Jönkoping, Abril de 2001.
El viejo arrastró el cuerpo inconsciente de Lynn en la penumbra del bosque. Después de saciarse , le había asestado un golpe lo suficientemente fuerte como para no aguantar sus gritos por una larga media hora. Cargó al niño sobre sus hombros, no sin esfuerzo, y se echo a andar hacia el este . Alcanzó un grueso muro al otro lado de la colina, con el que estuvo a punto de chocar. Acababa de dar con la antigua ermita, en desuso.
Tras varios intentos, forjecear con la puerta tuvo resultado, y la superficie de madera podrida cedió. El anciano trasladó a Lynn, sujeto por las axilas, hasta el centro de la nave central. La edificación se componía de una planta basilical, techada por una bóveda de crucería de piedra, y había sido levantada con mampostería.
El sinvergüenza se acomodó entre los fríos muros, distribuyó sus pertenencias por la sala y situó su estufa portátil a su vera. Estuvo contemplando al cuerpo inmóvil del crío, con aire aburrido. Había que reconocer que era incluso bello así, con los músculos de la cara relajados y el pelo rubio cayéndole sobre la frente. Parecía un ángel.
Los restos de lo que había sido su ropa todavía permanecían pegados a su piel, como costras, supervivientes de una masacre. El viejo le echó su manta encima, para obligarse a dejar de mirar su cuerpo infantil. En lo que duraron sus dementes pensamientos, no se atrevió a despegar los labios.
Cuando Lynn despertó, la luz del farol se proyectaba sobre los muros con dureza, y contorneaba la figura del hombre. Su agresor cenaba algún pez sacado de su rudimentario zurrón, como si lo hubiera pescado él mismo. Le daba la espalda. Se volvió hacia Lynn cuando agudizó el oído y lo escuchó agitarse para librarse de la manta que le había echado encima.
Lynn no comprendía porqué el malnacido le había llevado con él, ni reconocía el interior del edificio. La distribución de la sala se le hacía familiar, a pesar de que la estancia carecía de altar y la mayoría de bancos habían sido retirados. Una estatua de Cristo le saludó con sus ojos vidriados, asomando desde el vano en la pared. Al niño se le erizó el vello de la nuca.
El viejo comenzó a hablarle, mientras él intentaba calcular cuanto tardaría en alcanzar el cuchillo junto a la lumbre, o de correr hasta la salida. No serviría de mucho, solo conseguiría que el tarado se enfadase y le matase allí mismo. Lynn se esforzó en parecer calmado, a pesar de que su pulso latía fuera de control, y se obligó a regularizar su respiración, o al menos dar la impresión de que lo era.
-¿Tienes idea de donde estás?- le preguntó el carcamal. Siguió insistiendo en la misma cuestión hasta que el muchacho pareció reaccionar a su pregunta y negó con la cabeza.
-He oído hablar miles de veces de este lugar, pero nunca había estado. Es tal y como cuenta la historia- narró, como si a alguien pudiese importarle. Para su sorpresa, la curiosidad despertó en el inocente de Lynn.
-¿Qué historia?- el hablante no pareció oírle, aunque respondió más tarde a su pregunta. Empezó a narrar con la voz rota y los ojos muy abiertos, como chiflado.
-Estamos en la antigua Santa Brigida, la anterior a esa que hace cuarenta años años reconstruyeron más arriba, en el pueblo, jovencito. Es sabido por todos los aldeanos que tengan al menos sesenta años la tragedia que sucedió aquí en el 68- prosiguió. Lynn confirmó para sus adentros que estaba loco.
>Fue en invierno. Aquí solía haber un monasterio, que quedó desocupado al tener pocos miembros y marcharse estos un par de semanas de peregrinación. Por aquel entonces, en el pueblo solo había dos escuelas, y una de ellas organizaba actividades educativas religiosas y colaboraba con la orden. Se hizo un pequeño campamento en esta zona, durante las vacaciones de invierno de los niños, por lo que el número de residentes de este lugar no fue muy alto. Serían alrededor de veinte crios, más un par de monjes, los que se quedaron a cargo de todo.
Para su mala suerte aconteció una nevada tal que todo camino quedó cortado, y los integrantes del campamento estuvieron incomunicados como mínimo una semana. Pues bien, oyéme con atención: cada una de estas salas no se llama como se llama por causalidad. Cada una de las noches de su estancia, fue profanada una niña. Se ve que uno de los monjes decidió dar rienda suelta a su irrefrenable pasión, y se introducía cada noche en una de las habitaciones, conocedor de la industria del placer y la discreción . Así fue como durmió con la gran mayoría de alumnas que pudo, sin despertar a las demás.
-¿Qué significa profanar?- inquirió Lynn con un hilo de voz.
-Violar, hijo.
-¿Y qué sig...?
-¡Ya está bien, mocoso! No he acabado.
>Como te contaba, este hecho sucedió repetidamente, aunque en la oscuridad de la noche ninguna niña reconociese la identidad de quien la desfloraba. La costumbre del monje sucedió tan seguido, que comenzaron a ser predecibles para un joven, de los más mayores de los que allí dormían . Esta capilla se llama Capilla De Jacob en honor a este jovencito. Era un crío aún así, pero no por ello menos cauto o mañoso. Supo deducir lo que sucedía y predecir la noche exacta en el que su hermana, de tan solo seis otoños, sería visitada, a juzgar por el orden que el malhechor del monje seguía. Jacob cambió habitación con su hermana, y espero la fecha señalada al hombre, a oscuras. Cuentan que esa mañana, robó una pala, astuto, y la escondió bajo la cama de su hermana, antes de trocara* lugares.
*[forma arcaica de decir intercambiar. El anciano ha vivido ya demasiados años.]
Por supuesto, el muchacho poco se esperaba lo que sucedería- la voz del viejo retumbaba hasta los oídos atentos de Lynn. Hizo una pausa teatral, en la que el sonido se reservó a los últimos chisporreteos de la lumbre-.
El monje se dispuso a cumplir su cometido, e intentó forzar y profanar a quien el dormitorio ocupaba, a pesar de la resistencia del niño . Se sintió tremendamente engañado cuando descubrió que no era una muchacha quien entre sus piernas estaba. Lleno de ira, castigó al insensato Jacob con la muerte. No se sabe bien qué utilizó, pero si se conoce que fue un asesinato brutal, y que una vez muerto el niño, el malnacido usó sus tripas, o sus intestinos, no lo recuerdo, para trazar un pentagrama en el suelo en ofrenda a su dios. Era un demente que se había infiltrado en el monasterio,e idolatraba a sus deidades herejes, mancillando el nombre de Dios. No pasó ni un solo día hasta que el otro monje fue conocedor de lo que allí pasaba y acusó de herejía y locura al otro.
Cesó la nevada, se halló a los niños, y el monje fue detenido y condenado a morir, porque aún no era ilegal la pena de muerte.
El viejo alumbró una esquina de la habitación levantando el farol, descubriendo a la vista una gran mancha roja en el suelo. Se rio como un maniático. Lynn sintió los músculos de la vejiga ceder. Unos segundos después, se percató de la botella de vino que descansaba vacía junto al charco.
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Butterfly {El Chico De Cristal}
Teen Fiction¿Cuántas páginas harán falta para saber que, pese a la inegable y relativa fragilidad humana, ni siquiera en el más profundo recodo de nuestra esencia estamos hechos de cristal? No eres irreparable. Reconstrúyete. Reinvéntate. Renace las veces que...