CAPÍTULO XLII: Negociación con los hombres del borde.

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     Las manos me temblaban y podía sentir esa pequeña gota de sudor frío bajando por mi espalda y llegando a ras de mis nalgas, mi respiración y mi corazón no estaban bien. Jale el percutor del revolver para generar presión, pero al parecer en quien género presión fue más en mí que en ningún otro, ya que todos parecían aún más enojados.
     El hombre de cara agradable se acerco a mí con las manos abiertas a la altura de sus mejillas y con una cara como si dijera: “no hagas nada amigo, mira, vengo en paz”. Tenía la boca tan seca que cuando la abrí en lugar de palabras salieron unos extraños gemidos.
     —niño, vamos déjala ir, ella no tiene nada que ver contigo ni con tu amiga —me dijo aquel hombre con tanta seguridad en su voz que se volvía intimidante.
     —y ¿con la niña? —le pregunté pegando aun más el cañón a la oreja de la chica.
     Aquel hombre dio una sonrisa esquiva, como si supiera que preguntaría eso. Se humedeció los labios y se presentó:
     —me llamo Bram.
     —créeme que me importa muy poco tu maldito nombre —le conteste intentando calmar mi respiración y mis latidos.
     —mira hombre —me dijo él—, yo no quiero problemas, ya tengo los suficientes con estos indios salvajes que creen tener todo este lugar por derecho divino, solo por que sus padres los engendraron sobre un caballo y nacieron en una cama de paja bajo la supuesta luz de su estúpida diosa —para ese tiempo él ya estaba perdiendo el control y subiendo la voz, pero al momento de percatarse se intentó calmar y prosiguió:—. Mi gente tiene sed, hambre, estos indios estúpidos no dejan que el agua vaya más allá de la garganta de la grieta donde yo y todos nosotros vivimos, tengo gente enferma, niños, mujeres embarazadas que mueren de sed, créeme que si tuviéramos otra alternativa no estuviéramos aquí. Perdona por decírtelo, pero estas del lado equivocado de la historia.
     En ese momento intente pasar saliva pero no pude, podía sentir como mi garganta estaba cerrada por la horrible combinación de los nervios y el miedo.
     —no le hagas nada a la chica —me suplico acercándose a mí—, mírala, es como tu amiga, incluso parecen de la misma edad.
     —¿Cómo mi amiga? —pregunte.
     Con mi otra mano le quite la capucha que tenía puesta desde que la tomé, la jale hacia atrás liberando un pelo blanco muy corto, incluso más corto que el mío, con esa misma mano la tomé por las mejillas e hice que me viera a la cara, tenía unos ojos verde oscuro y una mirada profunda que se mezclaba con el color apiñonado de su cara.
     Al momento de verla de esa manera flaquee, era como ver dentro de un abismo negro, pero retome el control y la seguridad sobre mi pistola pero el temblor de mis piernas les demostraba a todos mi debilidad en ese momento.
     —vamos hombre, suéltala —me dijo aquel hombre con una sonrisa pícara e ironía en su voz que resaltaba su mirada burlona, como la de un niño—, no quiero que te de un ataque al corazón del miedo.
     —puedo controlarlo —le dije fingiendo una seguridad que no tenia.
     —no lo parece —me replicó y casi al momento marco aún más su sonrisa.
     Las cosas se ponían más tensas y el calor no ayudaba en nada, sólo a hacernos sudar. Por unos segundos hubo un silencio incómodo que se extendió por todos lados, no se oía mucho más que los movimientos involuntarios y como algunos se acomodaban las armas en sus manos o intentaban respirar por sus narices mocosas.
     La chica intentaba zafarse de mi agarre y era fuerte, pero por la forma en la que la tenía sostenida no podía liberarse y de un momento a otro detuvo su forcejeo, veía mucho frente a ella, como esperando que algo pasara y paso:
     El sujeto que estaba parado frente a mí y saco un arma de su cinturón y me pego con ella en brazo haciendo que soltara a la chica, quien corrió hacia la multitud donde se sumió y se perdió de mi vista. Al provocar eso pude sentir como todo se escapaba de mi control, pude sentir como decenas de dedos se posaban sobre los gatillos. En la desesperación más profunda tomé a Chelo para reemplazar a aquella chica que se había ido, enrede su brazo tras su espalda y puse el cañón sobre su cabeza que apenas podía mantener recta por el dolor que le provocaba esa postura.
      —¿qué haces? —me pregunto Miriam al ver lo que había hecho, pero no la  oí ya que no podía quitar la mirada de la sonrisa tan amable de satisfacción que tenía ese sujeto.
     —creo que necesitamos calmarnos —dijo él de una manera muy cortés—, no es necesario que nos exaltemos y hagamos cosas estúpidas.
     —déjame preguntarte algo —le dije desviando la atención de las cosas que hacía fruto de los nervios—, ¿Qué quieren con esta niña?
     —nada malo, créeme —me dijo con un tono calmado—… solo negociar el agua a cambio de dejarla ir, al parecer es algo importante entre ellos.
     —alguien —le corregí.
     —perdón, alguien —me contestó con un cierto disgusto.
     —me creerías si te dijera que no te creo ni una sola palabra de lo que me acabas de decir —le dije intentando no trabarme—. Eso del agua, de tu gente, me parece… no lo sé, algo falso.
     —¿Cómo dices? —me pregunto algo nervioso, lo cual terminó por delatarlo.
     —ya sabes —le contesté—, me parece que mientes y que sabes hacerlo muy bien.
     —no creí que fueras a darte cuenta —me dijo transformado su amable sonrisa en una curva sínica—… parecía que te la estabas tragando entera, pero dime, ¿cómo te diste cuenta?
     —nadie que suplique entra echando tiros y marchando sobre charcos de sangre, es cuestión de lógica —le conteste a su pregunta, pero mientras más hablaba parecía que su cara iba tomando una expresión cada vez más perversa, una mueca cada vez más deforme—, te vuelvo a preguntar —le dije acomodando el cañón del arma sobre el cráneo de la niña—, ¿qué quieren con esta niña?
     Paso unos segundos sin respuesta en los que extraños chirridos salían de su boca, hasta que explotó la risa más sonora y macabra que había escuchado, era como si una pequeña burbuja de locura hubiera estallado.
     —alguna vez le has demostrado a alguien que lo que cree puede estar mal, le has demostrado a alguien que sus ideas sobre ti o sobre los demás pueden estar mal. Eso se llama una victoria moral, en el caso de la otra persona, una derrota moral, le aplastas sus ideas, en lo que cree y cuando lo haces, ya no tiene nada, nada en que creer, nada en que justificarse. Hacer eso representa una de esas victorias, uno de los sentimientos más dulces que puedes probar, ya que no derrotaste a alguien a la fuerza, eso cualquiera lo puede hacer, lo que hiciste es aplastarlo desde adentro, al aplastar su moral, algo tan difícil, es todo un mérito, ¿no lo crees? Simplemente es hacerle ver que en todo lo que creyó está mal.
     El simple tono de su voz me heló la sangre a tal punto que mis palabras se atoraron en mi garganta generándome un amargo nudo. Aunque lo que dijo resultó tan redundante había un sentimiento en esas palabras, había un odio extraño, algo difícil de explicar.
     —¿qué pasó niño? —me pregunto con un tono burlón y una sonrisa en su cara— ¿te dio miedo?
     A decir verdad sí, había tratado con gente loca, caníbales y otra gama de personajes, pero nunca a alguien así. Pero el miedo no se apoderó de mí como lo hubiera hecho en otro contexto, tener a esa niña bajo el cañón me generaba una cierta seguridad. Respire profundo, lo más profundo que pude y aún así sentía que el aire me faltaba, y hablé:
     —esa es tu única razón, maldad pura.
     —yo lo veo más como un experimento —me contestó borrando de a poco su sonrisa—, solo quiero probar un punto.
     El aire era seco, y pesaba respirar. Podía sentir como todas las miradas se me clavaban en el pecho, como enormes cuchillos que me atraviesan y hieren a Miriam.
     —sabes lo fácil que sería acribillarte, te llevarías a la niña conti…
     —no creo que sea tan fácil —le interrumpí—, si así fuera, ya lo hubieras hecho.
    Tiene que haber una manera de salir de aquí, siempre la hay, no es la primera vez que nos metemos en algo así.
     —maldita sea Gump, eres un genio —me contestó riéndose de su propio chiste—. hagámoslo fácil, supongo que quieres ir a Colony, nadie viene por acá con otra intención, danos a la niña y te llevo hasta el bosque negro, de ahí son cinco horas a pie hasta la frontera.
    Y ahí está la salida perfecta.
     —¿no nos llevarías por el bosque? —intente negociar.
     —¿Van que piensas? —me pregunto Miriam al oírme—, ni creas que te dejare.
     —Miriam, por favor cállate y espera —le dije sin voltear a verla—. Entonces ¿qué dices?
     —no me gusta el bosque negro —me dijo rechazando mi trato—, está lleno de locos.
     —¿tu experimento no lo vale?
     —hasta el bosque y no más allá, te dejo donde vea el primer árbol.
     —ahorita que lo pienso, no estoy en posición de negociar y suena tentadora tu propuesta.
     —pasa de medio día —me dije relajándose pero sin quitar esa expresión felina—, antes del atardecer estarán pisando el bosque negro y antes de ya entrada la noche estarán pisando Colony.
    —no quiero nada de trampas —le advertí tomando una voz grave e intimidante—, nada de el primer árbol que veas, quiero que nos lleves hasta ese gran muro de árboles.
    —no me está gustando el rumbo que está tomando esto —me dijo Miriam nerviosa jalándome de la manga, yo no le hacía caso y al parecer eso a ella no le gusto, ya que después de eso me habló de una manera más fuerte y clara—. Van, no me planeo mover de aquí si esta es la manera que vas a usar para llegar —seguí ignorándola—… ¡me oíste!
    —¡Te quieres callar por un momento, por favor! —le termine gritando, le grite tan fuerte que la logré callar y también le pude imprimir una mueca de miedo en la cara.
      —tu no te preocupes, nada de trampas —continuo hablando extendiéndome la mano, esperando la de la niña—, solo dame a la niña y saldremos en camino.
     Antes de que pudiera hablar se empezó a oír un relinchar y el sonido de los cascos sobre la tierra de un grupo de caballos, que surgieron de todos los caminos, quienes traían encima a un grupo de jinetes, algunos descalzos y con los pies manchados de un extraño lodo carmesí que surgió de la mezcla de la sangre y la tierra, que mala coincidencia.
    —que mala coincidencia —susurro él en voz alta mientras podía ver como se alteraba—. Señores —comenzó a saludar—, que conveniente que estén acá para dar fe del acuerdo que vamos a realizar ahorita mismo.
    Y así, de repente todos los cañones que nos apuntaban se desviaron a todas direcciones de donde habían salido estos caballos.
    —que mal —dije sin preocupación—, creo que el trato se complicó un poco.
    —tú —me dijo severo acercándose a mí—… con que no querías trampas.
    Al estar a unos pasos de mí y de la niña empezó comenzó a sacar de su costado una pequeña bola negra, con una textura que a la vista parecía hule, no sé si era algo malo pero me moví lo más rápido que pude para empujar a la niña hacia atrás, por accidente tiré el revolver, así que aprovechando mi postura jale el rifle y le apunte con el cañón.
    Antes de que sacará la pequeña bola ya tenía el cañón en la cara.
    —de rodillas —le ordene y no puso resistencia metiendo de nuevo la pequeña esfera en su bolsa.
    Era la primera vez en todo este tiempo que su sonrisa se le había borrado de la boca y sus ojos reflejaban genuina desesperación.
    —creí que teníamos un trato serio —me dijo sin darme la cara—... No un simple truco para ganar tiempo.
    —esto ya no te parece nada gracioso, ¿Verdad? —le dije y eso hizo que se diera cuenta la expresión que tenía su cara, rápidamente intento volver a sonreír, pero no pudo hacer más que una curva desesperada.
    Los segundos de silencio se extendieron a minutos que parecieron eternos hasta que fue interrumpido por un pequeño gemido que fue preámbulo de una carcajada abierta de aquel que estaba arrodillado frente a mí.
    —veo que no tienes ni siquiera el arma cargada —hablo y continuó riendo—, de que te sirven tres cañones si ni uno lo tienes cargado.
    Después de decir eso no se levantó, no sé si era consciente del peligro o esperaba a que pasará algo. El sonido de decenas de gatillos listos para disparar sonó por encima de la risa.
    Hizo otro intento por sacar la pequeña bola de hule de su bolsa, pero el miedo me impulsó antes y logre ser tan rápido como para activar los dos cañones restantes del rifle.
   Zafando un pequeño seguro a un costado de la culata, no muy lejos del gatillo pude sacar los otros dos gatillos del arma que eran más grandes y pesados que el pequeño y con un color dorado muy gastado. En mi interior le grite a todos los Santos que por favor funcionará, porqué aquella pequeña bola podía ser alguna clase de bomba o bien no más que un pedacito de hule. Jale ambos gatillos con mi dedo anular y estos hicieron un clic que fue seguido una de pequeña explosión de pólvora en la salida de los dos cañones más grandes del arma, el perdigón se partió en cientos de pequeños pedazos ardientes que dieron en la cara de aquel Bram quien cayó hacia atrás sobre su espalda dejando su cara y pechos destrozados viendo al cielo.
Después de eso, el silencio volvió a reinar por unos segundos.

    Y así hasta caer la noche cada uno de esos hombres del borde fueron expulsados o asesinados por los locales hasta que ya no quedó ninguno dentro de su grieta, la niña volvió con su padre y Miriam me regaño, pero el resto de los phosfo me felicito subiéndose y paseándome en sus caballos al adjudicarme tan brillante plan.

PERFECT [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora