CAPITULO XXXVIII: Los niños y su papá.

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    Seguimos caminando, heridos, y yo apenas podía dar paso y Miriam, que aunque su herida había dejado de sangrar aún le dolía, no dejaba de agarrarse el costado intentando apaciguar el dolor. Logramos pasar del otro lado de la grieta, esperando encontrar ya con Colony que en estos momentos se veía tan lejano.
    Las cosas para los dos estaban mal, mi ropa estaba toda mojada y lodosa mientras la de Miriam tenía una gran parte teñida de un rojo oscuro fruto de la tierra y la sangre. El día se nos iba al igual que nuestras ganas de seguir caminando pero no había de otra, los dos estábamos muy cansados y queríamos descansar pero sabíamos que no debíamos hacerlo por miedo a ya no poder seguir por la mañana. El frío iba en aumento y lo sentíamos más por nuestras ropas mojadas, Miriam temblaba de frío y se acercaba cada vez más a mí, con la esperanza de calentarse.
    En mi opinión pasaban de las siete y algo, el sol se empezaba a esconder pero debido a los edificios tan grandes se hacia oscuro aún más rápido. El viento pasando entre los edificios sonaba como una flauta, una flauta mística  que vio su melodía rota  cuando los pasos de una niña sonaron dando la vuelta  en una esquina frente a nosotros, era una niña muy pequeña con el pelo chino a los hombros, de no más de diez años que cargaba un pequeño costal que dejo caer al momento de vernos.
    —¿están bien? —nos pregunto desde donde estaba, alzando su costal, pero sin quitarnos los ojos de encima.
    —no —le grito Miriam con una voz muy baja, incluso se podría decir que musitando, pero por fortuna la niña la oyó.
    —¿necesitan ayuda? —nos pregunto echándose su coral al hombro.
    —no, Miriam —le dije intentando no caerme, ya me sentía un tanto mejor, pero aún sentía el cuerpo desecho.
    —por favor —le contestó Miriam, fingiendo no oírme—, puedes ayudarnos.
    —mi mamá puede —nos dijo sin acercarse, gritaba todo desde lejos.
    —¿nos ayudarías? —le pregunto Miriam tallándose los ojos para verla mejor.
    —claro, mi mamá los ayudara, síganme —terminado eso, empezó a caminar y nosotros a seguirla, iba delante de nosotros como por una cuadra, mas de un momento a otro se detuvo y se dio la media vuelta:—. Pero, por favor no se les ocurra hacer algo malo —nos dijo mostrándonos que en el cinturón cargaba una pistola—, ¿entendido?
    —claro —le dijo Miriam alzando las manos a la altura de sus hombros.
    La niña continuo caminando y nosotros la seguíamos de cerca. En la soledad del lugar podíamos oír el eco de nuestros pasos que resonaba por entre los grandes edificios, era un sonido con intimidante y daba un aire tan atemorizante.
    Después de un tiempo llegamos a un bloque de edificios muy similares entre si, solo de unos tres o cuatro pisos de altura, de los edificios más pequeños de la ciudad.
Al llegar la niña empezó a subir las escaleras de uno de los edificios, subía los escalones lo más rápido que sus piernas le permitían y en un punto nos dijo que tuviéramos cuidado de los escalones ya que en algunos había alambres para evitar que alguien subiera.
    Subimos hasta el tercer piso de un edificio de cuatro: en este había una pequeña puerta improvisada con una lámina de aluminio que hacía un gran ruido al momento de quitarla para pasar.
    —¡mamá! —grito en voz baja la niña cuando se abría pasa entre la lámina— ¡soy yo, Alesh! Pasen.
    —gracias —le dijo Miriam entrando y enseguida pase yo.
    Era un pequeño cuarto con tres puertas, muy oscuro, aunque el lugar estaba tibio, era como si acabarán de apagar un pequeño fuego que calentaba el ambiente.
    Un pequeño crujido vino de una esquina, a lado de la puerta, un sonido muy extraño que hizo que me diera la vuelta; al hacerlo me encontré con un niño que se abalanzaba sobre mi con pequeño cuchillo en manos, lo agarre en el aire y lo tire haciendo que al cuchillo saliera volando y cayera al suelo, saque mi pistola que estaba fría y se podía oír como aún tenía agua adentro, y le apunté.
    —¡no! —grito una mujer desde un cuarto y corrió hacia mí lanzándome un libro que me pego en el hombro pero antes de que ella llegara Miriam alcanzo a detenerla abrazándola con fuerza.
    —mamá… detente, ellos están heridos… quieren nuestra ayuda —dijo la niña desesperada jalando a su mamá del pantalón para separarla de Miriam.
    —n-no… no me dispares —dijo el niño cubriéndose la cara con las manos, pero aún así podía ver sus gruesas lágrimas de miedo.
    —aléjate de mi hijo, mal nacido —me dijo la mujer haciendo caso omiso a su hija y arañando la cara de Miriam para que la soltará.
    Baje la pistola, enfundándola para calmar a la señora que seguía histérica arañando a Miriam quien no la soltaba hasta que un arañazo le alcanzó el ojo. Intento correr hacia mí pero su hija la detuvo abrazándole la pierna para que no caminara.
    —no, mamá, detente ellos están heridos y cansados, a… a la niña le disparo alguien —dijo a la niña a su mamá sin soltarla—, ellos me pidieron ayuda, son amigos.
    En ese momento puse mi mano en el arma pero la quite rápido al ver a la madre y a su hijo tirado en el suelo, cualquiera que viera esta escena supondría que Miriam y yo somos los malos, que pensándolo bien, puede que así sea, nosotros había entrado a su casa, y fuese en defensa propia o no, nosotros habíamos violentado su tranquilidad.
    La mujer se calmó un poco al ver como pateaba el cuchillo lejos de la mano de su niño y lo ayudaba a levantarse para terminar alzando mis manos abiertas; con señas le dije a Miriam que lo mismo hiciera.
    —¿crees que con eso basta para que los ayudemos? —nos pregunto la mujer con un tono tan cortante que podía sentir como arañaba la piel— Por favor, váyanse por donde vinieron.
    —mamá —intervino la niña—, por favor, míralos… están muy mal, por favor, ayúdalos.
  —Alesh —le dijo el niño después de darle un golpe con los nudillos en la cabeza—, por qué los trajiste contigo, tan fácil era simplemente ignorarlos, papá va a llegar de un momento a otro, el socavón no está muy lejos de aquí.
    —¿el socavón? —preguntó Miriam bajando las manos.
    —así es —nos contestó la niña con los ojos vidriosos mientras se sobaba la cabeza—, es un hoyo en la tierra muy largo, está a unas dos horas caminando.
    —su padre… ¿es alto? —pregunto Miriam.
    —sí, igual de alto que la entrada —le contestó la niña, señalándome—, mucho más alto que él.
    —¿tiene barba?
    —sí.
    —¿pelo y barba negra?
    —sí.
    —¿al igual que sus ojos?
    —¿Por qué hacer tantas preguntas? —interrumpió el niño volteando a ver a Miriam.
    —porqué… —le contestó Miriam al darse cuenta de lo que estaba pasando.
    —porqué yo mate a ese hombre, a su padre —agregue así nada más, sin ningún filtro, sin ninguna palabra suave, les había dicho a ese par de niños que yo había matado a su padre.
     La niña me volteó a ver, como si no entendiera lo que había dicho, pero el niño que se veía un poco más grande o maduro que ella me entendió a la perfección, me dirigió una mirada matadora, que en ojos de otra persona hubiera petrificado a cualquiera.
    Con un grito de batalla el niño volvió a tomar el cuchillo y dirigió la punta hacia mí, pero antes de que me lastimara o se lastimara lo pare con un golpe del dorso de la mano en mejilla que lo derrumbo. La niña seguía ahí, parada, estupefacta, viéndonos a Miriam y a mí, pero con un especial énfasis en mis manos, como si se dijera a ella misma: «esas son las manos contra las que mi padre murió».
    La madre estaba igual que la hija, pero ella si entendía lo que pasaba, el hecho de que aquella persona ya no regresaría.
    —creo que es algo tarde para pedir perdón —dije para mis adentros pero al parecer mi lengua me traicionó y lo dijo con la misma claridad con la que lo pensé.
    Uno pensaría una respuesta violenta, en especial tomando en cuenta la bruta bienvenida que nos dio, pero en lugar de eso, la mujer estaba rígida, y con un temblor que pareciera que quería moverse pero se lo impedían.
    —no lo entiendo —termino por soltar—, mi Roran, ¿Por qué mienten? —nos pregunto con gruesas lágrimas saliendo de sus ojos y cayendo hasta su barbilla puntiaguda— mi Roran no le haría daño a nadie, él me lo dijo, solo le robaba a los malos, él me dijo que no le hacía daño a nadie porqué ustedes si lo hicieron.
    —dígaselo al disparo en ella o a mi cara morada —le espete a la mujer quien caía sentada en una silla tras ella que se desplomó al momento de que ella cayera.
    —si les hizo eso a ustedes, ¿a cuantos más no les habrá hecho daño? —nos pregunto la mujer, lamentablemente no le pudimos dar respuesta.
    —vámonos —me dijo Miriam jalándome hacia afuera.
    Nos fuimos de aquel cuarto y bajamos las escaleras hacia la calle conde continuamos caminando ahora en total penumbra, solo se oía el ruido de nuestras pisadas en el silencio sepulcral.

    Sin poder caminar más llegamos a un local que tenía las cortinas abiertas, no se veía cómodo, pero en estos momentos hasta dormir sobre vidrios estaría bien para mí. Dentro de aquel local había cerca de una docena de maniquíes con una cara inexpresiva que me generaba cierta incomodidad.
    Nos instalamos en el suelo y pusimos un par de cartones que nos encontramos por ahí, y nos acostamos. Cada vez que nos movíamos podíamos oír el sonido del rozar de nuestra ropa mojada, el estar así me generaba un calor incómodo, bochornoso, me sentía  mal, y de repente Miriam se puso de pie y se paró aún lado de mí, dándome la espalda.
    —¿Qué haces? —le pregunté con la voz tan cansada que pereció más un balbuceo.
     Sin contestarme empezó a quitarse la blusa y luego el pantalón, colgó ambos sobre un maniquí que estaba cerca una ventana quedándose parcialmente desnuda de no ser por su ropa interior, que a decir verdad, se parecían mucho a los que llevaba en esos momentos, ¿me los abra robado?.
    —quítate la ropa —me dijo parándose frente a mi y aunque estaba oscuro preferí y voltearme para no ver algo que no debería—, no podemos dormir así.
    —es algo incómodo, sabes —le señale—: el hecho de que ambos durmamos desnudos… y juntos.
    —Van, por favor, ya no somos niños —me dijo cruzada de brazos.
    —precisamente por eso, porqué ya no somos niños —le dije.
    —no seas ridículo —me contestó ella.
    Tal vez tenga razón, tengo mucho calor y no quiero enfermar. Yo también me puse de pie y me quite la playera al igual que el pantalón, los colgué en el mostrador de la tienda, esperando a que en la mañana estuvieran secos.
    Volvimos a intentar dormir, y yo lo logré muy rápido, tal vez sea el cansancio de caminar todo el día o las ganas de ignorar el dolor pero caí rápido en un letargo acariciado por la fría brisa que entraba al local.
     Al poco de estar dormido moví mi mano y con la palma toque una superficie tibia que tenía unos relieves por toda la superficie que alcanzaba a cubrir mi mano, se sentía extraño, ya que todo era tan suave. Un movimiento ligero de esa superficie me despertó y pude ver como mi mano estaba sobre la espalda de Miriam, su piel blanca brillaba con la poca luz que penetraban entre los edificios y entraba a la tienda, a lo lejos esa silueta parecía una pequeña figura de porcelana tan frágil y fría; todos esos relieves resultaron ser pequeñas cortadas sobre toda su piel, excepto todo lo que era visible en el día a día.
    —Van —me dijo Miriam volteándose para verme de frente—, ¿quieres saber porqué tengo tantas cicatrices?

PERFECT [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora