CAPITULO XL: entre caballos y armas.

23 2 0
                                    

    Nos despertamos al siguiente día, al fin Miriam comió y continuamos nuestro camino, el ultimo tramo antes de la frontera, no puedo decir que nos sintamos de maravilla pero al menos mejor que ayer, la herida de Miriam había sanado bien al momento de quitarle venda, al parece esa crema si curaba todo.
     Nos vestimos y salimos del negocio donde habíamos dormido, el día estaba soldado, pero no caluroso, era un día perfecto para caminar, y eso ya era mucho decir. No tardamos mucho en llegar a los límites de la ciudad, tal vez dos o tres horas, pero lo conseguimos para encontrarnos que frente a nosotros se expandían los enormes valles y más allá, donde el horizonte se difuminaba, podiamos ver los enormes árboles del bosque negro.
     Llegamos a donde estaba el último edificios y nos despedimos de la ciudad, con las mochilas al hombro podíamos oler el frío aroma de Colony. Al poco de andar logramos ver la enorme grieta de la que nos había hablado Kat antes de despedirnos y no exageraba en su tamaño: era tan gruesa que parecía poder partir al planeta a la mitad y tan profunda que parecía llegar al otro lado del mundo, en el fondo había un pequeño río que se transformaba en una gruesa corriente que se metía en lo profundo de la roca.
     —¿tenemos que cruzar eso? —me pregunto Miriam impactada al ver el tamaño de la grieta que se extendía de punta a punta del valle, hasta donde la vista alcanzaba.
     —eso parece —le conteste—, a menos que tengas una mejor idea o que puedas volar.
     —gracioso —me contestó ella, con un sutil tono en su voz, mezcla del sarcasmo y el enojo.
     Nos dirigimos hacia grieta y mientras más nos acercábamos a ella parecía más y más grande. Parecía que tiempo atrás la grieta era cruzada por un ancho puente, pero de este no quedaba más que un estrecho pasillo de concreto que pendía como un hilo.
     Llegamos al borde de la grieta que era tan profunda que no se oía la corriente del río que no era tan pequeño como lo hacia parecer la altura. Yo pase primero por el puente, y no sé si era el miedo u otra cosa pero juro que se tambaleaba, teníamos que caminar unos doscientos metros sobre el vacío para pasar del otro lado, no sonaba complicado hasta que te ves en medio del puente, sin otra opción que avanzar y no ver abajo por el vértigo paralizante que generaba la altura. Cuando llegue a la mitad del puente me quedé paralizado sin poder moverme o avanzar más.
     —¿Qué pasa? —me pregunto Miriam al topar conmigo— ¿te dio miedo?
     Me hizo esa última pregunta antes de alzar la mirada y ver que al acabar el puente, había como mínimo cinco caballos negro y pintos frente a nosotros, cada uno con su respectivo jinete, hombres morenos y fornidos, con el pelo negro y corto o algunos sin este, vestían como cualquier otra persona en Colom, pero con peculiares adornos rojo brillante en sus camisas y botas, todos tenían una mirada sobria y dura, también todos, sin excepción, llevaban un enorme tatuaje en su brazo izquierdo, que irónicamente representaba el brazo izquierdo de alguien más que llevaba entre sus dedos una enorme lanza.
     Nos dimos la media vuelta pero también éramos esperados del otros lado por un grupo de jinetes, similares a los primeros.
     —¡stan aca! —nos grito uno de los primeros jinetes que vimos, señalando con su dedo medio el suelo frente a su caballo.
     —¿Qué dijo? —le pregunté a Miriam en susurros con el miedo en la garganta.
     —no lo sé —me contestó de la misma forma.
     —¿Cómo que no lo sabes?
     —no sé ni que idioma es —me dijo Miriam al oído.
     —¿Ósea que no es franco? —le pregunté sin despegar los ojos a esos hombres.
     —ni nuevo ni arcaico —me contesto Miriam llevando su mano a mi hombro.
     —quiso decir que vengan acá —nos interrumpió uno de los jinetes que al parecer hablaba nuestra lengua.
     Sin poner pero ni pretexto caminamos hacia enfrente y nos planteamos frente a los caballos.
     —quiero que me den todas sus armas —nos dijo el jinete—, todo: rifles, pistolas, todo lo que pueda ser usado como un arma… ahora.
     Sin poner resistencia nos quitamos todo de encima, y lanzamos las armas el suelo.
     —con eso bastará —nos volvió a hablar el jinete—, van a venir con nosotros, pero antes —mientras decía eso se movía con su caballo y se puso atrás de mi para golpearme con un garrote en la cabeza haciendo que cayera inconsciente.
     —¡no, Van! —oí gritar a Miriam pero grito más cuando la ataron con unas cuadras y las tiraron al suelo.
     —subin de biru ea mi cabeyo —dijo el jinete que me golpeo como una orden— y ea la nena etarnela con muicho cogeitus y alguno llevenle consegomesmo.

     Cuando me desperté estaba tumbado en un lecho de hierbas amarillas, sin ataduras dentro de una pequeña choza de lodo y madera, y con un plato de comida a mi lado junto a Miriam que estaba sentada con los ojos cerrados, y un vaso en las manos, dormitando. No sabía que hora era, pero ya tenía  mucha hambre como para no comer lo que me daban, era una extraña pasta humedad muy dulce que comía directo del plato ya que no nos habían dejado cubiertos, tenía algunos grumos difíciles de tragar pero era muy rica.
      Al terminar mi plato Miriam abrió los ojos, me volteó a ver y se abalanzo hacia tirándome al suelo dándome un abrazo.
     —me alegra que despertaras —me dijo abrazándome en el suelo con una voz melosa—, te extrañe tanto y temí que no despertaras.
     —¿temías que no despertaras? —le pregunte— ¿Cuándo tiempo estuve inconsciente?
     —dos horas, casi tres —me contestó y le dio un sorbo al vaso que tenía en sus manos.
     —yo creí que habían sido días por como me recibiste —le dije algo vacilante—, te me puedes quitar de encima, eres algo pesada.
     —es algo grosero decirle eso a una mujer, sabes —me contestó rodándose hacia abajo.
     —cuéntame que pasó exactamente —le pedí viendo que su vaso tenía un peculiar líquido rojo.
     —ok —me contestó dándole un sorbo al vaso—. Cuando te desmayaste te ataron con una cuerda y te subieron al caballo, igual a mí, solo que a mí no me golpearon —le dio un sorbo al vaso—, nos llevaron a caballo por un camino que bajaba hacia la grieta, es muy angosto, tenía que ir de a uno a uno los caballo. Ahorita estamos en una pequeña población de Fospho que se ocultaron de la guerra —le dio otro sorbo al vaso—. Nos tienen acá porqué al parecer están con algunos problemas con gente que quiere sus tierras cercanas al río que nace de la piedra, nos metieron a esta casita y me dieron este té… ¿Quieres?
     Le acepte y acerque el vaso a mi boca pero tenía un olor tan asquerosamente dulce que lo aparte de mi boca y se lo regresé a Miriam.
     —esta bueno —me dijo indignada dándole un sorbo largo.
     —déjame ver si entiendo —le dije—, ¿Nos secuestraron porqué creen que somos de esas personas que les quieren robar?
     —aja —me contestó.
     —¿estamos dentro de la grieta, junto al río?
     —sip.
     —los fospho, ¿eh?
     —oí que están acá porqué huyeron del segundo golpe de estado —me contó Miriam terminándose su extraño té.
     —sí, ya lo sabía, cuando niño mi padre me contaba de ellos, de sus grandes y viejas ciudades incrustadas en la montaña, de como según sus dioses le dieron forma al país, y de como huyeron y se ocultaron de la guerra.
     La puerta se abrió y dejó entrar la luz del exterior y a una pequeña mujer, delgada con una cara linda y morena que vestía un vestido negro a la altura de la rodilla adornado con finos tocados color cobre, su pelo negro estaba peinado con dos trenzas que le llegaban un poco más abajo del pecho. Entró con los pies descalzos y se dirigió a nosotros en un pésimo español.
     —me alegro que despertó joven, mis gente quiere verlos, a los dos, puedo llevarlos si me siguen.
     —¿para qué nos quieren ver? —le pregunté a la mujer que no nos dirigía la mirada, solo tenía la cabeza agachada—, si se puede saber.
     —no deben preguntar —nos contestó de una forma descortés—, ustedes deben seguirme, si quieren saber.
     —lo haremos —dijo Miriam poniéndose de pie.
     Yo la seguí y salimos de la casa escoltados por la mujer. El exterior era muy extraño para mí, era un pequeño lugar rodeado por las paredes de la grieta, a mi izquierda se podía oír el sonido del río romper contra las rocas y al frente nos encontramos con pequeñas casitas de lodo y palos, casi todas iguales y separadas entre sí para generar caminos que dirigían al centro del lugar: una pequeña zona abierta, sin casas y que tenía una pequeña estatua tallada en madera de un tigre alado mostrando los colmillos y que en sus zarpas tenía sostenida una espada negra tallada en la misma madera.
     Mientras andábamos entre los caminos podíamos ver como la gente nos seguía con la mirada y como los niños, más imprudentes, nos señalaban o se acercaban a tirarle del pelo a Miriam. Llegamos al centro y la mujer que nos acompaño nos dejó parados frente a la estatua y ella siguió su camino con un andar torpe hacia los caminos entre las casas tomando el rumbo opuesto por el que habíamos llegado.
     Parados ahí podíamos seguir viendo y sintiendo las miradas de todas las personas que se mantenían alejadas de nosotros, podíamos sentir el recelo y el miedo de las decenas de ojos que nos miraban. La estatua no era muy grande, apenas de unos dos metros, pero cuando la veías desde abajo se veía tan grande e imponente, debido a como fue tallada, era algo extraña, con esas alas y esa espada que sostenía, sus ojos era lo segundo con color, después de la espada, tenía un color amarillo tan llamativo y vivo que parecía haber sido pintado hoy en la mañana. Verla daba un poco de nervio ya que era como si te invitará a bajar la mirada, y tal vez sea por mi terquedad pero en ningún momento la baje, al igual que Miriam.
     Después de unos minutos parados en medio del calor húmedo un pequeño grupo de personas se abrió camino entre la gente que nos observaba, ya fuera de sus casas y escondites.
     —veo que les gusta nuestro tigre —dijo uno de ellos.
     Todos eran hombres a excepción de una pequeña niña que sostenía la mano de uno de ellos, ella era algo diferente a todos los demás que habíamos visto en todo el día, tenía la tez clara y los ojos de un azul pálido, todo eso resultaba enmarcado por unos chinos negros que caían de su cabeza hasta la espalda media.
     —es muy exótico —declaro Miriam al ver a todas las personas que se habían postrado frente a nosotros—, tiene un brillo en los ojos muy peculiar, como si estuviera vivo.
     —mi padre decía que lo estaba —dijo el hombre que sostenía la mano de la niña acercándose a nosotros—, decía que el era la encarnación del escolta que saco a Tonana, nuestra madre y madre de los dioses, del infierno, mi padre solía decir que el nos protegía… mentiras.
     —¿quiénes son ustedes? —pregunto el primer hombre.
     —creo que hubieran preguntado eso antes de traernos aquí —le conteste—, creo que ya es algo tarde para preguntar.
     —eso no contesta mi pregunta —nos dijo ese hombre con una voz claramente irritada.
     —solo somos unos viajeros —contesto Miriam —, venimos del sur, muy al sur y nos dirigimos hacia la frontera, yo soy Miriam y mi amigo es Van, pasamos por aquí porqué nos vimos obligados a hacerlo, no hay otra manera de pasar al bosque negro.
     —nunca había oído de nadie que quisiera ir a la frontera —respondió él hombre con la niña—, normalmente a la gente no le gusta el frío.
     —nosotros somos muy extraños —conteste alzando las cejas.
     —es lo que veo —nos dijo el hombre y luego se dirigió a Miriam—, Jovencita, ¿puede hacerme un favor?
     —claro —le contestó Miriam con la mejor voz que pudo.
     —me puede decir el nombre de esta niña —le pidió el hombre poniendo a la niña frente a nosotros.
     —¿el nombre de la niña? —pregunto Miriam algo confundida.
     —sí —le contestó el hombre acariciando los rulos de la niña quien no quitaba aquella extraña mirada.
     —no sé cuál es su nombre —declaro Miriam pero luego se puso de rodillas y le puso atención a su cara—… para mí tiene cara de tener un nombre extraño, algo así como Rica o… Laúd, como el instrumento.
     —que curioso —dijo el hombre llevándose la mano al cabello que empezaba a encanecerse—, porque así es, el nombre de mi niña es Laúd, como el instrumento.
     —muy curioso nombre —dije dando un paso al frente—, pero porqué le pide que le diga el nombre de una niña, que no se supone que nos atraparon, que somos algo así como sus prisioneros.
     —tienes razón —me dijo el hombre—, pero ya no, demostraron no ser quienes creíamos.
     —¿quiénes creían que éramos? —pregunto Miriam irguiéndose.
     —es una larga historia —explico el hombre—. Hace algunos años nuestra madre, Tonana, bendijo a mi mujer y a mí con un embarazo, mi mujer traía en su vientre a una hermosa niña, eran tiempos de bonanza, alejados de sus guerras y de sus problemas, pero todo cambio cuando unos hombres que vinieron de muy lejos llegaron a los bordes de la grieta.
      »Eran hombres malos que vinieron a quemar todo, a llevarse todo. La noche que llegaron puedo jurar que nuestra madre se apareció frente a mí, ella me pidió que cuidara de mi hija que llevaría por nombre Laúd, como el instrumento que más le gusta a Tonana. La primera noche que atacaron aquellas personas, mis hombre y yo repelimos el ataque gracias a la ayuda de Tapir, nuestro padre, la luna misma, pero desafortunadamente no fue así con todos, aquellos hombres de los bordes se llevaron la vida de mi amada, pero su muerte no fue en vano, ya que Laúd fue elegida por nuestra madre para acabar con toda la maldad y muerte fuera de la grieta.«
     Tuvo razón con lo de historia larga.

PERFECT [Terminado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora