Capítulo 25: Cargando fusión de clanes

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La satisfacción que experimentó Eli al darse cuenta que le llegó el periodo fue francamente indescriptible; por poco creyó que se había convertido en una arpía sin corazón. Resultó que sólo se trataba de sus hormonas disparatadas. Debió suponerlo: siempre que le estaba por bajar, se volvía tan irritante como Quince luego de un baño y tan sensible como Zack componiendo una canción de amor.

—Sabía que no era una perra debilucha —expresó en voz alta con una sonrisa triunfal. Eso explicaba además, por qué no había parado de llorar desde que llegó a Pensilvania.

Aunque no fue hasta que soltó un par de lágrimas durante un anuncio de YouTube, que comenzó a cuestionarse su actitud frente a los problemas. Y media hora después, mientras rebuscaba en su bolso por un tampón, llegó a la conclusión de que lo mejor de haber caído en coma no había sido ni conocer a sus amigos ni viajar por mundos que la mente humana era incapaz de recrear. Lo que se llevaba el galardón de oro era la libertad mensual que todos esos meses la acompañó. Ojalá el impulso biológico de ser madre nunca se hubiese despertado a la par con ella.

Su endometrio volvió a automutilarse con la intención de castigarla por rechazar nuevamente el rol natural de una hembra. Dicen que vivimos en una sociedad patriarcal, pero el cuerpo humano puede actuar con un machismo francamente espantoso.

Eli se sobó el estómago, dejó sus pensamientos de feminista resentida a un lado, y bajó a la cocina a preparase un té con miel. Deseó que Zack la acompañara, pero no lo había vuelto a ver desde la mañana cuando salió a hablar con su hermano.

Hermano... Aún no se acostumbraba a emplear esa palabra refiriéndose a sí misma.

Si no hubiese estado bajo los efectos de un vaivén hormonal, se habría alegrado por esa inesperada amistad en formación. Pero como ese no era el caso, tomó su taza y se preguntó qué tan grave sería una quemadura de té hirviendo. Tal vez Patrick nunca la perdonaría, pero al menos el rostro de Daisy quedaría deforme para siempre. Era un precio alto y sin embargo no dejaba de ser tentador. Es más, se imaginó lo horrible que se vería y, mágicamente, el dolor uterino se desvaneció por completo. Porque una mujer en sus días puede llegar a ser más salvaje que cualquier cavernícola, y más letal que el mejor ejército.

Tomó un sorbo con inocente aspecto antes de regresar a la sala de estar.

Tranquilos que nada más fue un pensamiento, Eli no había perdido por completo el juicio. Aparte, Daisy se encontraba en el piso superior (nada más por si las dudas, nunca se sabe con los pacientes esquizofrénicos que no se toman su medicina).



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Llevaban quizás más de dos horas en los columpios, pero ante tal dilema necesitarían mucho más tiempo para llegar a una resolución. Además, Zack  no la estaba pasando nada mal con Dom. Tener a Kevin como mejor amigo le había dificultado gozar de otras amistades desde que nacieron; todos siempre temían ser lastimados por Kev y preferían evitarse la molestia manteniendo una relación más bien distante. Él podía volverse muy celoso. Y sí, parecían pareja.

—Pienso que deberías decirle —propuso Zack frotándose las manos luego de haber sostenido las cadenas de metal frío por tanto tiempo—. No fue justo para Daisy. Ella no tiene la culpa porque no lo sabía y la estás castigando por tu propia cobardía. Sin ofender —añadió deprisa.

—¿Tu consejo es que le rompa el corazón a mi hermano? —Soltó una amarga risa, llena de sarcasmo y carente de alegría—. Espero que no tengas pensando estudiar psicología.

—Tienes que tener mucha confianza en ti mismo para creer que ella lo dejará si se entera que te gusta.

Dom sonrió de medio lado.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora