Capítulo 4: El reflejo.

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- ¿Pero, porque estáis todos aquí?- se atrevió a preguntar la más bajita al fin.

- Es una larga historia que ya os explicaremos con más calma cuando estemos con Alby- dijo Newt, sorprendido por el comentario

- ¿Y porqué no recordamos absolutamente nada anterior a esa caja metálica? - dijo de pronto la otra chica

- Eso es normal, en unas horas o incluso días ya os ireis acordando de algunas cosas. - dijo Newt en un tono amable y paciente- Pero ahora os debo llevar con Alby, el jefe de todo esto. - dijo acelerando el paso- Correr, a esta hora suelen llegar los corredores y Alby no tendrá tiempo para vosotras entonces.

Las chicas lo siguieron por todo aquel extraño prado, al que llamaban Claro. Pasaron unos minutos así, caminando sin hablar, las dos chicas sin separarse de Newt por simple miedo a lo que podría pasar en aquel desconocido lugar.

- Chicas, si no os importa vosotras no podéis pasar. Mejor esperadme aquí que voy a hablar con Alby.

- No nos dejes solas, -dijo la más alta, aferrándose a la muñeca del chico.- por favor.

- Tranquilas -dijo él, soltándose, para poder caminar hacia la otra, y regalarle un beso en la mejilla, para calmarla- En la entrada del bosque hay un pequeño lavabo, si preferís estar solas hasta que yo vuelva podéis ir allí.

- De acuerdo.- dijeron ambas, dirigiéndose con paso inseguro hacia el bosque.

Una vez en el lavabo, las chicas estaban tan abrumadas por todo lo ocurrido que no sabían ni qué decirse entre ellas, pero con solo mirarse, podían ver el miedo de la otra reflejado en sus rostros.

Una de ellas se acercó a un objeto curioso que se encontraba en la pared, frente a un gran cuenco con agua.

<Espejo>, es la primera palabra que se le pasó por la cabeza a la chica aunque no entendía demasiado bien su significado. En él podía ver su propio reflejo.

Una chica delgada y alta, de ojos color chocolate, labios sonrosados y nariz pequeña era lo que la ella veía. El pelo, castaño y ondulado, caía sobre los hombros y llegaba hasta el pecho.

- Idoia... -susurró ésta.

- ¿Qué? -dijo la otra

- Me llamo Idoia... ¡Ya lo recuerdo!- dijo ella. -Mira, acércate.

Cuando la otra chica se acercó, lo que vio fue a una chica delgada, de estatura mediana tirando a baja, ojos color miel y con pelo castaño oscuro, largo y liso.

- Ada... ¡así me llamo!- dijo, sobresaltada.

El corredor del laberintoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora