—¡... y también es súper hospitalaria! Recuerdo el primer día que llegué. Estaba muerto de miedo, pero Sasha fue la primera que me hablo y... —Se dio cuenta que Lauren le prestaba más atención a su teléfono celular que a él—. Perdón, ¿qué me habías preguntado?
—Tu color favorito —respondió con cierta incomodidad.
—Oh.
Estúpido, estúpido, estúpido.
—Sí —dijo ella secamente—. El mío es el naranjo, por si te interesa.
Rápido, Bruno. ¡Puedes arreglarlo!
—¿En serio? ¡Qué loco! Sasha odia...
Lauren hizo una mueca.
—¿Y si hablamos de algo que no sea Sasha?
—¿Cómo qué? —preguntó Bruno.
Oh, ya pégate un tiro de una vez.
¿Dónde estaba ese martillo invencible cuando se requería? ¿O el rayo de Zeus? Se habría conformado hasta con un piano de cola cayéndole encima como en los dibujos animados de la vieja escuela. Lo que sea, con tal que lo destruyese, o en el mejor de los escenarios, que le permitiese huir de ahí; quizás podía robarse un burro, escapar a la frontera, dejarse crecer un bigote y cambiarse el apellido a Sánchez.
La única otra opción viable que se le ocurría para arreglar su funesta conversación, incluía una máquina del tiempo. Y todos sabemos que para eso faltan años.
(Específicamente, faltan diecisiete años para que Sebas, John y Grace la echen a andar por primera vez, y dos años más para recibir su merecido nobel por transformar la ciencia ficción en realidad. Pero bueno, esa es otra historia).
Por un par de meses entre fiestas y salidas al cine, Bruno había olvidado que era un fiasco en cuanto a las interacciones interpersonales. Podía contar con los dedos de una sola mano la cantidad de amigos que se dejó en Italia; tal vez había disfrutado estos últimos meses en dos grupos distintos de amigos, pero eso no había cambiado nada: seguía siendo el mismo atolondrado social de siempre.
Lauren le había reventado la burbuja en la que cómodamente se adentró apenas pisó suelo americano. Un refugio que ocultó su timidez e inseguridad al hablar se desmoronaba en el peor de los momentos: mientras se esforzaba por charlar de forma amena con una chica interesantísima.
—Nada contra el naranjo, pero me inclino por el verde —le confesó Bruno.
Ella apenas le sonrió.
Todo estaba perdido señores, repito, no hay vuelta atrás.
—¿Y ese es tu color favorito o el de Sasha?
—Mío, claro. Sasha adora el celeste... —Lauren volvió la vista a sus pies que caminaban hacia adelante sin ningún destino aparente.
¡Ya empálenlo y quémenlo en la hoguera!
Bruno se llevó las manos a los bolsillos de su polerón con estampado de The Walking Dead. Pateó el suelo, frustrado de haber sido engañado con esa facilidad.
—Esa era una pregunta con trampa, no cuenta.
—No intentaba que lo fuera. Te lo pregunto honestamente, porque desde que nos fuimos, no has parado de hablar sobre ella.
¿Que cómo se había imaginado Bruno su vida en diez años más? Lo típico: casado, quizás ya con hijos y un perro; jugaría videojuegos con su esposa y compartirían historietas. ¿Soñador? Él prefería autodenominarse como optimista.
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Paréntesis (Entre comillas, #2)
Novela JuvenilSegundo libro de la trilogía "Entre comillas". ¡No leer sin antes haber leído el primer libro! EN EDICIÓN.