En cuanto el timbre dio por finalizada la jornada escolar, me precipité al escritorio del maestro Adams mientras los demás salían por la puerta como una horda furiosa. No podía culparlos; era viernes, y querían llegar a sus casas lo antes posible.
Le hice un ademán a Nick para que me esperara, pero el muy cretino pasó de mí y continuó charlando con varias chicas hasta que abandonó el salón de clases. Suspiré y mascullé una maldición en voz baja. No entendía cuál era su problema, pero sí había comprendido que nuestra relación estaba más muerta que sus ganas de volver a reír.
—Muy bien, este es el listado de libros —oí que el profesor me explicaba. Me tendió una hoja de papel—. El ensayo puede ser individual o en parejas, pero de un solo libro.
—Es muy cruel hacerle escoger a un lector —comenté recibiendo la tarea.
Él me sonrió, pero no fue con alegría, sino con pena... Me atrevería a decir que incluso con una pizca de empatía.
—Daisy es una voraz lectora.
No le respondí. Su comentario, aunque amable, no causó en mí más que una ardiente agresividad. Estaba harto que los demás me dijeran cómo era Daisy. ¿Que acaso creían que yo no conocía a mi propia novia?
Guardé el trozo de papel en mi mochila, y me despedí, ya sin ganas de hablar.
Me encaminé a la sala de profesores por su tarea de matemáticas, biología y psicología, y en quince minutos estuve listo. Decidí que comería luego de pasarme por el hospital. Puede que me estuviese muriendo de hambre, pero las ganas de verla eran mucho mayores.
En menos de cinco minutos llegué al lugar. Ventajas de vivir en un pueblo con menos de dos mil habitantes. Dejé mi bicicleta con candado y me dirigí a la recepción. Conocía el proceso; llevaba meses repitiéndolo. Me encantaría decir que todos los días me aparecía por allí, igual como en las películas, pero descubrí que a pesar de lo mucho que quisiera estar con ella, no podía descuidar la escuela y otras responsabilidades. Ojalá Hollywood me lo hubiese advertido.
Abrí la puerta de la habitación. Daisy se encontraba recostada, con el cabello desordenado y unas ojeras dignas de un mapache. En otras palabras, se veía ridículamente adorable. Y cuando me vio... Meine Güte! Daría lo que fuera por mantener esa sonrisa, la luz que emanaba de su alegría siempre me iluminaba.
—Qué tal, Ovejita —me saludó. Sus ojos se achinaron, como siempre que sonreía en exceso pasaba.
Ignoré la sonda y el respirador. Le di un profundo y largo beso sin que nada de eso importase, como si ella no estuviese enferma. Daisy lo correspondió, pero se sintió débil. Tembloroso. Mi cuerpo experimentó un repentino espanto, pero intenté fingir tranquilidad.
—Mucho mejor ahora, gracias —le respondí, sacando la lista de la mochila—. Vengo como un humilde mensajero a hacer la entrega de la tarea de literatura avanzada. Tienes que elegir uno y escribir un ensayo. Puede ser de a dos.
—¡Rayos! ¿Habrá alguien disponible que quiera hacerlo conmigo?
—Yo estoy libre.
Le enarqué ambas cejas, mas mi sonrisa torcida fue lo que la hizo darse cuenta de la mala oración que, sin querer, había formulado.
—¡El trabajo, tonto! ¡El trabajo! —me aclaró entre risas.
—Ah, bueno —respondí menos entusiasmado—, para eso también estoy disponible. De hecho —agregué, sacando la pila de libros de mi mochila—, me di la libertad de traer los que posiblemente nos gusten a ambos.
—Menuda tarea.
—Lo fue.
Le pasé El principito, Orgullo y Prejuicio, Drácula y Sueño de una noche de verano. Ella los recibió como si fueran reliquias.
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Paréntesis (Entre comillas, #2)
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Entre comillas". ¡No leer sin antes haber leído el primer libro! EN EDICIÓN.