Día 2

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N/A: Junten agua... el fin se acerca señores... ¡dos capítulos en menos de una semana!  

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Le gustaba borrar el rostro de cada una de sus muñecas con las toallitas de cloro que servían para quitar la grasa de la cocina.

El júbilo que sentía al ver los ojos y la boca de cada Barbie desvanecerse era indescriptible.

Siempre sonreía al finalizar con la meticulosa y solitaria tarea.

Nadie quería jugar con ella. Los niños le tenían miedo, incluso algunos sentían asco. Decían que era rara, que era mala. Pero ella pretendía no oírlos. Se mantenía en un rincón, jugando con sus muñecas desfiguradas. Cuando era forzada por los profesores a salir durante el recreo, lloraba y pataleaba mucho; siempre se quedaba en las sombras, lejos del gentío. No le gustaba hablar con los niños.

Odiaba que hicieran ruido. Y se odiaba aún más por no poder ser parte de ese ruido: feliz e infantil.

Veía la diversión desde afuera, como un fantasma.

—La linda María... bajo la llovizna... —tarareaba en voz baja, peinando el cabello rubio de una de sus muñecas— protegía las margaritas... de una tormenta maldita... pero ellos venían no, María ¡no! ... la flechería de la caballería... ahora compañía le hacían... y la puntería perfecta sería... María no salvó a las margaritas... porque rojas se volvían... mientras a su corazón le pedía... parar con la agonía...

Los niños escucharon su escalofriante canción, de su propia autoría. Claro que, la dulce e inocente pequeña no entendía el porqué de su espanto. Tan solo era una canción, con una melodía pegadiza y una letra que, orgullosamente, había logrado hacer que rimara. Ni siquiera pensó en la significancia de aquella triste historia y del funesto destino de María.

Y un día, mientras cantaba la volvía a cantar, vio a un niño acercársele. Tuvo miedo de él, y a la vez sintió una enorme emoción. ¡Un amigo!

—Hola —le saludó intentando sonreír.

Pero el chiquillo del prescolar le lanzó un balón que tenía bajo el brazo directo a la cara.

—¡Cállate loca!

Ella se puso a gemir de dolor, y sintió aún más el que le haya ensuciado la cara con barro. Pero, sin duda, aquello que se llevó toda su alegría fue los aplausos de todos sus compañeros; gritaban y se reían. Se burlaban de ella.

—¡No tiene alma! ¡Es del diablo, y está loca! ¡Y por eso sus padres la odian! —gritó una niña.

Y todos se aprendieron la cruel oración en segundos.

La niña intentó levantarse, mas el chico rápidamente dio un paso al frente y la empujó al suelo.

—¡Quédate en el infierno, diablo!

Todos rieron, pero entre el alboroto, una voz destacó.

—¡A las niñas no se les golpea!

Y, en eso, un chico que ella nunca había visto, porque seguramente era de otro salón, caminó hasta quedar a pocos centímetros del abusón.

—¡No es niña si no tiene alma!

—No eres un caballero, ¡y mamá dice que sólo se debe hablar con los caballeros!

Sin que nadie se lo esperara, el niño le dio un gran golpe en la cara, haciendo que el chico cayera al suelo, con la nariz sangrando.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora