Día 43

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Elizabeth se encontraba en una habitación... No, en un lugar, completamente blanco. No había ventanas, ni siquiera una pequeña puerta. Era imposible escapar de aquel extraño sitio; si daba un paso, se arriesgaba a caer. Nada le aseguraba que una superficie se encontraba bajo sus pies, excepto donde estaba parada.

Y de pronto, un chico frente a ella, la miraba con una escalofriante cara de póker.

—Ya era hora —le dijo tendiéndole la mano.

No alcanzó a responder, puesto que la escena cambió de golpe. Y ya no estaba en una habitación sacada de la película The Matrix, sino en un bello campo. Lástima que no pude apreciar su belleza, y en cambio, se concentró en una discusión que ese chico junto con otros dos estaban teniendo. Se dio cuenta que ella era la razón e intentó entender qué se gritaban, pero en eso él le gritó:

—¿Querías la verdad? Ahí la tienes, Elizabeth. Vas a morirte en cualquier momento, porque estás en coma, o quizá tu cerebro ya se está muriendo ¡Tu vida pende de un hilo! ¡Debido a tu estúpida acción heroica!

No supo qué contestar y no fue necesario, porque todo se volvió a esfumar. Ahora, nuevamente con el chico rubio, discutían cerca de un bosque.

—¡¡PORQUE NO SOPORTO VERTE, ELIZABETH!! —Estaba fuera de sí—. ¡No soporto tener que verte cada día, sabiendo que tú no perteneces aquí! ¡Habrías seguido con tu vida normal y feliz de no ser porque tu estúpido novio no sabe diferenciar maldita la luz roja de la verde! No lo soporto. No puedo verte a la cara, hablar contigo, o sentarme a tu lado, porque sé que puedes morir en cualquier segundo. Y yo... —cerró los ojos un momento— no sabría qué hacer si pierdo a un amigo... si te pierdo a ti.

Las palabras se le atoraron en la garganta, como si ella no fuera dueña de su propio cuerpo, sino un simple espectador, atrapado en otra persona. Veía todo en primera persona, pero no se sentía como una protagonista.

Se dejó llevar por la nueva escena, que ya no era al aire libre; se hallaban al interior de una especie de cabaña, aunque parecían a punto de salir. Y se sintió extraña, como si existieran dos Elis. Por un lado, esa que vivía cada situación como si supiera lo que ocurría, y por el otro, estaba esa Eli que observaba e intentaba entender su alrededor.

—No me gusta Lauren —dijo de pronto el chico—. El que pase tiempo con una chica no significa que me atraiga de ese modo.

Y ahí estaba lo raro, una Eli se sintió aliviada, pero otra ni siquiera sabía de quién estaba hablando. Literalmente, se había dividido en dos.

Ese fue el último lugar concreto que su subconsciente le permitió visitar. De ahí en adelante, todas las imágenes pasaban de prisa y de manera distorsionada, como si su vida hubiese sido filmada con un lente empañado.

Vio un precipicio, un piano, y hasta un desierto. Se asustó con una tormenta, y gritó al verse corriendo de una criatura que desconocía. No importada qué es lo que pasara, él siempre estaba allí.

Y saltaron, y se escondieron, y lloraron y se abrazaron.

Sintió dolor frente a dos tumbas que no pudo identificar, y luego paz bajo un árbol de aspecto primaveral.

Casi de golpe, todo se detuvo. Y fue sólo un segundo, aunque eterno, en el que ese chico lloró frente a ella.

—Te regalo mi Estrella, Lizzy Collins.

—Te regalo mi Estrella, Lizzy Collins

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Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora