El viento hizo extremecerse a Ada.
-¿Subo la capota?
-No es necesario- le contestó a su amiga.
Se sentía en una película de los años cincuenta, con un pañuelo anudado al cuello, gafas de sol de búho y laca de uñas roja. Agitó los hombros, buscando una posición cómoda en el porsche de su amiga.
-Ese niñato- masculló. Por suerte, Dorine no la escuchó.
Ada sostuvo el teléfono de mala gana y reposó la vista en el cielo nacarado. El sol se estaba poniendo a la derecha de la carretera y bañaba la ciudad de un naranja potente. Aunque la vista de la mujer había empeorado mucho, podía intuir lo hermosa que era.
Regresaban de la ciudad vecina, donde Dorine era miembro de un club de campo. No es que Ada tuviera ganas de ir en especial, pero la sedujo la idea de abrir un buen vino que nunca podría permitirse y estuvo dispuesta a reirle las gracias al puñado de ricachuelos de turno. Eso se le daba bien, sacar las garras y granjearse favores de gente de influencia, entre halago y halago. Ni siquiera había sido consciente de todo el alcohol que había ingerido, nerviosa por causar una buena impresión y llenándose la copa cada vez que la ansiedad se posaba sobre sus hombros.
Después, fingió no encontrarse bien para no tener que quedar en evidencia. Iban a jugar al Bridge y siempre se le había dado fatal.
-¿Al final qué pasa con tu hijo?- quiso saber Dorine. Cambió de marcha y se aferró con más fuerza al volante. Tenía curiosidad y sabía que en su estado de embriaguez, Ada le hablaría más de su familia que en ninguna otra ocasión. ¡Qué oportunidad más jugosa de rascar información!
Había acompañado a Ada hasta su casa a primera hora y esta le comunicó al bajar, con extrañeza, que Van no estaba. Dorine vio su oportunidad de convencerla de que fuera con ella al club, a falta de apoyo moral y temerosa de presentarse de nuevo sola en las instalaciones. A lo largo de la tarde había
presenciado como su amiga redactaba mensajes pulsando la pantalla con violencia, llamaba una y otra vez a ese joven tan desconsiderado y perdía los nervios. "Ya contestará. Sírvete más vino", le había aconsejado.
Ada, que ahora viajaba achispada- por decirlo suavemente- se arrepentía profundamente de haber desperdiciado su día con un plan semejante. ¿Qué había sacado de todo eso? Nada. Sentirse ridícula y emborracharse delante de extraños. Nada de provecho. La montaña de papeles de su escritorio no se iba a organizar sola, y aún le quedaban unos capítulos de CSI para terminar la temporada.
-No tengo ni idea, Dorine- le sonrió. Pobre infeliz, la buena de Dorine, preguntando inocentemente por su hijo sin saber que estaba abriendo la caja de Pandora; sobria y haciendo de chófer en su día libre.
-No deberías haber bebido tanto.
-No importa. Total, Van no estará en casa. Que haga lo que quiera.
Dorine frunció el ceño. ¿Insinuaba que solía estar borracha? Juzgaba a la otra mujer más presentable. ¡Qué desfachatez!
-Déjame en mi oficina, la del ala Sur.
-¡Muy bien!- la conductora ya había desistido en encontrar lógica en el cerebro de Ada. ¿La oficina, ahora?
La señora Klassen flotaba en sus ensoñaciones, fruto del dolor de cabeza. ¡Oh, Danniel! ¡Qué guapo estaba el día que la llevó a cenar! De eso hacía ya mucho tiempo. Y cuando compraron la casa en el campo, sí, recordaba muy bien eso. Era preciosa, solariega y de película; muy luminosa y acogedora, circundada por un enjambre de flores silvestres. Por aquellos tiempos, Van era un crío que apenas tenía noción de nada y no daba ningún problema- por lo general. Todo era perfecto.
Cabía recalcar, como pequeño defecto de esa etapa de su vida a los familiares daneses merodeando por los alrededores, llegando como una plaga a visitarlos. Muchos de ellos se habían presentado también a su boda, unos meses antes, y al enterarse de que se habían mudado habían acudido flechados, a la caza de entretenimiento. Horrible , incomodísimo. A Ada ni siquiera le quedaban fuerzas para poner buena cara el cuarto día, y Danniel tuvo que mentirles para excusarla. ¡Maldita Dinamarca! Lugar a rebosar de, en su mayoría, gente como la familia de su ex marido. Parientes que aparecían de debajo de las piedras, con ganas de charlar y jactarse de sus aventuras.
Un punto- muy- positivo del divorcio fue cortar de raíz con los viajes en avión , al menos a aquel destino, y con ellos el contacto con ese sector de la familia de Danniel. Para colmo, los vuelos le provocaban fuertes náuseas a Van cuando era niño, y nunca se sabía cuándo iba a vomitar como un poseso o a ponerse de un alarmante color blanco. Una responsabilidad añadida, otro factor que crispaba más y más los nervios de la madre cada vez que se aproximaban las fechas en las que iban. ¿Cómo había sobrevivido a todo ello?, se preguntaba en la actualidad. Menudo misterio.Danniel había sido muy apuesto, antes de empezar a engordar y a perder el brillo en los ojos. Un cuerpo rellenito, todo hay que decirlo, hay gente a la que no le sienta mal, o incluso le favorece, pero no era el caso. Le hacía parecer un abuelo, más torpe que antes y con un tono muscular desproporcionado. Fue entonces cuando Ada comenzó a abrir los ojos y darse cuenta de que ya no tenía veinte años y la vida "en serio" hace tiempo que había empezado. Por desgracia, esta divina iluminación se produjo a la par que otro descubrimiento: que él la engañaba. Nunca supo con exactitud con quién, pero por aquel entonces ya daba sus primeros indicios de ser adicta al trabajo y le resultó fácil fingir que no sabía nada.
Las cosas empezaron a descarrilarse y dejó de tener tan claro querer a Danniel. Esa manera tan característica en la que la habían criado- los señores Klassen no veían más allá de sí mismos- hizo más difícil la situación. Ada tardó en saber gestionar sus emociones y trabajar su empatía y a día de hoy, exteriormente se podía llegar a dudar de que tuviera ninguna de las nombradas.
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Butterfly {El Chico De Cristal}
Ficção Adolescente¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...