Capítulo 5: La maldición de la tercera rueda

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Encubrir el dolor resultaba una tarea compleja, más aún cuando las lágrimas luchaban briosamente por asomarse y llenar la habitación hasta el punto de ahogar a cualquier individuo que se encontrase en ella.

Hacía dos horas, ella no podía haberse encontrado más feliz junto a sus amigos y sin embargo ahora, todo en lo que podía pensar era en hallar una manera de aguantarse la pena, una fórmula para que su sonrisa fuera creíble y su entusiasmo se transformara en realidad. Así pues, se bañó con una alegría infinita y falsa, y se dispuso en ayudar a Zack con los últimos detalles.

Su madre se encontraba de gira por Latinoamérica, dado que su más reciente libro había sido un éxito total de ventas tanto a nivel nacional como internacional (vaya sorpresa); su padre, por otro lado, estaba actualmente en la casa pero... pero no era una mamá. No le iba a ayudar con la maleta, ni se iba a preocupar de que se le quedara algo, o mucho menos le insistiría con llevar una suéter. No porque fuera un mal padre, sino porque la señora Anderson había tomado muy en serio su papel de progenitora y, desde que Sasha conoció a esa familia, se dio cuenta que Bernard era demasiado despistado como para ocuparse de un hijo enfermo de la manera en la que su esposa lo hacía.

En tanto Zack conversaba con Crystal por teléfono, Sasha se paseaba de un lado a otro procurando que todo estuviera en orden. Habían chequeado ya varias veces, mas la pequeña de cabellos dorados era conocida por su meticulosidad y orden, por lo que era mejor dejarla encargarse del asunto.

—Sí mamá, llevo las pastillas —oyó que Zack respondía de mal genio. La discusión con Eli no había terminado para nada de bien—; sí, están organizadas por día. Cinco años cargando con esto, ¿y crees que no sé echarme una a la boca? —Su expresión se ablandó—. Perdón, mamá. ¡No, no estoy molesto! —Comenzó a tirarse del cabello, cada vez más fuerte; logró suavizar su voz, pero el dolor en su mirada era notorio—. Prometo que estaremos bien, me cuidaré. Sí, ya sé que no puedo beber alcohol, ¿insinúas que en Nueva York les venden a los menores de edad? ¡Es sólo una audición no una despedida de soltero en Las Vegas! —Sasha se había quedado inconscientemente mirándolo hablar por celular, así que cuando el chico en cuestión hizo contacto visual con ella, se aguantó el asombro y le sonrió—. Sí, está acá conmigo. —Tapó el aparato y se dirigió a ella—. El Führer quiere decirte algo.

—Ten respeto hacia tu mamá, Zachariah —le ordenó Sasha. Camino hasta su amigo y tomó el teléfono—. ¡Hola, señora Anderson!

—¡Sasha, mi pequeño angelito! No sabes la paz que me da saber que irás tú. Estoy bastante segura de que Zack puede cuidarse por sí solo, pero la idea de que vaya con Kev me intranquiliza bastante.

Si me dieran un libro nuevo cada vez que alguien me dice eso...

—No se preocupe, señora Anderson, me aseguraré de que todo salga perfecto. En el interior, son buenos chicos. —Zack le sacó la lengua—. Muy en el interior.

—¿Está todo en orden? —La voz de la mamá de Zack reflejaba un dejo de preocupación.

—¡Por supuesto que sí!

—Las mamás tenemos este súper sexto sentido que nos avisa cuando algo no anda bien.

Pero eso no era del todo cierto; la mamá de Sasha rara vez lograba siquiera diferenciarla de Amy, no sabía qué día estaban de cumpleaños, e incluso dudaba de que supiera que ese año cumpliría los dieciocho.

—Es un gran don —respondió Sasha sonriendo. Zack alzó una ceja; quería entender qué estaban hablando ellas dos—. Adiós, señora Anderson, de seguro debe estar muy ocupada con la firma de libros, no quiero molestarla.

—Adiós, angelito.

Cortó la llamada.

—¿Y bieeeeeen? —preguntó Zack de forma ansiosa, sonriendo. Se estaba esforzando en que Sasha no se viera perjudicada por su mal humor.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora