Dylan creció pensando que había nacido con alguna especie de falla, pero tardó años en averiguar qué clase de desperfecto lo volvía distinto. Sabía que algunos niños eran ciegos, otros tenían síndrome de Down y no faltaban los que confundían los colores; y a pesar de sus diferencias, lograban adaptarse lo mejor posible a la sociedad. Él siempre los admiró y sintió, quizás, hasta una pequeña pizca de envidia, pues sabía que, sin importar lo mucho que se esforzara por aparentar ser normal, nunca llegaría a sentirse como tal.
A los seis años, la mayoría de los niños pedía una pista para autos; Dylan quería la muñeca a las que podías cambiarle el peinado. A los nueve años, todos en su clase estaban profundamente enamorados de Dakota O'Shea; Dylan la rechazó cuando la chica se le declaró detrás del edifico de música... No fue hasta poco antes de cumplir los trece que descubrió por qué siempre se había sentido tan... desincronizado. Específicamente, lo supo en enero del 2009, fecha en la que su mejor amigo intentó cortarse las venas por primera vez.
John no había asistido a clases el día anterior, así que Lauren y él decidieron ir a la escuela secundaria y preguntarle a su hermana qué es lo que le había ocurrido. Si bien querían a John como a su propia familia, sus padres les tenían estrictamente prohibido ir a su casa, alegando que vivía en un barrio muy peligroso. John tampoco dio señal de querer recibirlos en todo el año que llevaba siendo amigos, así pues, nunca se enteró del verdadero motivo por el cual jamás pidieron juntarse en su casa.
Montaron sus respectivas bicicletas y pedalearon hasta la entrada del instituto académico. El frío de Seattle se hacía notar: El clima era húmedo, anunciaba que una lluvia estaba por aproximarse. Dylan se cubrió la boca con la bufanda que se había tejido el día anterior mientras que Lauren se abotonó el abrigo negro que traía puesto.
—¡Ahí está Lily! —Señaló a la chica con entusiasmo.
Dylan le atajó la mano.
—Es de mala educación apuntar con el dedo, Lauren.
—Ay, son un año mayor que uno y ya se creen dioses —respondió cruzándose brazos.
—Eres del noventa y ocho y yo del noventa y seis. Eso me hace mayor que tú por dos años, y por ende, tu Dios supremo.
—¿Qué significa "por ende"?
Dylan le revolvió el cabello, desordenándole la cola de caballo. Lauren odiaba cuando le tocaban el pelo, así que este no perdía la oportunidad de molestarla.
Salió de donde estaban las bicis aparcadas y se acercó a la hermana de su amigo, quien se había quedado charlando con unos amigos.
—Eh, ¡Dylan! —lo llamó a modo de saludo apenas lo vio acercarse—. ¿Cómo estás?
—¿Qué le pasó a John? —Lauren no sabía ser discreta.
Lily ladeó la cabeza con notoria confusión debido a la pregunta.
—No lo he visto desde que fue a la escuela esta mañana. —Se dirigió a sus amigos—. Los veo en la parada de autobús.
Los adolescentes se despidieron y alejaron, cosa que no tranquilizó en lo absoluto a Dylan. Porque, cuando se trataba de John, lo único que Dylan sabía hacer era preocuparse y, en esporádicas ocasiones, se daba el lujo de reír. Le habría encantado vivir en un universo donde solo riera con él.
—No vino a clases —anunció Dylan rascándose la nuca—. Creíamos que estaba enfermo...
La mirada de la hermana se ensombreció.
—Váyanse a casa —ordenó Lily.
Dylan y Lauren le sostuvieron la mirada de manera desafiante.
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Paréntesis (Entre comillas, #2)
Novela JuvenilSegundo libro de la trilogía "Entre comillas". ¡No leer sin antes haber leído el primer libro! EN EDICIÓN.