El tiempo pareció pararse. Solo existía Van, como si flotase entre la multitud, con un aura sobrenatural. Las hormonas de Lynn se habían encargado de idealizar su rostro hasta el punto de que se le antojaba una deidad griega. Y precisamente ese rostro, pálido y brillante, le contemplaba solo a él, como el único foco de luz. Los ojos de Van siempre sonreían al encontrarse con los suyos.
Estaba ligeramente más alto, y le había crecido un par de centímetros el pelo desde la última vez. Le asomaba por encima del labio una pelusa rubia, signo de que estaba haciéndose mayor, a pesar de su aspecto de ángel atemporal. Era un recordatorio de que también pasaba por una pubertad, a pesar de que tuviese un aspecto más neutral que el resto de chavales de su edad.
Había merecido la pena abandonar todo lo que estaba haciendo, colgar a Isaak, vestirse, y salir pitando. Incluso tomar el asqueroso- a juicio de Lynn- metro. Le provocaban un poco de claustrofobia las esperas en el andén, pero había hecho el esfuerzo.
La cabeza de Lynn se quedó en blanco. No había nada más, todo el espacio de cualquier otro pensamiento era ocupado por el joven que agitaba el brazo para saludarle, al otro lado de la fuente. Se abrió paso entre la masa de peatones y turistas. A estas horas había bastante gente en esta clase de lugares, e influía la época del año.
Una cosa era su imagen, impoluta, vestido con una camisa abotonada de patrón floral y vaqueros ceñidos, negros; y otra muy distinta su versión corpórea. La indescriptible sensación de tocarle, sentir su ropa y su respiración bajo los dedos, o su suavidad. A Lynn se le dilataban las pupilas, mientras Van estaba cerca de conseguir agujetas en la cara de sonreír. Había echado tantísimo de menos a Lynn que no cabía en sí de alegría.
Una vez estuvieron a la misma altura, se abrazaron. Nada más importó, ni algún que otro turista a punto de tropezar con ellos, ni los rugidos del cielo que anunciaba lluvia o alguna tormenta, ni el viento soplando, ahora con más violencia. Este oasis que conformaban los brazos y tronco del otro era todo lo que parecían sentir.
Lynn le susurró lo mucho que le quería, incluso conmocionado de la emoción de verlo allí- como si no hubieran quedado. Jim había hecho bien en largarse y llevarse a Kendra, para dejarles tiempo a solas. Era la personificación de la buena amistad cuando se lo proponía, siempre pensando en los demás.
Van le besó, refrescandose la memoria. Lynn tenía los labios tan suaves como recordaba, húmedos y agradables al tacto. Fue fácil moldearlos, mientras miles de hormonas bullían por su cerebro. Le supo a maldita gloria, y pronto sintió las manos de Lynn enredadas en su pelo.
Escucharon el carraspeo de un señor de avanzada edad, no contento con muestras de afecto entre una pareja del mismo género. Optaron por ignorarlo, pero este continuó, y vino acompañado de algún que otro comentario inapropiado.
Van se separó de la boca de su chico y entrelazó sus dedos para tirar de él.
-Vámonos. Paso de esto.
-Vale- murmuró Lynn, todavía sonriente.
Una vez se alejaron y se introdujeron en una calle menos concurrida, Van descansó unos segundos contra la pared de una fachada.
-Tanta gente me agobia.
-Lo sé, cariño- su voz refumaba dulzura. Van le sonrió ampliamente.
-¿No hemos interrumpido nada importante cuando te hemos llamado?
-No, tranquilo. Necesito hacer descansos de todas formas. No puedo pasarme tanto tiempo... ya sabes, delante de apuntes.
-Lo sé- se acercó para delinear el contorno de su pómulo, y añadió en un susurro- Lynn.
Lynn propuso llevarle a un sitio, revelando seguridad y autoconfianza en su tono. Tenía la sospecha de que a su chico iba a gustarle, y así fue.
Hacía siglos que no veía a Van, y quería exprimir al máximo esa tarde con él, antes de regresar a sus libros y obligaciones académicas.
Se detuvieron en el hall del centro Astronómico, antiguo observatorio. El más joven de los dos tuvo una positiva reacción a la sorpresa, y estuvo a punto de corretear cual niño pequeño de una vitrina a otra.
El lugar estaba decorado, techo incluido, con una superficie que simulaba ser el espacio sideral. Había incluso órbitas pintadas de blanco, con mano maestra, que recorrían todo el suelo y parte de la pared. Lynn jugaba a no pisarlas, esperando que nadie se diese cuenta.
En el centro del espacio abierto, sin apenas tabiques, se encontraba un vano con barandilla, que comunicaba con la planta inferior, donde se proyectaban filmes y documentales relacionados con el tema. Sobre el hueco pendía una maqueta decorada con luces led, que representaba fielmente el aspecto de una nebulosa de emisión.
Se aproximaron a leer las infografías de las paredes, impresas sobre lienzos de madera. También eran de los colores de la pared, violáceos, azules y rojos, por lo que las letras utilizadas eran blancas.
-Mira, Van- le señaló un monitor pequeño, donde se reproducía un vídeo a todo color sobre las galaxias, subtitulado y sin sonido- Somos diminutos en el universo.
-E insignificantes.
-No- negó con la cabeza. Tiró de Van para que este tuviera que mirarle- Todos conformamos una parte muy importante de ese todo. Sin cada uno de nosotros no sería igual. Somos hermosos seres que habitan el planeta, y lo llenan de vida. Incluso tú lo haces, Van, aunque no lo creas. Tienes todo el derecho a estar aquí; no eres menos que las plantas y las estrellas. Estás hecho de átomos y llevas el universo alineado dentro.
Van tragó saliva, maravillado ante el nuevo concepto. Vaya un hippie tenía por pareja.
-Eres increíble- le comunicó Lynn, orgulloso.
-¿Yo?
-Claro.
Cuando todo el líquido que habían bebido decidió bajar, hicieron una visita al baño. Van descubrió que los aseos masculinos tenían espejos allí, mientras se lavaba las manos, y para su sorpresa, no le incomodó su reflejo. Por primera vez en mucho tiempo, no fue carne lo que vio, ni una extraña estructura ósea. Vio la sangre de los primeros humanos de la tierra correr por sus mejillas, el brillo de las constelaciones vibrar en sus ojos, años de evolución y luchas en la naturaleza concentrados en un ser vivo. Igual él no era un desperdicio después de todo.
Cuando la velada finalizó, le costó horrores despedirse de Lynn, aún a sabiendas que a partir de ahora le vería más a menudo. Le besó mil y una veces, sin cansarse. Sabía cómo esas nebulosas de las que hablaba.
Regresó a su casa, exhausto y sonriente. Ni siquiera le turbó la visión de Ada junto a su cama.
-¿Dónde estabas?
-Con gente.
-Ya veo- apartó la vista- Tendrías que haber vuelto de Farlane hace horas.
De golpe, Van se puso muy serio. Sus facciones se endurecieron.
-No puedes seguir controlándome así. Se acabó.
-¿Quién eres para hablarme así?- tragó saliva- Tú te lo has buscado. Me desafiaste, y ahora lo estás pagando.
-Creo que ya lo he pagado. Llevas semanas así.
-Eso no lo decides tú.
-Por supuesto que lo hago. Estoy harto. Vas a dejar de tratarme así, y de meterte en lo que hago.
-¡Serás insolente!
-Cometí un error, pero mejor no hablemos de los tuyos. La lista sería infinita.
Ada prefirió no continuar la conversación. Permaneció unos segundos más con la boca abierta, pestañeando, se incorporó, y salió de allí. Estaba profundamente impactada y no cabía en sí de la indignación. Ya vería qué hacía con Van. Van, mientras tanto, tenía muy claro que ese estilo de vida, tal y como había estado sucediendo, se iba a acabar. Nada ni nadie volvería a ejercer tal control sobre él.
ESTÁS LEYENDO
Butterfly {El Chico De Cristal}
Fiksi Remaja¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...