¿Virgilio? Parece una mala broma. Tomamos nuestras cosas del patio de la casa, llevábamos nuestras mochilas y ahora la mochila de la comida, mi revolver estaba adentro de una bolsa de plástico negra y ni siquiera se tomaron la molestia de cargarlo, las municiones seguían ahí, todo estaba en su lugar, pero ni Miriam ni yo estábamos en condiciones de caminar.
—¿Qué pa-pasa? —nos pregunto Virgilio al percatarse que no lo seguíamos.
—estamos heridos —le dije mientras veía como Miriam intentaba cargar la mochila.
—¿Qué cla-clase de heridas?
—un hoyo en la pierna y una espalda lastimada —le conteste señalándole lo que le decía, aunque se que no me veía.
—¿Eso es to-todo? —pregunto burlándose de alguna forma y continuó:—, lo de la esp-espalda es fácil de cur-curar pero con lo de la pie-pierna puedo hac-hacer que cierre más rá-rápido y el dolor sea menos.
—haz lo que tengas que hacer—dije.
—está bien —me contestó y me paso a las espaldas de Miriam—, pri-primero la niña tiene que des-descansar sus brazos sob-sobre su cuello —le dio instrucciones a Miriam y puso sus manos por atrás de su cuello entrelazado sus dedos—, esp-espero que lo estén hacie-haciendo bien… ahora tu, niño, car-cárgala desde atr-atrás pero usa sus br-brazos como agar-agarraderas, aprieta y no dejes de apr-aprietar hasta que algo truene.
—¿Duele? —pregunto Miriam nerviosa al ver que ya la estaba sosteniendo.
—claro que duele —le contestó el manco con una voz ronca sin ningún tartamudeo.
Cuando acabaron de platicar la cargue y empecé a apretarla, la sostenía en el aire y casi la dejó caer por mi dolor de pierna pero no la solté hasta que sus espalda trono cuatro veces, pude sentir como los músculos de Miriam se relajaban resultado del alivio.
—¿Mej-mejor? —pregunto el manco con un tono algo dudoso, como si esperará que no funcionará.
—ya estoy mejor —dijo Miriam mientras la bajaba—, ya me puedo parar derecha.
—funcionó —dijo sorprendió.
—pero aún me duele un poco la espalda —le confesó Miriam con un tono doliente en la voz mientras se tocaba la espalda donde había recibido el golpe.
—no te prec-preocupes —le contestó Virgilio señalándola con su muñón—, ese abr-abrazo sólo te puso las vér-vértebras en su lugar pero el gol-golpe fue en tu mú-músculo y se infl-inflamo, ya pa-pasará.
—gracias, por cierto, me llamo Miriam —le dijo presentándose—, Miriam Marstone y él —dijo señalándome—… se llama Van Crespo
Sin decir nada, como si no le importará, el manco se dio la vuelta y tomo camino por el sendero sinuoso y me dejó parado esperando mi tratamiento.
—¿Qué me vas a hacer a mi? —pregunté señalando mi pierna y su hoyo.
—cierto, tú —dijo con una malicia en su voz—… te haré esp-esperar.
—¿Qué dijiste? —le pregunté.
—no pu-puedo cerra-cerrarte la herida con magia —me contestó—, la única man-manera de que esa he-herida cierre es con tiem-tiempo y nada más que tiempo.
—pero… —le intente decir algo pero no podía decir nada en contra de un comentario tan obvio.
—vámonos Van —me dijo Miriam poniéndome una mochila en el hombro—, no quiero pasar otra noche aquí.
Por unos momentos pude ver sólo a Miriam y a Virgilio por atrás ya que después de un tiempo de camino mi pierna había empezado a molestar (aparte de que me caí dos veces en el camino hasta acá), sólo veía como los dos hablaban y uno se reía por el comentario del otro y viceversa.
—Antes de esto, ¿Qué eras? —le pregunto Miriam.
—yo era médico —le contestó sin más con una voz gruesa.
Al oír que platicaba acelere el paso para integrarme a la plática.
—¿Y cuando eras medico tenías…? —intente preguntar pero el manco me interrumpió.
—si… ten-tenía ojos, habla y te-tenía bra-brazos.
—ah, ok —le conteste.
—¿Cómo quedaste así? —le pregunto Miriam viéndole los muñones.
—¡Miriam! —le regañe por su impertinencia.
—no im-impporta —me contestó Virgilio amablemente y después dijo con sarcasmo—, tu también pr-preguntaste y no vi pro-problema en responderte —tomo aire y empezó su historia con melancólica voz—. Yo era un méd-médico en la embajada de Edb-Edbarnd, un país del viejo continente, en la capital de Colom, al poco tiempo de que los Ocelotes cay-cayeron bajo la armada imperial todos los ex-extranjeros fueron a sus resp-respectivas embajadas buscando refugio ante el in-inminente desplome del Imp-imperio, yo estaba de turno cuando la anar-anarquía reinó por todo el país y no pude salir de ese edificio por mi familia, no tuve contacto con ella desde entonces.
(N.A: desde aquí quitaré el efecto de tartamudeo, ustedes pueden imaginarlo)
«En la embajada había un total de cuatrocientas personas contando a los empleados, después de dos meses quedamos un total de cinco personas, el resto fueron muriendo, matándose, perdiéndose en la ciudad hasta que sólo quedé yo, dos mujeres de Edbarnd y dos empleados de limpieza. Un día la comida y el agua se terminaron, nos vimos obligados a salir aún sabiendo que quien salía no volvía, salimos los cinco para estar siempre juntos, encontramos un supermercado a unas calles de la embajada, creímos que podría haber comida, agua, medicamentos, creíamos que podía quedar cualquier cosa pero nos equivocamos. Dentro del supermercado había seis hombres armados, los mismos hombres que conocieron hoy sólo que más jóvenes, nos sometieron a los cinco y nos subieron a una camioneta, a una de las mujeres como no paraba de gritar le dieron de ver algo de una botella, algo con un olor horrible que te quemaba hasta las entrañas, nos llevaron a un terreno de trigo alto donde nos dejaron libres para escapar de su cacería.»
«No aguantamos ni la primera noche como ustedes lo hicieron, a uno de los hombre de los que iban con nosotros lo decapitaron por que se movía mucho, a las mujeres las violaron y cocinaron, al otro hombre sólo lo violaron y lo mataron con una bolsa de plástico, y a mi… para evitar que me mataran les comenté que era médico, que podía ayudarlos, la esposa del hombre más viejo estaba embarazada, así que me dieron la oportunidad de asistirla en el parto, si el bebé se lograba yo sería libre, sino me esperaba algo peor que la muerte. Esa misma noche la mujer entró en labor de parto y yo empecé mi trabajo, no duró mucho tiempo, ya que el bebé estaba muerto, el resultado de ese parto fue horrible: tenía la cabeza grande y amorfa, como una papa…»
Al oír eso Miriam empezó a tener un extraño interés extra en la historia de Virgilio.
—… tenía una piel de moribundo, con un tono gris, no tenía ojos y al final de su columna había una extensión de piel que parecía una cola de cerdo, tenía un orificio en lugar de nariz. Nació muerto y a los pocos minutos la madre también murió por desangramiento, pensé en que me matarían así que preferí hacerlo yo, intente cortarme las venas con las tijeras que me habían dado pero no tenían filo, intente incendiar la habitación con el fuego de las velas pero estas se apagaron.
«de un momento a otro el viejo entró y me vio intentando quitarme la vida golpeando mi cabeza con la mesa, en la cama vio a su mujer y en una bandeja vio a su hijo, su horrible hijo, tomándome por los pelos me arrastró hacia afuera de la casa, me metió a un taller y se encerró conmigo toda la noche»
«lo primero que me hizo fue quitarme los brazos para que nunca volviera a ser un médico del diablo, grite como nunca mientras me amputada los brazos con una segueta, grite tanto que lo desespere y no vio otra solución que coserme la boca para que guardará silencio. Para mantenerme vivo me conecto unos caimanes en las orejas y conecto la otra punta a su camioneta, cuando veía que me estaba desmayado me lanzaba agua y pasaba corriente para reanimarme. En una de esas entró una de sus hijas pidiendo piedad por mi vida, argumentando que viera mis ojos, que yo nunca mataría a su madre, eso no ayudó en nada ya que me fue peor, para que yo ya no viera a nadie obligó a su hija a coserme los ojos con hilo de cáñamo y cuando terminó de torturarme me pregunto mi nombre, le conteste que era Virgilio, me dijo que era muy difícil de pronunciar para sus hijos y me puso Trudy, como un perro, me dijo. Desde ese momento me convertí en su sabueso, me sacaban a las cacerías para ayudarlos. Llevo catorce años haciendo esto, llevo catorce años siendo un ciego, mudo y manco, muchas noches pensaba en escapar pero era un sentimiento que al poco desaparecía, ¿Que haría sólo? morir tal vez, al menos ellos me daban comida, un techo para dormir, como estoy no sirvo para nada, mi única opción es morirme.»
Acabo su historia con esa frase tan tétrica y sin darnos cuenta llegamos al pequeño bosquecillo que habíamos visto un día antes, ya estaba anocheciendo y el bosque se ponía oscuro y aterrador, a Miriam y a mi nos daba miedo pasar pero Virgilio nos dijo que no nos preocupamos, que lo peor había pasado hace unas horas.
—los llev-llevaré al final del ca-camino y de ahí sigu-siguen solos —nos dijo guiándonos hacia la salida del bosque.
Caminamos por unos minutos en silencio absoluto, el bosque estaba oscuro y oíamos el viento pasar entre las ramas y el crujir de las hojas bajo nuestros pies, no podíamos ver nada, no había ni estrellas, ni luna, la bóveda celeste estaba tapizada por unas nubes cerradas que a menudo se iluminaban pronosticando una tormenta.
Vimos el final del bosque, vimos la carretera por los huecos de entre los árboles, el asfalto estaba cuarteado y se empezaba a oscurecer por las pequeñas gotas de agua que empezaban a precipitarse.
—Bi-bien —dijo Virgilio con un tono de seguridad en la voz—, ha-hasta aquí los dejó.
—¿Qué? —pregunto Miriam confundida al oírlo— ¿No vas a ir con nosotros?
—mi ca-camino acaba aquí —le contestó—, es la hora de que me lib-liberen por tra-traerlos hasta acá.
—Miriam —le dije—, creo que se que quiere.
—no e-eres tan tonto como lo pe-pensaba —me alago con su asqueroso sarcasmo.
Se dio la vuelta y se inclinó hacia adelante, al hacerlo su camisa se alzó y dejó ver que en su bolso de atrás tenía una pequeña pistola que parecía de juguete.
—sác-sacala —me dijo moviendo sus caderas, saque la pistola de su bolso y la tome en mis manos, saque el cargador y tenía sus once balas más la de la cámara—, por favor, Van Crespo, libé-libérame.
Le metí el cargador a la pistola y puse el dedo en el gatillo.
—Van, no —me dijo Miriam en voz baja.
—no lo podemos dejar así.
—tampoco lo puedes matar —me discutió.
—es más humano hacer esto.
—desde cuando es más humano matar a alguien —dijo alzando la voz.
—a alguien moribundo —le dije—, no creo que tenga que aclararlo.
—por fa-favor —me dijo dándose la vuelta y poniendo su frente en el cañón.
—no lo hagas —me dijo Miriam tomándome la mano mientras temblaba—, podemos llevarlo a algún lado para que lo cuiden.
—no lo podemos hacer Miriam —le dije intentando apelar a su lado racional—, nadie va a hacerse cargo de un peso muerto.
—Mir-Miriam —le dijo Virgilio quitándole su mano de las mías—, tiene ra-razón, aparte no me esta ma-matando, me esta ayudando a trasc-trascender, me esta ayudando a llegar con Di-Dios.
Los ojos de Miriam se llenaron de lágrimas y a la hora de hablar su voz se corto:
—pe-pero.
—por favor, ve al ca-camino y no veas —le recomendó Virgilio.
Sin decir nada se fue corriendo tapándose la cara por las lágrimas, pasó a mi lado y pude olerla, ya no tenía su olor de cuando la conocí, ahora olía a hierro, a sangre. Nuevamente Virgilio puso su frente en el cañón y cuando lo hizo me di cuenta que no era Miriam la que temblaba sino yo.
—cuíd-cuidala mucho —me dijo con un tono destrozado en la voz—, no se a donde la lle-llevas o a donde van pero cuíd-cuidala y no dejes que ningún bast-bastardo la toque.
—lo haré —le dije serio.
—¿Lo pro-prometes?
—lo prometo.
—hazl-hazlo por favor.
Mi dedo estaba paralizado, entablado, no podía hacer nada más que ver como mi mano temblaba, no podía matar a alguien que no nos hizo daño y aparte de eso nos ayudó, simplemente no podía.
—¿Crees en Dios? —le pregunté.
—si —dijo sin más.
—pega tus… brazos y pídele que te acepté en su reino —le pedí con un plan en mente.
Sin oponerse lo hizo y empezó a orar en voz baja.
—Dios pa-padre, creador todo po-poderoso, por favor perd-perdona a esta alma per-perdida de tu sendero y …
Antes de que acabara puse el arma en sus muñones y me di la media vuelta para empezar a caminar hacia el camino.
—¡oye! —me gritó desde mis espaldas— ¿Qué haces? ¡Vuelve!
—no puedo hacerlo —le dije asustado—, si fuiste tan listo como para traernos hasta acá podrás suicidarte tú solo.
Camine sin ver atrás y salí a la carretera donde estaba Miriam llorando, llegue por atrás y la abrace.
—Van —me dijo triste limpiándose las lagrimas.
—vámonos —le dije, empujándola para que caminara.
—¿Qué pasó? —me pregunto mientras caminaba.
Cuando iba a abrir la boca se oyó un disparo, las aves salieron volando de sus nidos y un silencio absoluto reino por unos segundos hasta que Miriam se quebró en llanto. Así estuvo por unos minutos hasta que se tranquilizó y pudo haber algo de silencio, entre este pude escuchar como las olas rompían con las rocas, era el mar. Miriam también lo oyó y me dejo de abrazar para oír mejor.
Nos asomamos por encima de la barda que protegía el camino y estábamos en un cerró y a unos quinientos metros hacia abajo se veía el mar.
Me quite la mochila del hombro y saque el mapa, busque a mi alrededor el nombre de la carretera donde estábamos, Milpa alta, llevaba por nombre, la busque en el mapa y la encontré, es una pequeña carretera local perdida en la ciudad costera de Fort Cruz la cual estaba pegada al Mar negro, al Este del país a unos 450 km de la carretera de tronco, nos habían desviado tanto que cada vez se veía más alejada la frontera, cada vez más lejos del final de la pesadilla.
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PERFECT [Terminado]
AcciónVan, un chico de 18 años que nació en un país sin gobierno sumido en una guerra eterna por la supervivencia de cada individuo, se ve metido en la búsqueda de una chica extranjera llamada Miriam que quiere regresar a su país pasando la mortal fronter...