61. Casa llena.

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Apenas y tengo un segundo libre en lo que ocupamos una mesa, aprovecho para mandarle un mensaje a Pam, pidiéndole que por favor cuide a Apolo por un rato, y que le diga a mamá que no estoy en la oficina.

Tomamos una mesa junto al ventanal, al fondo de la cafetería. Nat de inmediato, y con energía, toma su lugar a mi lado, mientras que papá y Ted se sientan frente a nosotras.

La camarera nos da los menús y, cuando se retira, estoy dispuesta a bombardear con mis preguntas.

– Ahora sí, quiero saberlo todo. ¿Cómo rayos es que están aquí, si apenas hablamos ayer? Bueno, papá, tu quedaste de llamarme y nunca recibí tu llamada.

– Bien, iba a llamarte para darte la noticia, pero creí que sería mejor una sorpresa. –me explica papá, con una enorme sonrisa en su rostro. Tenía demasiado tiempo sin verlo tan feliz. –Luego de decidir que vendría a verte, pensé en avisar a tus amigos. Tu madre me pasó sus números, y listo.

– ¿Y listo? –interviene Nat. – ¡Nos hizo levantarnos a las dos de la mañana!

– Dormiste durante todo el vuelo, Nat. –dice Ted, en tono acusador, y no puedo evitar sonreír más. Hasta extrañaba verlos pelear.

– ¿Tú crees que descansé muy bien, si sabía que vería a mi mejor amiga después de tanto tiempo? –responde ella estrechándome entre sus brazos.

– Tres meses, Nat. –se burla Ted. Éste chico quiere cabrearla.

– ¿Acaso tú no me extrañaste, Teddy? –le pregunto con un fingido puchero triste.

– Claro que sí, enana. Solo que yo no soy como la loca dramática de Nat.

– ¡¿Loca?! No te pases, Theodore, si no quieres que te lance el salero.

– Niños, no peleen en la mesa. –los regaña papá. –Me hacen sentir anciano cuando los regaño.

– Natalie a veces se comporta como una cría. –se queja Ted, y sé que lo hace para molestar aún más a Nat.

– El que parece un crío aquí, eres tú. Parece que no puede pasar un segundo sin que estés jodiendo.

– Nat, sin groserías en la mesa. Es en serio, chicos, trato de que ya no aparezcan más canas en mi cabeza. –dice papa, y reímos. Me siento como si de nuevo tuviera diez años.

– Bueno, luego de que Joseph pasara por nosotros, venimos en el jet de tu padre. –explica Ted. Un momento...

– ¿Joseph? –pregunto confundida.

– Sí, cariño. Al parecer, a tu madre no le agrada nadie más al volante más que Joseph. Así que lo trajimos también. Debe de estar estacionando el auto.

– Increíble. ¿De casualidad no trajiste también a la señora Hudson? Me ha estado dando clases de cocina por teléfono. –quizás y por ahí se traen otra sorpresa.

– No, cariño. Ella se fue a San Francisco a visitar a su familia. –responde papá.

– ¿Tú en la cocina, Abbs? Me encantaría ver eso. –murmura Nat, con evidente burla.

– Seguro ya has incendiado un par de cosas, enana. –ahora Ted también se une a la burla. Genial.

– No te voy a responder eso, Ted. –si supiera todo lo que he quemado, le daría con que burlarse de mi por el resto del año.

Seguimos charlando animadamente, mientras devoramos un bocadillo a modo de almuerzo.

Cada tema del que hablamos, me parece una mina inagotable de horas y horas por hablar. Hablamos sobre la universidad, sobre la familia, de los amigos fallidos de Nat, e incluso en nuestras conversaciones aparecen personas de las menos pensamos.

Viaje Inesperado [N.H.]© Parte#1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora