Sexta parte

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Sentado en la sala de profesores, las cosas adquirían otra perspectiva, incluso para Van. Ya no le parecía "normal" lo ocurrido. Ya no existía justificación posible.
El profesor de guardia le hizo quitarse la camisa y girar una vez sobre si mismo. Para su sorpresa, el alumno agredido no solo tenía una suela de zapato impresa en la parte delantera de la camisa, sino que un moratón hinchado y de gran tamaño en la espalda. No pintaba bien. Pudo leerlo en las caras preocupadas de los presentes: la secretaria, que había pasado a por unos papeles, el conserje, que traía la llave maestra, el profesor y Ada.
-¿Quién ha sido?-el docente parpadeó de pura furia, incapaz de encontrar las palabras. No se parecía al hombre que acudía al trabajo silbando y le  revolvía el pelo a los chavales de los primeros cursos cuando los pillaba desprevenidos. Frunció los labios  bajo el bigote- Dime nombres.
Ada Klassen asintió, con mirada vacía. Le habían llamado del trabajo y se había presentado en el colegio casi una hora después.
-Él no es de delatar a la gente. Te costará saber quien se lo ha hecho- anunció la madre.
El profesor suspiró. Era gordito y estaba claro que no sabía afeitarse, pero destacaba por su paciencia.
Van se sentía cada vez más incómodo, debido a la comprometida situación que le obligaba a enseñar su torso desnudo. Rezaba para que terminase lo antes posible. Le daba igual denunciar o no, le daba igual las medidas que se tomaran. Solo quería volver a casa.
-Perfecto. Interrogaré uno por uno a sus compañeros.
-¿No se puede hacer nada?- el hombre se giró y dejó en la mesa la carpeta que llevaba en brazos como a un recién nacido. ¡Qué tipo más extraño!
-¿A qué se refiere?
-Bueno, es la segunda vez que pasa. Cada vez es alguien distinto.¿No hay forma de hacer que se piensen dos veces si ponerle la mano encima a mi hijo?
-Cálmese, señora. La última vez mandó a juicio el asunto y se salió con la suya. El protocolo dice...
-No me importa lo que el protocolo diga- le cortó con voz afilada. La frente del profesor se perló de gotas de sudor. No tenía suficiente carácter para devolverle la hostilidad, ni lo tendría nunca. Alguien como él no podría hacerle daño ni a una mosca.
-Se pondrá en marcha un plan anti acoso, nuevo.
-Eschúcheme bien, los chavales le odian porque denuncié a su amigo.
El hombre alzó las manos. Esto no va quedar así. Quiero soluciones, ¡ya!- parecía una sargenta, y el otro una presa encogida, una gacela con el miedo impreso en los ojos, también marrones.
-Si averiguo el culpable podrá volver denunciar- levantó las manos en señal de rendición.
-Tenga por seguro que lo haré.
El profesor se sentó a revisar la lista de alumnos, buscando respuestas. Tenía trabajo por hacer y no iba a ser fácil. Van tenía muchas enemistades.
Mientras tanto, Ada se acercó a su hijo.
-Tu espalda. ¿Qué te ha pasado?
-Una mesa.
-¡¿Qué?!- puso todo su empeño en mantener la compostura y se inclinó hacia él, desafiante, con el fin de no tener que alzar la voz.
-Me he clavado una mesa.
-Ah- se colocó un mechón rubio detrás de la oreja.
Sus manos eran huesudas, uñas largas y rosas y trajes de oficina. Tenía los ojos del color del hielo, igual de inhóspitos de sostener. Siempre se quejaba de los tacones y aún así no había día que no caminara subida a ellos.
-Eh... Van, siento haberte obligado a venir hoy. Quizá tengas razón. Quizá la lección que intentan enseñarnos sea de todo menos útil.
Van se limitó a asentir. La mayoría de las veces era difícil determinar si sabía hablar.
-¿Sabes qué? Si te transfiero no se solucionará. Ya lo intentamos hace tiempo. Así que he pensado algo, ¿qué te parece no volver en una temporada? Si estás mejor así puedo pagarte un tutor para que te eduques en casa.
-Está bien- fue lo único que dijo. Le parecía fantástico, la mejor idea que podría tener su madre en años.
En el descanso, Van fue a recoger sus cosas del aula, con la sensación de que estaba huyendo del peligro y la adrenalina dispara en su sistema. El espacio le transmitía mucha más paz vacío; el sencillo reflejo del sol que le devolvía el brillo anaranjado a los azulejos de la pared, los pupitres alineados con la solemnidad con la que se presentan las lápidas en un cementerio, serenas, orgullosas, bellas.
Se aseguró de despegar cada uno de sus proyectos de la pared y guardar todo el material escolar, borrar todas las huellas y evidencias de que estudiaba allí. Ya no lo haría más, de todos modos.
Salió sin hacer ruido al pasillo y se marchó como si nunca hubiera estado, como si la huella de sus zapatos en el suelo recién fregado fuera una ilusión. Era humo. Era ceniza. De repente no era nada. Solo corría y corría a casa para refugiarse.
Tardó cuarenta minutos en llegar,sin ningún otro medio de transporte que sus piernas. Se sentó en el escalón del portal a recuperar el aire, sintiéndose de nuevo patético.


Butterfly {El Chico De Cristal}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora