Capítulo 3: Cómo descongelar un corazón y no morir en el intento, tomo l

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En general, Kevin era una persona honesta, demasiada tal vez... tan honesta algunas veces, que podía llegar a herir a los demás. Sin embargo, contrario a lo que se esperaría, Kevin podía mentir con la misma facilidad con la que irritaba a sus padres y a Sasha. Quizá por eso se sentía tan cómodo con una máscara y un disfraz sobre el escenario. Justamente, era eso lo que amaba del teatro: fingir ser alguien que no era, tomar la identidad de un personaje, y transformarse en él. Su cuerpo vibraba con cada drama, lloraba con cada tragedia, reía con cada comedia. Porque, al actuar, dejaba su vida para tomar prestada la de alguien más. Olvidaba sus problemas y sus rabias, dejándose llevar por la pasión que había heredado de sus padres. Fue un sueño desde pequeño, un anhelo que ya no se veía lejano. De a poco, se veía más nítido en sus pensamientos, ya como una realidad y no un mero deseo fantasioso.

El teatro era lo único que le recordaba lo increíble que era estar vivo. Le enseñó a sentir que el otro podía estar sintiendo.

Sólo un guion y un reflector.

Amor al arte, talento en la venas.

La música, por su parte, jugaba un rol completamente distinto en la vida de Kevin, aunque igual de trascendente. Era esta la que le permitía quitarse la máscara por las noches o antes de que todos despertaran. Sólo cuando estaba con su guitarra, encerrado en su habitación, podía darse el lujo de ser realmente él. Puede que por eso confiaba en Zack más que nadie en el mundo, porque entendía el poder de la música. Era hasta peligroso lo mucho que su mejor amigo lo conocía; pero nunca se arrepintió de haber depositado su verdadero yo en sus manos. A veces fingía por demasiado tiempo. Actuaba como un engreído, como un desinteresado, como un frío insensible...

A veces, Kevin tenía miedo de olvidar quién era. Y cuando eso ocurría, bastaba con charlar con Zack o dejarse llevar con alguno de los múltiples instrumentos que sabía tocar. Sólo unos segundos junto a la música necesitaba para recordar cómo era él.

El teatro lo protegía, la música lo liberaba.

Pasión y necesidad.

Nunca pensó que su perfecto modo de vida se vería perturbado de un instante a otro. Y sin embargo, ahí estaba, aquella fuerza que lo hizo dudar de cómo comportarse a penas la vio. ¿Antifaz o guitarra? No supo qué decir, cómo reaccionar. ¿Quién debía ser?

No fue como cuando estaba con Sasha. Pues a lo largo de los años, se había acostumbrado a usar su disfraz hostil, exceptuando las veces en las que necesitaba protección. Se enamoró de su bondad y genuina belleza, aun sabiendo que era inalcanzable. Puede que haya sido justamente eso lo que afianzó todavía más lo que sentía por ella. Nada era más atrayente que un desafío. Pero su prototipo de ideal femenino romántico se difuminó tan deprisa, que ni cuenta se dio cuando lo único en lo que podía pensar, era en esa chica de largo cabello oscuro, que lo analizaban como si se tratase de una animal aplastado en medio de la carretera. Ella notó que la estaba mirando de inmediato y, con una cara digna de un jugador de póquer profesional, le dijo:

—He experimentado con ratas más fuertes que tú.

Kevin Alexander Stevens Mosby, el tercer mejor promedio de toda su generación, respondió como un tartamudo:

—Pe-pero du-dudo que-que más atracti-atractivas —se incorporó con dificultad en el sofá, pero siempre sonriendo.

Ella hizo una mueca de asco, como quien encuentra un cabello en su cucharada mientras está almorzando.

—Y de inteligencia superior, definitivamente, Kevin —le dio enfásis a su nombre, como si al pronunciarlo adquiriera un poder que él desconocía.

—¿Por qué experimentarías con ratas? —quiso saber él.

—¿En serio me preguntarás eso y no por qué sé tu nombre? Pero qué prioridades más extrañas tienes.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora