CAPITULO XLIV: Bienvenidos a Colony (o eso parece).

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    Partimos al siguiente día, todos nos despidieron con especial alegría que según mi plática de anoche, ellos creían despedir a sus héroes, a aquella diosa y su compañero, el alma en pena.
    Salimos de la grieta con la compañía de algunos jinetes subidos en sus caballos, Miriam iba en un espléndido y majestuoso caballo gris, con la crin tan larga como su pelo blanco abrazando a un gran, musculoso y bronceado jinete, mientras yo iba en una apestosa y pequeña mula abrazando, casi a la fuerza, a un también grande y musculoso jinete que olía raro, como a orina de gato, las cosas como son.
    Ya fuera de la grieta vimos como el sol apenas estaba saliendo, su luz descubría aquella enorme línea de árboles que se alzaba frente a nosotros, de punto a punto en el horizonte. Miriam se bajó con algo de ayuda del gran caballo y yo me baje de un pequeño brinquito de la mula que erizo su lomo cuando me baje.
    Nos despedimos de aquellos que nos acompañaron, tristemente Laúd no los acompañaba ya que aun era muy temprano para ella, les dimos las gracias a cada uno y ellos nos la dieron a nosotros, creyendo aún la historia del plan.
    —muchas gracias —les dijo Miriam—, por traernos hasta acá
    —tengan mucho cuidado —nos dijo uno de ellos antes de despedirse—, del bosque negro se cuentan muchas historias, se cuenta que hay un grupo de animales que aprendieron a caminar como hombres y tomar las armas en sus patas y pezuñas, se dice que estos se dedican a cazar hombres para alimentarse de su piel y de sus huesos, no creo mucho en historias pero que nuestra madre los cuide hasta llegar a su destino y después de eso.
    —muchas gracias —le conteste a aquel hombre—, pero no se preocupen, ya no creo que nos pase algo peor de lo que hemos vivido.
    —que Tapir, él padre de todos los guíe e impida que Redred, el dios de la muerte y la penumbra eterna se ponga en su camino —nos dijo uno de ellos, era algo así como una bendición.
    Después de que todos se despidieran retornaron a la grieta y nosotros empezamos nuestro camino por el enorme valle que aún se nos ponía en medio del bosque.
    Caminamos por casi medio día en el valle que era la tierra más plana y seca que había visto en mi vida, ningún árbol, fuera de los del bosque negro, que se asomaba a lo lejos. Miriam se paso gran parte del camino hablando sobre el invierno y la nieve, pero por más de media hora hablo de la similitud de la palabra invierno con infierno, me preguntó si habrá tomado otra taza de ese té.
    Cuando el sol estaba en su punto más alto llegamos a la entrada del bosque negro, fuimos recibidos por enormes y oscuros árboles que estaban ahí plantados como enormes guardianes que no flaqueaban ni con el paso del tiempo. El aire que salía de entre los árboles era frío y místico, olía a hojas verdes y tierra mojada. El frescor del aire nos había entrado hasta los huesos así que decidimos vestir nuestros abrigos.
    —el invierno se acerca —me dijo Miriam sacando su pelo que se quedó dentro de su abrigo (el cual había cambiado por uno de color rojo gastado) cuando se lo puso.
    —¿Cómo? — le pregunté sacando mi cabeza por el abrigo (el cual ahora era de un gris tenue).
    —mi padre decía que cuando los vientos parecían que gritaban era por que se acercaba un frío invierno —me contestó mientras se enredaba la bufanda en su cuello—, a él le gustaba decirle, el invierno bastardo, ya que no dejaba de nevar o llover, no nos daba tregua.
    Entramos al bosque, dejando atrás el valle que se despedía de nosotros con los últimos rayos de sol, ya que este fue tapado por una inmensa nube que parecía llenar el cielo de una lana gris.

    Anduvimos sobre un montón de hojas secas que crujían al caminar sobre ellas pero ya no nos preocupa hacer ruido, ya estábamos a unos minutos de llegar, pero Miriam se veía algo distraída, apagada, como si le preocupara el llegar, como si algo malo la esperará. Los árboles parecían enormes pilares que cargaban el cielo para que este no se desplomase sobre nuestras cabezas y el viento parecía susurrar pasando entre sus ramas y tirando sus pequeñas hojas verdes, el aire frío llenaba mis pulmones y me libraba del ardor de mi cara al tiempo que secaba el sudor de mi frente.
    Caminamos y caminamos pero no parecíamos avanzar, parecía que siempre veíamos los mismos árboles, que oíamos el mismo crujir y que siempre la misma nube estaba sobre nosotros, creo que estábamos perdidos.
    —¿crees que lo que nos contaron, lo de los animales, sea cierto? —me pregunto Miriam abrazando mi brazo.
    —¿enserio creíste eso? —dije sin dejar de pisar las hojas e intentando saber a dónde ir.
    —no, para nada —me contesto—… pero toda leyenda tiene parte de verdad.
    La verdad no sabía si hacerle caso o tirarla de loca, pero lo que más preocupaba en ese momento era saber donde estaba el norte.
    —¿te sabes los puntos cardinales? —le pregunté, oyendo como el viento movía las hojas.
    —claro —me respondió castañeando los dientes—, es norte, sur, este y oeste, también los que están en medio, pero no sé su nombre en español.
    —no, hablo de si sabes ubicarlos —le corregí deteniéndome.
    —ah —me contesto y dio una breve pausa—… no.
  —es que, creo que andamos perdidos —le conté a Miriam mi inquietud de ver siempre el mismo árbol—, no sé si nos desviamos, ni siquiera sé si vamos hacia el norte.
    —¿estas desnorteado? —dijo Miriam aguardando para decir un chiste pero decidió guardárselo al ver mi cara.

    El tiempo no se detuvo, al igual que nosotros, y de repente cuando nos dimos cuenta, el cielo estaba tan negro, la oscuridad invadió los alrededores a tal punto que ya no veíamos lo que había delante de nosotros, solo veíamos un espeso color negro. Al igual que la oscuridad, el frío también apareció desgraciado aún más nuestra aventura, no lo podía ver, pero puedo asegurar que Miriam tenía su cara roja.
    —no siento mi nariz —se quejo ella.
    No veíamos más allá del largo de nuestros brazos lo que hizo que Miriam se tropezara, cayera o se golpeara con árboles repetidas veces. Las nubes no ayudaban en nada, ya que cubrían la luna y las estrellas dejando pasar casi nada de luz.
    —¿oyes eso? —me pregunto Miriam tocándome con la punta de los dedos, buscándome.
    —¿qué? —le pregunte, acercándome a ella.
    —eso —me contestó cuando se oyó un crujido de ramas, después se oyeron muchos más, todos alrededor de nosotros.
     Puse mi mano en el revolver, que tarde en encontrar al no verlo, intente ver a todos lados, hasta que encontré un par de luces a lo lejos, cuando las vi empecé a oír una serie de susurros, como los que escuche aquella vez en la casa que se quemó o como los que escuchaba al pelear, pero esta vez eran reales, tan reales como que las luces eran faros que se acercaban rápida y violentamente.
    Antes de que pudiera decirle a Miriam que corriéramos ya estábamos rodeados por un gran grupo de hombres armados, solo que estos eran diferentes a todos los que habíamos visto, tenían las caras cubiertas como Miriam y llevamos uniformes de un gris oscuros con una insignia en su hombro, en gran círculo negro sobre un rectángulo rojo con bordes dorados.
    Nos iluminaba tanto a ellos como a nosotros los faros de una enorme camioneta plateada de dos cabinas cerradas que se había detenido frente a nosotros, su motor hacia un ruido monstruo.
    —¡Net mouge! —grito uno de esos hombres apuntándonos con su arma.
    —¿Miriam? —le llamé y le tome la mano para que no se asustara
    —franco —dijo Miriam apenas moviendo sus labios.
    —¿Qué dijiste? —le pregunté.
    —esto es franco, Van —me dijo apretándome mi mano.
    —¿qué dices? —le pregunté al no creerlo— ¿lo entiendes?
    —nos dijo que no nos moviéramos —me dijo—, por como dijo el No, lo dijo como una orden.
    —sanouts haler —nos grito.
    —dijo, sin hablar —me dijo Miriam—, creo que puedo hablar con él —me dijo y dio un paso al frente—. Hallo, mey napele Miriam, Miriam Marstone, hest Van, wus c'nons fru soud, je'm drom Colony.
    —¿Marstone? —pregunto uno de ellos, sin bajar el arma— ¿qho ist yotre siseur?
    —Sorai Marstone —contesto sin titubear—, lla secretir duf mayor geral duf la armyad fred duf Colony.
    Al oír eso, el soldado (por llamarlo de alguna manera) bajo su arma y se dio la media vuelta para hablar por un radio, no sé que decía, ya que para mí no hablaba más que balbuceos.
    —¿qué te dijo? —le pregunté a Miriam, no había entendido nada de lo que había dicho, como probablemente ninguno de los que los que estén leyendo.
    —luego de digo —me contestó—, es algo muy largo.
    —okaccord —se dirigió a nosotros cuando terminó de hablar por el radio—, gete dai lha camion.
    —que subamos a la camioneta —me tradujo Miriam y empezó a caminar, se soltó de mi mano para agarrarme ella y jalarme.
    Cuando estábamos por subir me detuvieron y me dijeron a la cara.
    —sanouts armons —me dijo aquel soldado, pero al ver que no lo entendía se adelantó a Miriam y me dijo con un acento muy raro—. sin argmas, tu rgifle y rgevolverg.
    A duras penas le entendí, pero no quería darle nada, pero Miriam me lo pidió dándole su cuchillo; me quite el revolver de la cintura y el rifle del hombro y se lo di al soldado que luego de eso me ayudó a subir. Dentro de la cabina había unos bancos donde nos sentamos, desde afuera aquel hombre nos veía y nos dijo mientras cerraba las puertas.
    —Bienvenidos a Colony.
     Cerro la puerta y la oscuridad reino.

PERFECT [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora