Cuadrigésima quinta parte

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Van huyó al hueco de la escalera, perturbado. Era peor que una simulación, y en el fondo, un panorama exactamente igual que había sido siempre. No sentía tener ningún aliado, ni papá ni mamá. No iba a ser distinto hoy, que Lynn había tenido la idea de besarlo aparentemente fuera de peligro. Ada nunca lo esperaba pegada a la ventana, y despreciaba los padres que se asomaban, inquietos. Tenía la teoría de que toda la calle podría verla y juzgarla si lo hacía, si aparecía tras el cristal del salón, tal y como ocurría en su pueblo, donde vivió su juventud. Olvidaba que ya no vivía allí.

Así, ¿quién iba a temer las repercusiones de un acto de amor, a semejantes horas de la noche? La llegada de Danniel lo había estropeado todo. Olía a impresora y a ambientador, probablemente el del coche o la oficina. ¿Qué podría querer de ellos un hombre que lo tenía todo, una vida lejos, un trabajo, un círculo amplio? Todo menos afecto que sabía que allí  no iba a encontrar, porque, al igual que su ex mujer, solo huía. Quizá, de sí mismo. Dejaba cadáveres emocionales detrás, sin aparentes escrúpulos y era consciente de que no tenía ninguna oportunidad, de que la vida sin él era preferida por su familia desde hacía tiempo. 

Van no entendía de qué manera o con qué propósito estaba allí, con la aprobación de Ada. Tampoco servía de mucho preguntar, su madre se reservaba los asuntos propios o privados para ella. ¿En qué mundo distópico la señora Klassen le había tan solo dirigido la palabra a Danniel después de su última despedida y todos los floreros y racimos rotos, o dejado entrar en casa? Se estaba perdiendo algo. Aún así, le preguntó por todo ello con discreción a Ada cuando esta lo acorraló en su pequeño despacho. No sirvió de mucho. Ella agarró la sartén por el mango y le preguntó, sin miramientos, cómo se le había ocurrido besar a un chico en la calle. ¿Es algo tuyo?, quiso saber, con la frente arrugada y la mirada en el suelo, ansiosa. No le parecía bien y Van no tenía una respuesta completa ni satisfactoria, era incapaz de no tartamudear. El gusano del miedo le había roído la garganta.

-No quiero que vuelva a acercarse a ti, ¿entendido? Se está aprovechando de ti. Tú no eres gay.

-¿Qué?- Ada zanjó la conversación, decidida, y se encargó de ordenar la mesita y el escritorio de manera que acaparase toda su atención. De nuevo, el viejo recurso del que había bebido desde que Van supo valerse por sí mismo: mamá no está, no le hables, no la mires, no la busques. Para ti, no está. Para ella ahora mismo no existes.

Van suspiró y salió de allí. Se cruzó una última vez con su padre, parado en el pasillo junto a una maleta monumental de cuero muy gastado. Tenía aspecto de derrota pero la obstinación brillaba en su mirada, vestida de cansancio y humillación. ¿Qué humillación más grande que otro chico pegado a la boca de su hijo, por dios? ¡Virgen santa! Necesitaba otra copa. Llevaba unas pocas horas allí desde que llamó al teléfono fijo y se plantó en la puerta. Ada al principio no se alegró de oír su voz, y, para ser exactos, vociferó una amenaza cargada de histeria. Estuvo a punto de colgarle, de dejarle, como tantas otras veces, con la palabra en la boca. ¡Qué mujer! Luego, pareció entender la supuesta importancia de todo. Dorine, íntima amiga de Ada, llevaba tiempo enferma y necesitaba un donante . Olía un poco a chamusquina, ¿desde cuando estaba tan mal y por qué nadie había sabido lo del transplante? Esta contactó con Danniel obviando la mala relación de su ex mujer con él . No conocía a más gente compatible con su grupo sanguíneo, decía.

Tiene que haber alguien, mujer, le instigó Ada, desesperada y temerosa de que la emergencia no fuera ningún farol. Pero, cuando quiso acceder a foros especializados en la localización de donantes, Dorine se incorporó y tapó la pantalla del ordenador con la mano. Es suficiente, no busques más. ¿Vas a dejar que me muera solo por rencor a tu ex marido? Es una oportunidad perfecta. El chantaje se olía a la legua.  No se iba a morir, por dios. Tenía que haber algo más, algún motivo para la extrema insistencia en escoger a Danniel. Ada sospechaba que Dorine lo quería o algo por el estilo y no podía soportar que hubiera desaparecido. No era tan extraño, solían salir todos juntos hace muchos años y aquel hombre arrasaba desde siempre en los asuntos sentimentales. La enferma sabía bien que la única manera era esa, encontrar una excusa lo suficientemente importante como para que Ada se viera obligada a aparcar su resentimiento. Danniel se había asegurado de borrar sus huellas de aquella vieja amistad y lo había aplicado a casi todos; solo Ada tenía sus nuevas señas y número, y como es natural, no deseaba compartirlo. Hacía tiempo que había puesto una vela negra.

Estaban muy claras qué cartas se jugaban. Ada no deseaba perder a Dorine, no ahora, que la soledad jugaba a escalar las paredes de su cuarto de madrugada y volvía a sentirse nueva en aquella ciudad, una extranjera. Incluso con toda una trayectoria profesional trazada y la agenda llena de números que no le decían nada. El sentimiento de identidad  y la calidez que necesitaba no parecía poder dársela nadie, ni siquiera la influencia y el poder que creía tener sobre Van y del que se jactaba. Añoraba las noches con Danniel y el calor que emanaba de su torso de toro, sus historias a la luz de las velas, cuando fingían que se había cortado la luz. Así era más divertido. Así los vecinos no llamaban a la puerta, y creían que la familia ya se había dormido al no ver habitaciones propiamente encendidas, y nadie molestaba. Era eso en lo que pensaba cuando renunció a todas sus  promesas consigo mismo y dejó a su ex pasar.

Te he llamado y no contestabas, comentó él, con la preocupación impresa en la cara. Podría haber elegido un hotel, incluso comprarlo si hubiera querido, y sin embargo estaba allí, con expresión de lástima y aires de penitencia. Había traído vino, y Ada lo rechazó porque hacía rato que estaba vaciando su propia botella, a solas, mientras dejaba el teléfono sonar. Pensó que tenía que trabajar al día siguiente, que Van ni siquiera había llegado y que era una locura enorme comprometerse a nada. ¿Cómo has encontrado mi dirección?, quiso saber. Te he mandado muchas flores, aunque nada me asegurase que de entre todas las posibles, esta fuera la correcta. Por eso la esposa de alguien habrá recibido ramos míos. Le pregunté directamente a Dorine y me confirmó que vivís aquí.

Ada no supo si fue el alcohol o o la nostalgia, o quizá las lastimeras insistencias de Danniel de pasar la noche allí para ver a su hijo las que aplacaron su resistencia. Quiso cerrarle la puerta en las narices, pero él se le adelantó y dejó caer sus habituales chantajes, como el de rescatar la denuncia falsa que antaño utilizó para tratar de que perdiera a su hijo y la custodia pasase a él. Ambos sabían que solo tenía que mover un par de hilos para que Ada perdiese lo único que defendía con uñas y dientes. Aún así, él suavizó la supuesta negociación con palabras amables y su mejor sonrisa de condescendencia. Sabía que ella no iba a arriesgarse a que no fuese un farol, y, con él, nunca se sabía. Obtuvo su visto bueno, no de la manera más espontánea, para meter la maleta en el piso y pasar la noche allí. Comenzó a hablarle, mientras le servía más vino, de lo mucho que había extrañado su compañía y lo que sentía todo, y la mujer tuvo la sensación, por unos segundos, de que el actor no era actor y su guion era real. Le daba vueltas la cabeza y no quiso quejarse, ni siquiera cuando él se acomodó en el sillón y posó los zapatos en la mesa.

Ada se tranquilizó con que en unos días él acudiría al hospital, haría lo que había venido a hacer y ya no tendría motivo para molestarla. Que no le haría daño a nadie que Van viese un poco a su padre, en el fondo brincando por haber sido encontrada cuando afirmaba que no quería que se la buscase, de recibir atención. Incluso pareció recordar porqué de joven lo encontró a su ex marido tan atractivo, con ese halo de fruto prohibido, pues, también en su caso, probarlo le había condenado a su infierno personal en la tierra. Olvidó completamente lo enfadada que estaba con su hijo.

Van se revolvió en su cuarto una vez le hubo echado el pestillo a la puerta. Descorrió las cortinas para que la ciudad y sus siluetas, mudas y en tinieblas, le hicieran compañía. Sin embargo, solo encontró abrumación frente a la inmensidad del mundo y aquella localidad que se desplegaba en miles de edificios, incansable, incluso fuera del ángulo de su ventana. Y soledad. Una soledad teñida de gris, no tan amarga y lúgubre como la de su madre. Esa sensación de desconexión e incomprensión que sus amigos y su novio eliminaban cuando estaba con ellos, y que volvía a la carga cuando los eslabones que el doctor Farlane aún no había conseguido resolver salían a la luz. Su padre era uno. La noche engullía sus ánimos tal y como había engullido la calidez del sol, y le recordaba que su habitación, aislada, en lo alto de la casa, podía convertirse en una prisión.



Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora