Capítulo 38: Enfrentar la verdad, ese es el reto

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Entró corriendo a los baños para niños y se encerró allí por varias horas. De haber tenido teléfono celular, podría haber llamado a sus padres para que lo fueran a buscar alegando que estaba enfermo (de desamor), pero éstos le insistieron una y otra vez que todavía era muy pequeño para tener uno.

Qué injusto, ¡Kev tenía uno! Todos los niños del salón en realidad. Ya había cumplido los seis años, ¡y hasta había aprendido a escribir su nombre! Estaba grande, al año siguiente entraría a la escuela. ¡A la primaria! ¿Por qué no querían darle uno?

Se mantuvo hincado sobre la tapa del retrete por varias horas. Cantó para sus adentros y tarareó en voz baja, pero no logró calmarse. Y cuando sintió la puerta del baño abrirse de un portazo, se contrajo del puro espanto.

—Zack, ¿estás aquí?

—¿Kev?

—¡Zack! —exclamó el pequeño—. ¿Por qué tardas tanto en el baño? ¿Necesitas papel higiénico?

—No...

—¿Y por qué no sales?

—¿Estás solo? —inquirió tímidamente, en un susurro casi imperceptible.

—Sí, sí, sí. Anda, sal. —Zack abrió la puerta del baño y se encontró con su mejor amigo frente a frente—. ¿Qué te pasó?

Zack intentó explicarle, pero cuando lo recordó, la pena fue tanta que sus ojitos verdes se llenaron de lágrimas. Su amigo rápidamente lo envolvió en un abrazo y le acarició la cabeza, esto le permitió desahogarse por un par de minutos, y para cuando no había más llanto, pues había sido reemplazado por una nariz llena de mocos, pudo hablar (no sin antes sonarse).

—Odio el amor —soltó mirándose el rostro hinchado en el espejo.

La revelación tomó por sorpresa a Kevin.

—A mí me gusta —admitió él cerrando la puerta principal para que ningún otro niño entrara—. Me acuerdo cuando acompañé a mi hermano mayor a comprar un instrumento, y vi una batería armada. Me gustó mucho, y sé que estuvo mal, pero quise escuchar cómo sonaba. Fui corriendo, e hice sonar los platillos, y me di cuenta que quería aprender a tocar batería por el resto de mi vida. Hay muchos instrumentos, de todos los tipos. Y todos producen sonidos, algunos bonitos para unos y feos para otros; para mí era un sonido muy lindo, que quería oír por siempre. Fue amor.

—¡Bah, eso no es amor! ¡Yo digo amor de casarse!

Kevin se cruzó de brazos.

—¿Y si quiero casarme con mi batería?

—No... Amor de darse la mano.

—Mi mamá dice que estamos muy chicos para eso.

—Mi mamá dice que no hay edad para enamorase.

—Tu mamá es más simpática —se burló Kevin—. La mía me da miedo.

—Sí, a mí también —admitió Zack con una sonrisa que le hizo olvidar el mal rato que había pasado.

—¿Me dices ahora qué te pasó? ¿Alguien volvió a molestarte? —añadió preocupado.

Zack asintió.

—¿Conoces a Jasper?

—¿El que dibuja paisajes geniales?

—Sí, ¡y tiene pestañas súper largas!

—No me había fijado.

Zack agachó la cabeza.

—No... Por supuesto que no. Bueno, me hizo un dibujo de un príncipe tocando la guitarra. Y... era muy bonito. Y... él es muy bonito, ¿está bien eso? O sea, yo creí que sí. Les dije a mis papás y me dijeron que estaba bien que me pareciera bonito... Y le di la mano, sé que eso es amor de verdad. Pero se enojó. Unos niños volvieron del recreo y se burlaron. —Las mejillas las sentía ahora calientes—. Él me dijo maricón y se rieron.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora