Capítulo 12: Promesas que se derriten con la nieve

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Nos situamos varios años antes de que Eli se convirtiera en Lisa. Se trata de una época en la que a Dominic aún no le crecía la barba, pero se caracterizaba por poseer una voz lo suficientemente chillona para quedarse como soprano en el coro de la escuela. Cuando el corazón de Daisy todavía no debía ser reemplazado, y Patrick no la consideraba una amiga del todo, pese a que pasaba gran parte del día viéndola debido a la estrecha amistad que mantenía con su hermano.

Cursaban por aquel entonces séptimo grado, y Daisy y Dominic no podían ser más unidos. Se conocieron años antes en la iglesia, gracias a la catequesis. Pero la Primera Comunión no significó el fin de su amistad, sino su primer logro como mejores amigos (no agregaré el "por siempre" debido a los sucesos futuros de este presente que ustedes ya conocen y que lo tanto, se vuelven paradójicamente pasados). En la escuela, cada vez pasaban más tiempo juntos. Parecía que, cuando hablaban, todo el mundo se paralizaba y dejaba de importar; ellos vivían en su propia burbuja, donde podían cotillear sobre los vacíos que eran los cerebros las chicas y lo infantiles y primitivos que se comportaban los chicos de su generación. Habían diseñado además, su propio idioma para que el resto de sus compañeros no se diera cuenta cuando fueran el centro de sus burlas. Ni hablar del lenguaje de símbolos que se crearon con el único propósito de sentirse especiales, distintos a los niños de su edad, que siempre vestían, hablaban y se reían igual. La vida es demasiado corta para dejarse fundir en una masa genérica de personas.

Pasaban los recreos en la biblioteca leyendo o simplemente escuchando música en el mp3 de Daisy. Disfrutaban de los mismos libros, cantaban las mismas canciones, se reían de las mismas bromas, odiaban a las mismas personas e, incluso, su nivel de fascinación por los gatitos era igual de extremo.

Eran, en definitiva, tal para cual. Tanto era lo que ignoraban al mundo para dedicarse al otro, que no pasaba un día en la escuela sin que alguien comentara que ambos eran novios. Podían no tener más amigos, pero eso no significaba que Dominic y Daisy pasaran desapercibos. Bien podían considerarse como la pareja emblemática de séptimo, debido a todos los rumores que corrían por los pasillos. Ellos se reían y no hacían caso, el amor era un tema demasiado lejano para ambos; preferían oírlo, leerlo o incluso verlo, pero ¿vivirlo? ¡Jamás! No había tiempo ni ganas para el amor. A los doce años, amistad era en todo lo que podían pensar.

Por supuesto que, más de alguna vez, a Daisy se le pasó por la cabeza si tener a Dominic como novio podría llegar a ser algo real. Si seguían así hasta los quince o dieciséis, ¿por qué no? Tal vez su mente era pura inocencia infantil, pero también era una chica con una fuerte atracción hacia los chicos. Razón por la cual no podía negar a la belleza que tenía por mejor amigo. Ella sabía que todas las chicas babeaban por Dominic, mas también se daba cuenta que ningún chico lo hacía por ella. Así que, no tener pretendientes pero sí al chico más querido por toda la escuela era una especie de equilibrio para el universo.

Hasta un ciego (sí, me refiero incluso Alexia) podía ver la inquebrantable amistad que Daisy y Nick habían construido desde tercer grado; no era extraño que la chica pasara más tiempo con la familia de su amigo que con la suya propia. Últimamente, los padres de Daisy discutían con mayor frecuencia, por no decir que se gritaban todo el tiempo. Así que ella buscaba refugio en la estable y amorosa familia de su amigo, y sus hermanos ya consideraban parte de la familia... o casi todos ellos.

Un día de semana, luego de volver de la escuela, la familia Sommer se encontraba felizmente reunida viendo los antiguos álbumes de fotos en la sala de estar. Todo se debía a que era el aniversario de los padres de Nick, y como cada año, traían los recuerdos a la vida. Inclusive Daisy conocía la historia de ambos, pero eso la detenía para escucharla otra vez.

—Y así, niños, es cómo conocí a su madre —finalizó el señor Sommer con alegría—. De no ser por esa carta de Sofía, nunca habría encontrado a esta loca mujer en la mitad de la noche.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora