El apartamento era de ensueño, la clase de lugar que sólo puedes ver en los catálogos. Jamás pensó que a sus cortos dieciocho años, se volvería copropietario de un pent-house ubicado en el centro de la ciudad, a pocos pasos de su futura universidad. Sin embargo, el temor de firmar lo irrenunciable lo embarcaba en una costosa aventura que no estaba seguro de poder pagar. No es que el dinero escaseara en su vida, pero la mayor parte de su sueldo iba destinado siempre a su familia, sin excepciones. Ahora que había renunciado a su trabajo para dedicarse a vivir su sueño, tendría que disponer únicamente de sus ahorros, los cuales habían disminuido considerablemente luego de pagar la deuda de la casa, la colegiatura de su hermanito y el tratamiento de su abuelo (sea recordado para bendición).
Se vio aceptando el contrato, y un par de cadenas ficticias de enroscaron en sus muñecas y tobillos. La única forma en la que podría costearse un lugar así para vivir implicaría, a lo menos, ocho horas de trabajo diarias. Adiós a su cómodas tardes de lectura, ¡y ni hablar de ocuparse de sus plantas!
Otra manera era siendo compañero de piso del hijo de dos actores tan ricos como famosos. Un camino mucho más sencillo, aunque deshonroso, y para qué estamos con cosas, bastante fresco.
Intentó responder al entusiasmo de Kev sin que se le notara la clase media baja en la cara. Su amigo apenas había comenzado a conocer a gente que no fuera de su nivel socioeconómico, por lo que no podía culparlo por buscar viviendas que se ajustasen a su presupuesto, a lo que siempre había acostumbrado a tener.
Acompañó a su amigo, quien seguía al agente de bienes raíces por detrás, hasta la entrada. Y cuando el hombre de barba espesa, anteojos gruesos, y terno oscuro les preguntó qué les parecía el lugar, su escepticismo se vio opacado por la ametralladora respuesta del estadounidense.
—¡Nos encanta! —Pescó a Samu del brazo y lo zamarreó como un pequeño que le pide algo a su mamá—. ¿No es así? ¡Anda, di que los queremos!
—¿Lo queremos? —preguntó Sam incómodamente.
Al instante, el brillo de emoción en los ojos de su compañero teatral se disipó. Lo miró confundido, sin poder descifrar el porqué de su desinterés hacia tan espléndido apartamento.
—Sé que soy exigente, ¿pero de verdad no te convenció? Está al lado de Juilliard, tiene dos pisos, cuatro habitaciones, cinco baños, una piscina, una tina de hidromasaje, y hasta un ascensor. Sam, es más que lo cualquier otro departamento nos podría ofrecer —señaló Kevin.
—Ese es el problema, Kev. El pago mensual vale más de lo que yo ganaré en toda mi vida.
—Podemos alquilarla, si te acomoda más.
—Claro. Dame un segundo, me arrancaré todos los órganos vitales y los venderé. Te paso el cheque la próxima semana. —Sam suspiró al ver las cejas alzadas de su amigo—. Sé que es difícil para ti ceñirte a una vida un tanto menos acomodada, pero tendrás que hacerlo si queremos compartir piso: yo no puedo pagar esto.
Kevin resopló.
—Ya te dije que te lo pago yo.
—Me sentiría como un parásito.
Eso le arrancó una sonrisa.
—No entiendo por qué le tienes tanta fobia al dinero fácil.
—Porque hay que ganárselo.
—¿Según quién? Mira, yo tengo más dinero del que necesito, y a ti te falta. Tú eres un genio, saca los cálculos. Las personas deberían dejar de tratar a quienes tienen fortuna como una clase de mito; como algo no tangible y completamente impensable. ¿Si a tu amigo le falta dinero para el taxi le das?
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Paréntesis (Entre comillas, #2)
Novela JuvenilSegundo libro de la trilogía "Entre comillas". ¡No leer sin antes haber leído el primer libro! EN EDICIÓN.