Prólogo

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-¡Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz! ¡Te deseamos todos, cumpleaños feliz!

La pequeña Grace sopló contenta las seis velas colocadas en la tarta de cumpleaños que papá y mamá le habían comprado. Nathan grababa a mi lado con la cámara de vídeo, mientras yo lo hacía con mi teléfono móvil. Todos los amigos de mi hermana estaban a su alrededor, deseosos de darle los regalos y comer un trozo de tarta. Al parecer ellos sí se lo pasaban bien. En realidad puede que la única que se aburriese allí fuera yo. Me sentía marginada entre todos los renacuajos que se habían apoderado de mi jardín y sus padres, que no paraban de hablar entre ellos y de presumir de sus coches nuevos o de lo maravillosos que eran sus hijos. Supuse que las únicas opciones que tenía eran pasar un rato con mi hermano o ver la televisión, y obviamente me quedé con mi tele.

-El desconocido virus avanza escandalosamente por todo el país y por el resto del mundo. Las víctimas mortales han alcanzado ya la cifra de un millón, y no dudaríamos en apostar a que esta enfermedad se llevará a muchas más personas.

La primera noticia que escuché nada más encender la televisión sería la misma que escucharía en todos los canales de noticias. Desde hacía una semana ese extraño virus no paraba de aparecer en todos lados. El abuelo había enfermado, pero los médicos decían que se recuperaría.

-April.

Me sobresalté al escuchar a Nathan hablar.

-¿Qué quieres?

-Mamá dice que si quieres tarta.

-No.

-Vale.

Se marchó y yo bufé. Me había asustado.

Algunos de mis compañeros de clase decían que habían visto cómo los soldados sacaban de sus edificios a una especie de monstruos, pero yo no les creía. Los soldados serían médicos y los "monstruos", gente enferma a la que trasladarían al hospital.

Decidí apagar la televisión, no quería enterarme de lo mismo de siempre.

La fiesta acabó cuando uno de los amigos de Grace empezó a sentirse mal y todos pudimos comprobar que su temperatura era de 40ºC. Algunos lloraron disimuladamente al darse cuenta, yo no lo hice. Había enfermado, pero se recuperaría.

Ya con mis hermanos durmiendo, decidí dar las buenas noches a mis padres, pero al llegar a la puerta sus voces me frenaron.

-Empieza a ser peligroso, Claire, deberíamos marcharnos temprano.

-Pero, ¿a dónde? No podemos abandonar nuestro hogar sin más.

-Hay un refugio a las afueras de la ciudad. Tengo muchos contactos en la policía, Shane me contó cómo llegar.

-Está bien. Lo que no sé es cómo se lo vamos a contar a los niños.

-¿Contarnos el qué?

Mis padres se quedaron callados al escucharme, pero yo no quería silencio, quería respuestas.

La mañana siguiente fue dura. Nos levantamos muy temprano para evitar encontrarnos con muchos coches. Mamá y papá me explicaron que debíamos marcharnos antes de que alguno de nosotros enfermara. Fue difícil hacerse a la idea de que iba a abandonar todo y a todos los que conocía, pero bajo ninguna circunstancia quería que nos pasara nada a ninguno de nosotros. Solo pudimos llevar una mochila cada uno con pocas cosas. Yo metí mi teléfono móvil, mi peluche de la infancia, un par de botellas de agua y una pequeña foto de mi familia. Mamá nos hizo guardar también un cuchillo a cada uno.

-Por si acaso.-dijo.

Llevábamos 5 kilómetros de trayecto, tal vez menos, cuando nos encontramos una eterna fila de coches frente a nosotros.

Until Death Do Us Apart |Daryl Dixon|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora