Capítulo 13: ¿Qué les pasó a los secundarios?

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No hubo ni tiempo de buscar las maletas, cuando el grupo de amigos comenzó a separarse. Bruno, sin el más mínimo ápice de interés por conocer al tal Patrick, le preguntó tímidamente a Lauren si le parecería divertido recorrer el condado de Lancaster junto a él. La chica, luego de una ardua lucha interna de unos treinta segundos o menos, desistió de Lisa y aceptó encantada. A John no le pareció propio de su mejor amiga, el rechazar la amistad por un chico que acababa de conocer; pellizcó su nariz con desaprobación. Sin embargo, Dylan insistió que el origen de su molestia se hallaba en el hecho de que Lauren ya no requería de su compañía para reírse, sino que, muy en contra de su forma de ser, había preferido a un completo extraño para compartir nuevas alegrías. John, muy a regañadientes, terminó dándole la razón a su novio. Como siempre hacía.

Estos dos tórtolos tampoco duraron demasiado tiempo en el grupo de Eli. Si bien John no paraba de anunciar lo feliz que sería al ver a Patrick, y Dylan, por supuesto, compartía todo lo que su novio sentía, Eli había descubierto que ese día no era nada más y nada menos que el cumpleaños de John. Lauren se lo comentó, quizás intentando convencer a Eli para que lo "liberara" de ese encuentro. La pelirroja se bañó en culpabilidad al enterarse. Su amigo, desde el primer día que lo conoció, destacaba por poner siempre a los demás por encima de sus propios intereses. Pero no permitiría aquella absurda postura abnegada; John se justificó: Calló, creyendo que de hacerlo público, ella habría desatendido el propósito del viaje. No por preferir a John, sino porque la emoción de la noticia le nublaría el juicio, dando cabida únicamente a celebrarle.

—Me conoces muy bien para llevar una amistad de unos cuantos meses —le dijo ella llena de orgullo.

—En realidad, Dylan te psicoanalizó porque se lo pedí —confesó él avergonzado—. Es escalofriante lo bien que comprende a las personas, ¿no te parece?

Eli tragó saliva. Ese adjetivo no bastaba para explayar su desconcierto.

Se alejó de su amigo, y tomó al potencial psicólogo (o creepy stalker) por el codo. Lo condujo hasta un rincón alejado de lo que quedaba del grupo, cerca de los cajeros automáticos y los carritos para transportar las maletas.

Sacó la tarjeta de crédito platino y se la tendió. Dylan entrecerró los ojos y ladeó la cabeza: Podía entender a las personas, pero no siempre el porqué de su actuar.

—John tendrá el mejor cumpleaños de la vida junto a ti —demandó resuelta—. Y serás tan asquerosamente cursi que Benedetti te denunciará por plagio. De lo contrario, haré contigo lo que un jardinero hace con la hierba mala.

Eli no acostumbraba a tratar así a la personas, pero cuando lo hacía, Amy de seguro se enorgullecía de ella. Se crio en un entorno lleno de empleados que obedecían cada uno de sus caprichos, sin importar el tono con el que se les hablase.

—Chica, estamos hablando de hacer sonreír al amor de vida —respondió sonriendo—. Soy del tipo cursi capaz de superar al mismísimo Ed Sheeran, pariente tuyo supongo.

Amy, casi salida del fondo de la tierra, se inmiscuyó en el diálogo como si se tratase de un foro público.

—No lo sé, Gaga —opinó apoyándose en el hombre del chico, que era varios centímetros más bajo que ella—. ¿Has oído al novio de la presente aquí? Hace querer vomitar hasta al más dulzón de los dulzones. Me provoca cáncer.

<<Novio>>.

Eli no le respondió con palabras; se limitó a sonreírle, dando a entender que de cierto modo aprobaba el comentario de Amy. Incluso rió; rió fuerte, y siguió aumentado la intensidad de su risa hasta tornarse un tanto psicótica (Dylan retrocedió un pequeño paso). Ella no lo notó, estaba demasiado focalizada en intentar aparentar normalidad. El problema es, que mientras más te esfuerzas por aferrarte a lo mundano, más te alejas de él. ¿Pero qué otra opción tenía? Su vida amorosa mutó de irse a vivir con su único novio de toda la vida y su mejor amigo a recuperar a... a su otro amor. Y quería hacerlo, su corazón latía desesperado, ansioso por abrazar y golpear a su salvador con complejo de héroe. Tanto había pensado en él, que dejó por completo en el olvido a su novio. Hasta que oyó el sustantivo, fuerte y claro. Entonces, el recuerdo de un chico pelinegro tocando una canción escrita por él y para ella la sumió hasta un pozo sin fondo, en el que la luz cada vez se volvía más inalcanzable. El brillo verde de su mirada se iba apagando, acrecentando un hedor culposo imposible de neutralizar.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora