A la tierna edad de seis años, los niños son reconocidos por su brutal honestidad debido a la intocable inocencia que los caracteriza, muy útil por cierto, a la hora de engañarlos. Sin embargo, como es de suponerse, Grace distaba mucho de actuar como un niña normal y corriente de esa edad. Los médicos, sin resultados positivos, intentaban una y otra vez convencerla de que su madre estaría bien. Que, en realidad, su enfermedad era muy curable. Y que —la mayor mentira de todas—, en un abrir y cerrar de ojos sonreiría con la misma intensidad de antes.
El olor a hospital se había vuelto tan común como el de la lluvia de Londres en invierno. Veía a hombres altos caminar por los pasillos sosteniendo sus fichas; conocía cada golosina disponible en la máquina expendedora, que muchas veces se quedaba atorada al apretar el E-23, pero un buen día logró abrir la compuerta y arreglarla. Podía haberse robado los caramelos y todas las galletas, de no ser porque su honradez y bondad dejaba mal parada hasta a la mismísima Madre Teresa de Calcuta.
A pesar de las visitas casi diarias, Grace no se sentía devastada por su madre. Había comprendido el concepto de la muerte, tan abstracto para los pequeños. Estaría mintiendo si dijera que nunca lloró; las lágrimas brotaban a menudo de sus ojos pardos, pues seguía siendo una niña de seis años que amaba a su mamá y que se rehusaba a dejarla partir.
Su hermano mayor, Andrew, siempre fue muy cercano a su madre, mucho más que Grace. Mientras que ellos leían acerca de imperios antiguos y guerras que cambiaron la historia, Grace y su padre charlaban sobre el origen del universo, el poder de los números primos y el principio de incertidumbre de Heissen. Estas conversaciones se fueron haciendo más y más frecuentes, ya que en pocos meses más, Grace tendría que dar el examen de admisión del internado más prestigioso de todo el mundo. Siempre que el postulante calificara con un CI mayor que 160, se le daba la oportunidad de rendir la prueba; aceptaban súper dotados y genios, y los educaban para ser los futuros científicos que cambiarían el mundo. Afortunadamente, Grace había obtenido un CI de 201, por lo que la presión de entrar no la atormentaba en los sueños. Muy por el contrario, se sentía ansiosa de poder conocer a niños que pensaran como ella.
Andrew siempre buscaba la oportunidad para molestarla y llamarla bicho raro. Pero Grace lo ignoraba y asociaba esa conducta a una personalidad insegura y carente de afecto por parte paterna. Ella sabía que Andrew había intentado entrar al internado, pero su solicitud había sido rechazada, por lo que él niño de once años siempre se mostraba a la defensiva con ella.
Celoso. Molesto.
Camino al hospital, un lluvioso día gris, Andrew le preguntó a papá:
—¿Por qué mamá se cortó el pelo? Le quedaba muy bonito largo.
—La quimioterapia causa caída del cabello en muchos pacientes, así que mamá de seguro no quiere tener un peinado desprolijo y prefirió cortárselo para pasar desapercibida —le contestó Grace mirando por la ventana.
Su padre le dirigió la mirada por el espejo retrovisor.
—¿De dónde sacaste eso, Gracie? —Inquirió preocupado.
Ella lo miró con regaño.
—Tú no quisiste decirme qué tenía mamá, así que le pregunté a una enfermera muy amable, y ella me lo dijo. —Sonrió con complicidad—. Como es obvio, el nombre no me bastó, leí muchos libros sobre el cáncer para entender.
—Gracie, no creo...
—¿Cáncer? —Interrumpió Andrew tembloroso; el labio inferior le tiritó y pareció perder el poco color en sus mejillas.
Grace le asintió.
—Es una enfermedad que descontrola la división celular. Las células se multiplican como locas y dañan a...
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Paréntesis (Entre comillas, #2)
Teen FictionSegundo libro de la trilogía "Entre comillas". ¡No leer sin antes haber leído el primer libro! EN EDICIÓN.