II

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EL DIABLO, CAPÍTULO 2:




Gran Gold. Edificio





En el espejo gigantesco el cual se sitúa en la parte superior de mi habitación, observo con irritación el nuevo tatuaje, es pequeño, pero eso no deja de hacerlo relevante. Eso no deja de afectar mi futuro con ellos.

No tengo idea de que mierda soy.

Traté de investigar lo que me sucedía con los años, pero nunca encontré nada, solo vagas referencias de la mano izquierda de Dios, o algo así. Comencé a introducir mi mente en las secciones de ocultismo en las bibliotecas cerca de mi residencia, para encontrar relatos carentes de cordura, de alma, que sólo me conducían a una respuesta instantánea.

Belcebú, el caído.






(😈)




Los negocios claman por mí. Aunque tengo gente para que arregle ese tipo de cosas, existen algunas de las que prefiero encargarme yo mismo, mucho más cuando trata de ladrones. En sí, mi campo "laboral" compete únicamente ilegalidades, además de estafas, trata de blancas en zonas específicas, narcotráfico y préstamos con intereses inalcanzables.

En cuanto a la trata de blancas, prostitución, o cómo deseen llamarle, no la empleo al cien por ciento en el Bed Stuy. La red sale de éste país.

Conduzco aproximadamente 15 minutos hasta cruzar el Bed Stuy por completo y entrar a la ciudad. El Bed Stuy viene a ser una sub-ciudad en dónde no muchos tienen el privilegio de residir, para salir, hay que tomar carreteras extensas, la más popular y peligrosa, es la "desértica" ya que no hay nada más que paisaje árido adornándola. Nada la habita, es desolada, es perfecta.

Apago el motor. He llegado.

Diviso inmediatamente las furgonetas negras de Bran, mi guardaespaldas-matón profesional alias "perro fiel", y mis demás hombres aparcadas en el borde de la acera.

Abro la guantera de mi coche sacando un par de guantes.

Coloco el par de guantes en mis manos, son negros y de cuero. Éstos aprietan los anillos que me gustan tanto. Siempre traigo conmigo una pistola detrás, en mi espalda, al filo del pantalón, solo porsiacaso.

Bajo del auto, observando las cintas que tienen impreso "peligro, prohibido el paso" limitando el terreno de una vieja gasolinera abandonada, hago caso omiso a las advertencias y cruzo las cintas dirigiéndome a lo que antes era el Marquet de la gasolinera. El lugar posee vaga luz proveniente de una pequeña abertura en la pared llena de grafitis, muchas tablas abandonadas en el suelo crujen por sí solas, un par de telarañas cuelgan en el techo.

―¡No! ¡Por favor! ¡Basta! ―un grito desconsiderado me saca de mis pensamientos.

―¡Señor, aquí está, como lo ordenó! ―dice Bran desde el fondo de la habitación, su voz gruesa se logra con un pequeño eco al final de cada palabra.

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