Capítulo 35: Adioses ineludibles

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Zack se contempló en el espejo el tiempo suficiente para que cualquiera pensara que se estaba por convertir en el Narciso del siglo XXI. La diferencia recaía en algo m­uy simple: él no estaba enamorado de lo que veía. Justamente era eso lo que lo hacía enloquecer a tal punto de no poder despegarse de su reflejo, pues tenía la triste esperanza de que eventualmente sus ojos se acostumbrarían a la mirada que ese extraño le devolvía, y reconociera que se trataba de él mismo.

Desde pequeño creció con la ególatra idea de que todo el mundo lo admiraba por su belleza física; que sus pupilas esmeraldas y cabello oscuro y misterioso como la noche misma lo posicionaban en una categoría superior al común de los mortales. Cabe aclarar que este pensamiento no fue propio, sino externo. Impuesto. Sin embargo, con el correr de los años, terminó por creérselo y añadir dos puntos a la barrita de autoestima, como si se tratara de un personaje de videojuego al que se le pueden quitar y agregar características.

¿Dónde estaba esa hermosura? ¿Estuvo ahí alguna vez?

Giró, en un intento frustrado por contentarse con su espalda trabajada, mas el traje de miles de dólares era lo único que destacaba en el espejo. No lo lucía bien, el esmoquin bien podría ir solo con Eli como pareja, tal vez así la chica no desentonaría.

Estoy gordo, concluyó abatido.

La doctora Flores le advirtió de los efectos que tendrían los medicamentos en su mente y cuerpo. Si bien estaba satisfecho por la mejoría en cuanto a su enfermedad (hacía días que no se sentía triste o con desaforadas ganas de cometer alguna locura), se sintió profundamente estafado al notar los daños colaterales que la nueva prescripción le provocaba. Ya se había acostumbrado a dormirse en clases y a ser un alumno por debajo del promedio; le era inevitable con tanta medicación. Pero los kilos extras que había ganado era algo que no podía tolerar. Se partía la espalda todos los días en los entrenamientos de baloncesto, e incluso pasaba fines de semana enteros en el gimnasio con Kevin. ¿Para qué? Sí, sus pensamientos resultaban frívolos, no había duda de ello. Pero cuando lo único en lo que destacas es en tu apariencia física, te aseguras que eso se mantenga. De lo contrario, ¿qué te queda?

El vendedor le sonrió al espejo, obligándole a fingir una alegría que no podía encontrar. Le acomodó las hombreras y alisó los pliegues arrugados con suma delicadeza.

—¿Qué te parece? —le preguntó orgulloso.

—Luzco horrible.

El grupo completo se dio un golpe en la frente.

—Zack, te has probado dieciséis trajes. ¡Escoge uno antes de que me muera de hambre! —se quejó Eli, echándose pesadamente en el sofá de terciopelo que Grace y Kevin compartían.

—Comer pasto no es comer —dijo Grace.

—Zack, te ves bien —opinó Kev, acercándose a él. Apoyó las manos sobre sus hombros y le revolvió el cabello—. ¿Podemos comer ahora?

—Sólo lo dices porque eres mi mejor amigo.

—Eh, falso. El deber de un mejor amigo es ser brutalmente honesto, no un pedante adulador. Si te vieras como un montón de basura, te lo diría sin pensarlo dos veces, pero no es el caso. Luces atractivo.

—¿Qué tanto?

—Si fuera gay te daría aquí mismo.

Zack se dio vuelta y le lanzó un beso.

—¡Zack, deja de coquetear con mi hombre! —alegó Grace, poniéndose de pie. Atrajo a Kevin del brazo y le dio un beso que Eli jamás daría frente a sus padres. Afortunadamente, sólo estaban Ben y Robert.

Paréntesis (Entre comillas, #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora