Capítulo 29: De almas gemelas, mejores amigos y amores frustrados

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¿Te ha pasado que despiertas, pero una fuerza sobrehumana te impide abrir los ojos? Para Dominic, ese inesperado antifaz de plomo se podía traducir muchas veces como: el aplastante deseo de quedarse en cama hasta que los gusanos lo habitaran, modorra infinita, o en este caso, una resaca que no le desearía ni a su peor enemigo (él mismo).

Con un agudo dolor punzante a lo largo y ancho de su cabeza, obligó a sus pupilas a recibir los rayos de sol que anunciaban un nuevo amanecer. Al no tratarse de un día de verano, suspiro con alivio; la luz blanquecina de invierno tenía mucha más piedad con los fiesteros que la perversa iluminación anaranjada, tan caliente que por un segundo creías haberte despertado en el infierno. Nick sabía que en unos sesenta años más ese sería su escenario al despertar diario, pero mientras estaba vivo, se contentaba con la posibilidad de tener mañanas frías.

—Ya era hora, por poco creí que habías caído en coma etílico —comentó... ¡La puta madre!

Dominic alzó la cabeza aterrado, dándose cuenta que se había quedado dormido en el hombro de Zack. La rapidez con que se alejó de su almohada improvisada lo llevó a sentir un tirón en el cuello que opacó por varios segundos las miles de cuchillas invisibles que se clavaban en su cráneo como dardos en una diana.

—Eh, tranquilo, Dom. ¿Te sientes mejor? —preguntó acomodándose en el sofá—. Te quedaste dormido y me dio pena despertarte. Bueno, también me daba pereza cargarte escaleras arriba o me asustaba que fueras a vomitar si te movía un solo centímetro —admitió Zack con una infantil inocencia—. Pero quedémonos con la versión en la que soy un buen amigo.

—¿A qué hora llegué? —inquirió Nick pasándose las manos por la cara. Quizás con una ducha fría cambiaría de zombi a su estado depresivo normal.

—¿No te acuerdas?

—Si me acordara no te lo habría preguntado, idiota.

Dios santo, la cabeza le iba a explotar. Y el genio que tenía su hermana por novio tampoco ayudaba mucho a calmar su irritabilidad que acrecentaba a un ritmo exponencial.

—Pretenderé que dijiste eso porque estás con resaca —comunicó Zack poniéndose de pie—. Ahora, intenta ocultar que un camión te pasó por encima anoche. ¡Tenemos todo un sábado libre!

—¿Tenemos? —Entrecerró los ojos.

—Por supuesto, podemos ir al cine. O a comer. O al teatro. O... —Le sonrió amistosamente. Demasiado—. ¿Qué tal si escoges tú?

—¿Por qué iba yo a querer salir contigo?

—Porque soy un amor —respondió como si fuera la razón más obvia del mundo—. Además, prometí que iría contigo y Eli a la fiesta, pero como se me pasó...

—Era una simple fiesta, no armes un drama.

—¿Tienes cara para decirme eso? ¿En serio? —Dominic se lo quedó mirando inexpresivo—. ¿No recuerdas ni la más mínima cosa que me dijiste?

Nick se mordió el labio. Sintió el corazón latiendo más deprisa, las manos mojadas, la habitación girando...

—¿Qué mierda te dije? —quiso averiguar. Temeroso, pero seguro.

Maldición. Él sabía que era el tipo de borracho que se ponía sensible... ¿Por qué no podía ser de esos que se largaban a hablar de política o religión? Incluso habría preferido ser la clase de alcohólico que se sube a la mesa a bailar, pero no, Dios lo maldijo con la incapacidad de contener sus emociones. Ugh. Deseó, desde el fondo de lo que alguna vez fue su corazón, no haber soltado la bomba de que su novia en realidad estaba estúpidamente enamorada de Patrick. Todavía seguía deambulado por su cabeza el discurso que Eli le soltó la semana anterior, cuando lo vio por primera vez. Y eso, ni después de un coma etílico, se olvidaba.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora