CAPITULO XXIII: Dulces sueños y el tierno amanecer.

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    Después de eso seguí buscando a Van y al Nevada Ring, pero nadie me quería hablar y a los que sí me hablaban sólo era para hacerme preguntas de lo que hacia y de como lo hacía, precios... empiezo a pensar que si esto es una broma, empieza a perder gracia.
    Ya muy entrada la noche los ojos me empezaban a pesar, y empezaba a bostezar sin control, me estaba dando sueño, pero no podía dormir donde sea, nunca había dormido a cielo abierto, esperen... ya recordé aquella vez. Pero me había desmayado hace menos de una hora, es como si hubiera dormido.
    Salí de la calle y me metí a un callejón buscando un lugar donde dormir y donde nadie me viera, en ese callejón había mucha oscuridad, había cajas rotas y mucha basura, había un olor peculiar, como a podrido, el ambiente se sentía pesado y violento. Tras una cajas semidesechas me encontré un pequeño lugar seco, no se veía cómodo pero estaba escondido de la vista y el suelo estaba tapizado con papeles viejos y amarillos.
    me metí entre las cajas pero el miedo no me dejaba dormir, era como si tuviera los párpados entablados y no me dejaran cerrarlos, no sabia donde estaba Van, él era el único que me había ayudado hasta acá, ¿Lo hará por el dinero o realmente sentirá algo por mi? Nunca he pensado en tener hijos, pero sí los tuviera me encantaría que fuera una niña, una hermosa niña con los ojos verdes… y el pelo negro…

    Abrí los ojos y estaba de pie, frente a un camino rural, a mi alrededor no había más que infinitos campos de trigo y unas casa que parecían gotas de agua en un papel amarillo, hacia frío, era un frío muy similar a los de Colony, solo faltaban las montañas y los gruesos ríos, después de unos segundos me di cuenta que sólo uno ojo me servía y el otro era como si tuviera sólo una hoja gris que transparentaba siluetas amorfas.
    —Papa —oí que dijo la tierna voz de una niña y lo volvió a decir:—, Papa, ¿Dónde está Mama?
    Bajé la mirada y vi a una hermosa niña, con tez pálida y con el pelo lacio a los hombros y negro, pero en la negrura de su pelo resaltaban unos cuantos mechones blancos, alzó la mirada y tenía unos ojos asombrosos, cada uno con un color distinto, uno totalmente negro y el otro de un hermoso color verde, iba vestida con algo muy parecido a lo mío sólo que a su tamaño.
    —Papa, necesitamos esperarla —me decía nombrando a papá y a mamá como los nombraban los niños pequeños en Colony.
    La mano derecha me pesaba y al alzarla me encontré con que sostenía un machete grande y filoso, al ver mi otra mano vi que la tenía callosa y gastada, como si toda mi vida hubiera trabajado duró. En el momento que levante la mirada todo era de noche y al frente mío había un grupo de vehículos alumbrándome con los faros y junto a estos había un grupo de hombres armados con grandes rifles y de entre ellos sobresalía un sujeto con el uniforme de gala de los militsos de Colony, era el general de esos hombres.
    —bien —empezó a hablar con una voz altanera—, te daré diez segundos para huir con la Maralina que tienes por hija… diez —cuando voltee vi a la misma niña de hace unos segundos parada atrás de mi, con una expresión de miedo en la cara y los ojos llorosos—… nueve, soldados, preparen sus armas para fuego a civil —al oír la orden todos los hombres empezaron a cargar sus rifles y sin pensarlo dos veces tome a la niña en brazos y empecé a correr lo más rápido que pude—… ocho —me adentre entre los árboles cubriéndole la cabeza a la niña para evitar que se pegara—… siete, posición de tiro —seguía corriendo, me lastimaba abriendo de nuevo algunas heridas—… seis, saben que ya me aburrí, quiero verlo caer, apunten y fuego.
    Lo último que oí fueron los disparos de los rifles y los pude sentir todos en mi espalda, pude sentir como el plomo ardiente perforaba mi piel y como caía aventando a la niña quien cayó y aún así rodó unos metros más. Entre la consciencia y la muerte pude ver como todos los hombres se acercaban y me veían.
    —está muerto señor —dijo uno después de picarme con el cañón de su arma.
    —bien —contestó celebrando el militso que daba órdenes—, ahora es el turno de la Maralina, Bialo, deme su arma.
    El militso que se llamaba Bialo se acercó a su general y le cuestionó sin desenfundar su arma:— señor, es una niña, sólo tenemos la orden se purgar a los adultos.
    —creo que di una orden, ¿O me equivoco, soldado?
    —no señor, no se equivoca.
    —entonces, deme su maldita arma.
    El hombre titubeo y dudo de si mismo pero no dio su arma, a lo que el militso de las órdenes dijo enfuriado:
    —Bien decía mi viejo Papa, si quieres hacer algo, hazlo tú mismo y no le des la tarea a un bastardo incompetente —al acabar su frase el mismo desenfundo una pistola dorada y le disparó a la niña.

    El disparo me despertó de mi sueño, estaba toda sudada y las manos me temblaban sin parar, tenía miedo, «¿Qué podía haber sido eso? ¿Quién era niña?», me preguntaba pero no encontraba respuesta, el cielo ya era claro, el amanecer pintaba el cielo de alegría y ternura, aunque mi alrededor fuera podrido y horrible, ese era el pequeño y tierno amanecer después de una horrible pesadilla que bien podía ser una realidad en algún lugar o en algún tiempo.

PERFECT [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora