con ellos, y pantalones a su padre, remangados como buenamente podía y dados varias vueltas en la cintura. Ya no podía ignorar las miradas que recibía, teñidas de una ignorancia atrevida y ganas de herir. El club de debate no se sentía preparado para afrontar que las cosas se volvieran serias o se reivindicasen en público y perdió el amparo y complicidad de muchos de los miembros, que de golpe no parecían conocerle por los pasillos. Leía su miedo en sus caras y le llenaba de angustia y odio.
ESTÁS LEYENDO
Butterfly {El Chico De Cristal}
Dla nastolatków¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...